Es raro que Netflix haya decidido estrenar ‘Las de la última fila’ a finales de septiembre cuando se trata, muy claramente, de una serie pensada por y para el verano, cuando, con el seso más achicharrado y algo derretido, podemos pasar por alto un inicio que parece querer emular a las stories de Instagram y el anuncio de Estrella Damm de turno añadiendo un giro macabro, y que solo al final termina mostrando una humanidad que, por algún motivo, se nos niega durante la primera mitad de la temporada. Bienvenidos a este viaje de reencuentro, amistad, amor, sexo, drogas y cáncer.
A ver qué pasa
Voy a reconocer de entrada dos cosas: la primera, que aunque empecé muy escéptico sobre las habilidades de Daniel Sánchez Arévalo para escribir personajes femeninos, acabé a lágrima viva y me costó salir de ese grupo de amigas. La segunda, que eso no impide que la serie sea una de las más irregulares de los últimos años, que tan pronto presenta a los personajes como unas pijas a las que sale todo bien como es capaz de innovar con la narrativa de forma inesperada.
El punto de partida de ‘Las de la última fila’ bascula en torno al cáncer que tiene una de las cinco amigas: la idea es que el espectador haga sus cábalas e intente adivinar quién es, algo con lo que reconozco que tuve algunos problemas morales. No es un misterio juguetón a lo Agatha Christie o ‘Puñales por la espalda’, sino algo más incómodo y con lo que el whodunit no es, en absoluto, divertido ni cómodo. De hecho, es una excusa para convertir la serie en pura pornografía emocional cuando se acerca su episodio final.
‘Las de la última fila’ tiene un target muy definido: las personas que disfrutan de Rigoberta Bandini, la vida perfecta Instagramera, los anuncios veraniegos de cerveza, los festivales de música indie y los planes con amigas en la playa. Eso no quiere decir que no esté abierto a otro tipo de público, claro, pero es probable que haya gente que apague la televisión frustrada ante una colección de chistes mal formados y amistades tóxicas inexplicables que en los primeros tres episodios no terminan de arrancar. Después, por suerte, la serie encuentra su propio tono.
Niña que se fue, cuida a esta mujer
Cuando empieza la serie, eres un extraño a este grupo de amigas que no deberían serlo y que incluso pueden resultarte desagradables. De hecho, su planicie es insólita, respondiendo a meros estereotipos: la casada, la lesbiana, la dejada, la perfecta, la influencer… Pero poco después, y de una manera sutil (a veces) va introduciendo cambios en su viaje hasta que no te queda más remedio que sentirte parte de esa pandilla. Una pandilla desestructurada, repleta de personas que no encajan juntas, pero pandilla al fin y al cabo.
El problema es que Sánchez Arévalo, que nunca ha destacado por lo bien que escribe a sus personajes femeninos, no se aplica la regla de hablar de lo que conoces y se mete en un territorio desconocido del que sale parado regular. A ‘Las de la última fila’ le falta una reescritura femenina que entienda a este grupo, algo menos de grandilocuencia y más naturalidad: lo que conseguía sin problemas en la estupenda ‘Primos’ o la divertida ‘Diecisiete’ aquí es un tour de force en el que el espectador nota a dónde quiere llegar, pero también que no termina de saber cómo hacerlo.
Al final, y solo al final, la serie juega con su propia narrativa en su mejor episodio, pero quizá ya sea demasiado tarde para algunos espectadores cansados de una propuesta que no termina de arrancar hasta que ya es demasiado tarde. Con todo, el episodio conclusivo deja tan buen sabor de boca que en el fondo es normal preguntarse por una segunda temporada en la que reencontrarse con ellas y ver qué ha sido de sus vidas.
Nacer mujeres en el tiempo de Despentes
A lo largo de la serie, las protagonistas van desvelando pruebas que hacer como grupo como manera de unirse más ante el cáncer, y aunque al principio son casi una molestia que aleja de la trama principal, terminan desembocando en un final más que digno. Quizá algunas de estas pruebas se tergiversan demasiado para encajar en el guion, y algunas piden más de la pandilla que otras, pero es un motivo para seguir viendo episodios («A ver qué les sale ahora») en un momento en el que nada más te incita a hacerlo más allá de su macabro misterio.
Al final, ‘Las de la última fila’ es una producción fallida y uno de los peores trabajos de Sánchez Arévalo, al que le cuesta entender a sus propios personajes y se empeña en crear una narrativa feminista desde la perspectiva masculina, un ejercicio un poco extraño que, tristemente, no termina de funcionar. Eso sí: el grupo de amigas se hace más creíble y se fortalece cuantos más episodios van pasando, cada personaje evoluciona y tiene su propio camino y al final descubres que estás emocionado con una llamada telefónica sobre torrijas. El costumbrismo cañí siempre funciona.
‘Las de la última fila’ empieza siendo el anuncio de Estrella Damm de este año, canción indie incluida, pero termina siendo una serie con personalidad propia para todos los que sean lo suficientemente pacientes como para aguantar a un grupo de amigas tan festivo como absolutamente tóxico, tan ficticio como real, tan mal dialogado como bien estructurado. ¿Quieres recordar ese verano que nunca tuviste? Si te da pereza abrir Instagram, Netflix tiene la serie para ti.