Que Gran hermano sea un éxito no debería ser noticia. Es un formato holandés estrenado hace 24 años y probado -y aprobadísimo- en muchos países. Lo llamativo de esta décima edición argentina que acaba de bajar su persiana -con picos que superaron los 30 puntos de rating- es que ocurre en una televisión abierta de capa caída.
No funcionó Marcelo Tinelli con su Canta conmigo ahora, no se despabiló la pantalla con el regreso de Mirtha Legrand a sus 95 años, no se animó a aparecer Susana Giménez, la ficción nacional brilló por su (casi) ausencia, pocos productos zafaron y, de pronto, se desempolva una vieja fórmula exitosa que cambió el devenir de la liga audiovisual, al menos en el campeonato de las tres G: si bien golea el streaming, la TV abierta demostró que todavía puede gustar y golear.
Y eso logró el Gran hermano que acaba de consagrar campeón al salteño Marcos Ginocchio, delante de Nacho Castañares y de Julieta Poggio, los otros finalistas.
Uno podría quedarse solamente con la contundencia del rating que lo posicionó como lo más visto del año pasado y de lo que va de éste. Debutó el 17 de octubre con 21,5 puntos, tocó su piso con 15,7, tocó su techo con los 28,5 de la final y, luego de más de cinco meses, cerró con un promedio de 20,2 puntos.
Por más que las redes hayan estado insistiendo durante semanas con que ganaba Marcos, la expectativa por ver cómo quedaba el podio calentó la aguja este lunes hasta picos de 30,9… Una TV de buenos y viejos tiempos. Pero no sólo de rating vive un programa: también de contenido (no siempre una cosa impacta en la otra). Veamos un Top five de lo mejor y lo peor de este reality de Telefe.
Lo mejor
1. La dupla Alfa & Romina
De los 20 participantes, ellos lograron destacarse, especialmente al momento de formar una dupla que pintaba como imbatible. Por empatía, por ser dos de los más grandes de la casa (él cumplió los 61 en medio del certamen), por química y por afecto construido a fuerza de convivencia, conformaron una pareja que supo llevar las riendas del encierro.
Se entendían de maravillas, se contenían y, para muchos, oficiaban de «los papás» del juego. Su plataforma de despegue era la cocina: cocinaban siempre y cocinaban rico, según los comensales. Y lavaban y ordenaban. El peso de la experiencia les sumó, pero la diferencia la hicieron con el ida y vuelta entre ellos.
Hasta que un día Alfa (lejos, el personaje más televisivo de todos) le dijo algo sobre su juego y sus hijas y empezó la crisis. Y perdimos todos, televisivamente hablando. Además de que él se fue demasiado pronto en perjuicio del ciclo. El rating bajó: a tal punto que inventaron una excusa para hacerlo volver.
Y no volvió una, sino dos veces: y, la segunda, para ser padrino de la boda lúdica de Julieta, Nacho y Marcos, y terminó siendo él el novio… para pedirle casamiento a Romina.
2. La dinámica del programa
Entre galas de eliminación, galas de nominación, debate, reportaje íntimo y La noche de los ex -ofició de envío satélite-, Gran hermano estaba, por primera vez, los siete días en pantalla de aire. Y todos los contenidos potenciados por el streaming de Pluto TV.
Ese ritmo, bien sostenido, invita a la fidelidad del espectador.
3. El estilo de Santiago del Moro
Para él no eran ni los «valientes» de Soledad Silveyra ni los «hermanitos» de Jorge Rial. Eran los «jugadores», unos participantes a los que decidió contener con entradas permanentes a través de un televisor montado en el living, y con dos visitas a la casa.
Más allá de que algunas veces haya soltado información de más sobre el «afuera», supo hacer equilibrio sobre esa línea finita entre la vida real y el reality. Se lo vio, esos cinco meses y pico, como parado en punta de pie sobre el umbral. Y, de esa pirueta, salió muy bien parado.
Se lució con la energía, con el timing de la conducción de la gala que fuera, echó mano a su experiencia en Intratables para poder poner orden en algunos debates agitados y se consolidó como uno de los conductores todo terreno de una TV que necesita motivadores.
Y también mostró compromiso, como lo reflejó la otra noche cuando quiso dejar en claro su postura en relación al caso de Jey Mammón: «No tengo una mirada piadosa» (sobre el tema de abuso de menores).
4. Haciendo paredes con las redes y el streaming
Aprovechando los tiempos tecnológicos que correr, el canal decidió no quedarse cómodo con el formato tradicional de un reality de TV abierta, sino que les sacó jugo a los contenidos permanentes de Pluto TV y a la vida propia que generó el programa en Twitter, Twitch o en Instagram.
Tiró paredes con uno y otro y, muchas veces, trianguló para beneficio de la producción, de los participantes y del público. Los fandom de Marcos, Julieta o Nacho, por citar algunos, agradecidos. Estando en la casa, muchos «jugadores» superaron el millón de seguidores en Instagram.
