No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que A24 sea una de las compañías más estimulantes y atractivas del panorama cinematográfico actual. Ya sea mediante producciones propias como ‘Diamantes en bruto’, ‘Hereditary’, ‘Midsommar’ o ‘El faro’, o con filmes adquiridos para distribuir de la talla de ‘Green Room’, ‘La bruja’ o ‘Ex-Machina’, los de Nueva York han logrado dar a su sello una identidad propia a base de riesgo y prestigio.
Salvo en casos puntuales, y teniendo siempre presentes las grandes diferencias entre los variopintos títulos de su catálogo, la inmensa mayoría de largometrajes de A24 tienen en común su condición de películas de nicho, estando generalmente dominadas por un fuerte componente autoral que las hace proclives a cuajar mucho mejor dentro del circuito de festivales que en las pantallas de multicines.
El caso de ‘Lamb’ no es ninguna excepción a esta tendencia. Después de arañar el Premio a la Originalidad en la última edición del Festival de Cannes, el sorprendente debut de Valdimar Jóhannsson se ha elevado como la gran —y previsible— vencedora de Sitges 2021 gracias a su peculiar cóctel de drama y cine fantástico cocinado a fuego lento. Un galardón merecido, pero no exento de peros.
Crescendo con baches
Los primeros compases de ‘Lamb’, sin necesidad de esforzarse en ello, lograron atraparme por completo en su gélida, reposada y extrañamente tensa atmósfera. Poco a poco, esa narrativa que suele asociarse al cine nórdico, presidida por la ausencia de golpes de efecto y por una progresión dramática exponencial que actúa como una olla a presión destinada a estallar en el último acto, me deja clavado en la butaca sin tener demasiada idea dónde puede desembocar el relato.
La ausencia de subrayados y sobreexplicaciones potencia esta sensación de fascinación malsana. Escena tras escena, la cinta invita a atar cabos y a descubrir la tragedia que cargan sus intensos protagonistas —fantásticos Hilmir Snær Guðnason, Björn Hlynur Haraldsson y, sobre todo una Noomi Rapace espléndida— mientras se encamina hacia un final inevitable, espectacular y realmente impactante del que es mejor no saber nada.
Por desgracia, cuando toda la tensión acumulada termina explotando, ya es demasiado tarde. ‘Lamb’, con su gusto por la paisajística, su tempo mortecino y su dilatada languidez, convierte su segundo acto en una experiencia más dura de lo previsto, reduciendo su contundente golpe de efecto final a poco menos que un gag tardío exento de emoción.
No obstante, en la otra cara de la moneda se encuentra la figura de b. Escudado por la impecable fotografía de Eli Arenson, el director explota su experiencia como artista de VFX y da forma a una puesta en escena áspera, magnética y calculada al milímetro; acorde a la sutileza del fondo y la exposición.
No seré yo quien niegue que el premio a ‘Lamb’ en el Festival de Sitges sea más que merecido —de hecho, no dudo en colocarla entre mis diez favoritas de la edición, y puede que mis filias técnicas y formales tengan bastante que ver—, pero sus gélidos aires islandeses me han dejado mucho más frío de lo que prometía su implacable arranque.