5. Aroma a «Feliz domingo»
Corre el año 2023. Y, de a ratos, el clima en el estudio durante las galas nominación o eliminación olía a la TV de los ’70 y los ’80. Para los que lo vimos, rememoraba los buenos tiempos de Feliz domingo, con participantes jugando, con un conductor en medio del estudio y una tribuna eufórica.
Sin necesidad de mensajes encriptados o pantallas de última generación, la gente sostenía cartulinas caseras escritas con amor y fanatismo, y gritaba «Tomatelá», un clásico del emblemático programa estudiantil de Silvio Soldán. Faltaron el pic nic en las gradas y el «A ver, a ver cómo mueve la colita…».
Lo peor
1. Puerta giratoria
Si bien las reglas del formato son elásticas, esta décima edición pecó en exceso del recurso de meter gente y complicar el aislamiento. Hasta la entrada de los dos del repechaje (Camila y Ariel), cerca de fin de año, o el regreso de tres ex (La Tora, Agustín y Daniela) no había mucho para decir al respecto.
Pero luego entraron seis familiares por unos días, que en varios casos se extendió a dos semanas, luego volvió Alfa con una misión muy poco clara (más necesidad de rating que justificativo de juego), más tarde fueron más familiares para los cuatro finalistas, otro día se volvió a abrir la casa para uno de los hermanos de Marcos que vive en los Estados Unidos, luego reingresaron los tres primeros eliminados por una semana, luego todos para la «boda».
Y, mucho antes, habían llegado de sorpresa las dos mascotas, Mora y Caramelo. A todo eso se le suma las dos visitas de Del Moro.
Como dice Ninguna, de Homero Manzi, «Esa puerta se abrió para tu paso…» y para el que pase cerca también.
2. No siempre más largo es mejor
El Gran hermano más largo de la historia se realizó en Alemania y duró 365 días. Obvio que, frente a esa marca, los 162 de esta edición local parecen una nimiedad, pero hubo varios momentos de esta temporada en los que el ciclo pareció pincharse. Y los videos sobre «el adentro» llegaban cada vez más livianos.
Tal vez se fueron demasiado rápido algunos personajes que sabían condimentar las sombras de la convivencia, como Coty o Alfa. Y entonces parecía que no pasaba nada. Y, más de una vez, no pasó nada.
Claro que, si los números acompañan, se entiende la necesidad de seguir sacándole jugo a la naranja de oro. Pero el riesgo no fue poco. Quizás allí se explique esa apertura de puertas para que entre gente nueva y suceda algo televisivamente interesante.
Hubo ratos de tedio televisivo, con polémicas forzadas o tapes que mostraban el minuto a minuto de los perritos, que sabían jugar más que los jugadores que quedaban en cancha. Iba a durar tres o cuatro meses, pero nadie imaginaba este fenómeno de audiencia.
3. Intrigas que se desinflaban rápido
«Ah, ¿esto era?». Esa pregunta se oyó más de una vez adentro de la casa y muchas veces se leyó en las redes apenas se develaba algún misterio planteado por la producción a través de Del Moro.
Qué qué había adentro de la valija de Alfa, que qué contenían los temibles sobre rojos, que quién hizo la espontánea, que qué castigo hay para tal (no siempre medidos todos con la misma vara), que qué premio hay para el familiar elegido por el público…
La tele sabe vivir de la intriga, del acertijo y del juego del enigmático. Pero, en varias ocasiones, la tensión buscada se desplomó ante la evidencia. Una cosa es la tensión y otra es que la cuerda se corte sin tijera siquiera.
4. Un casting cuestionado
En las primeras cuatro o cinco eliminaciones, los expulsados intentaban explicar por qué habían quedado afuera tan rápido. Y dale con el «Me equivoqué». O con el «No se entendió mi juego».
Hubo personajes que no rindieron televisivamente, ni siquiera cuando tuvieron la chance de reingresar, como el caso de Juan o Martina, entre otros.
5. Sponsors mata necesidad
Uno de los desafíos del formato es arreglarse con lo que hay, sin chance de ir al Chino, al kiosco o de tener una heladera híper poblada. Por eso cada semana se planteaba un desafío por el manejo del presupuesto: si se lograba la prueba, contaban con buena cantidad de «dinero» para ir al mercadito montado en el estudio.
Pocas veces lograron presupuesto completo. Pero jamás llegaron al hambre ni a la mezquindad en las reservas, ya que los sponsors entraban sus productos a cuento de todo: que pizzas, que cerveza, que hamburguesas, que jugos de frutas…
Ya sabemos que esto es un juego, que es televisión, y que todo formato se puede adaptar. Pero, en algunos puntos, tal vez sea mejor garantizar el ABC del producto madre: la convivencia, el aislamiento social y tecnológico y la necesidad a la hora de la escasez de recursos.
Bonus track
Ya está abierta la inscripción para la undécima edición de este formato que volvió -a 21 años de su estreno en la Argentina- para brillar en una tele en la que las estrellas de siempre están como apagadas.