La experiencia que he vivido durante decenas de horas en The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom no parado de brindarme toda clase de momentos muy especiales. Uno de los mayores motivos por los que la he disfrutado tanto ha sido porque no quería saber casi nada del juego para así llegar con la información justa y necesaria en cuanto me hiciese con él.
Eso me permitió que ciertas cinemáticas, nuevas mecánicas, algunos escenarios o personajes que he ido conociendo supusieran una gran sorpresa a medida que los fui encontrando por primera vez. No obstante, de todas las cosas que me impactaron hay una en especial que no puedo evitar destacar, como fue el encuentro con las temibles manos.
Y es que mira que he jugado a todos los The Legend of Zelda, lo que supone haberme enfrentado a cientos de enemigos, jefes finales y otras tantas adversidades, pero nada me lo ha hecho pasar tan mal como las batallas que he vivido contra esta espeluznante criatura tan siniestra, porque ha sido la única capaz de acojonarme de verdad cada vez que me ha aparecido en pantalla.
La primera vez fue precisamente la menos mala
Todavía recuerdo el primer encuentro que tuve con las manos que fue precisamente el que me lo hizo pasar menos mal en comparación con todos los demás que me han ido surgiendo a lo largo de todo este tiempo. El motivo se debe a que no tuve que enfrentarme contra las manos porque simplemente desaparecieron sin más.
Yo no tenía ni idea de su existencia y era por la tarde en horario del juego. De repente todo el cielo se empezó a teñir de rojo, lo que me dejó patidifuso porque era demasiado pronto para que surgiese la luna Carmesí. En ese momento estaba escalando por una pequeña montaña cuando de repente empiezo a escuchar unos gritos, miro hacia abajo y veo al grupo de manos casi rozándome los pies.
Mi cara tuvo que ser un auténtico poema en cuanto moví la cámara y las vi, porque no tenía ni idea de que existía un enemigo así que lo único que quería era atraparme con cualquiera de sus manos. Naturalmente no le di la opción, aunque decidí quedarme quieto para ver qué hacían en cuanto me percaté de que no eran capaces de subir hasta el lugar en el que me encontraba.
Mi sorpresa fue que, no sé si por puro aburrimiento o no, solo tuvieron que pasar unos 30 segundos o así para que las manos desapareciesen por completo, dejando tras de sí algunos objetos, como dando a entender que había acabado con ellas. Sinceramente, en ese instante no entendí absolutamente nada, pero no tenía ganas de revivir un momento similar.
El momento del combate de verdad
A pesar de que esa vez me libré de ellas, la siguiente vez que me volvieron a aparecer no pude recurrir al mismo «truco». No voy a detallar en qué lugar sucedió exactamente, debido a que fue un encuentro obligatorio por parte del propio argumento, así que no me quedó más remedio que plantarlas cara y así descubrir por las malas por qué es realmente un enemigo tan poderoso.
El problema es que, si tuvieses que lidiar contra una sola mano no habría ningún inconveniente, pero son cinco en total las que te salen al mismo tiempo, complicando considerablemente la situación. No penséis que son el típico enemigo que se queda mirando mientras atacas a los demás, porque aquí las cinco manos te atacan sin cesar a la vez.
No es que tengan una amplia variedad de habilidades ni nada, ya que en realidad solo tienen una sola y es la de agarrar a Link por la cintura para estrujarle. Si bien esto no le quita vida como tal, lo que sí lo consigue es la corrupción que rodea por completo a las manos, que viene a ser la misma que encontraréis por infinidad de lugares del subsuelo.
Por si no fuera suficiente, las manos también van dejando corrupción a su alrededor a medida que se van desplazando. Por lo tanto, entre que te persiguen a toda pastilla, no paran de agarrarte, no te da tiempo casi a reaccionar para preparar un ataque y encima la vida se reduce a una velocidad pasmosa, este encuentro me ha resultado uno de los más duros de toda la saga. Sin duda me sacó de quicio en este lugar que tuve que combatir contra ellas.
Al menos, si atacas desde un lugar elevado el cuento cambia por completo. Sin embargo, con lo que no contaba en absoluto es con lo que sucede una vez acabas con ellas, porque ahí no acaba la pelea todavía, brindando otro momento que dejará boquiabierto a cualquiera. Y hasta ahí puedo leer para los que quieran descubrirlo por su propia cuenta.
Con una vez tuve más que suficiente
Esa pelea contra las manos me costó su buena cantidad de intentos hasta que me hice con la victoria y sin duda el mayor premio no fue la recompensa que cayó al suelo, sino la satisfacción de haberlas eliminado pensando que no volvería a encontrarme con ellas. Iluso de mí, lo peor de las manos es que te pueden aparecer en cualquier momento, ya sea en la superficie de Hyrule y sobre todo en el subsuelo.
Es decir, no tengo suficiente con pasarlas canutas con la oscuridad, los peligros y las amenazas que habitan en el subsuelo que encima las manos pueden salir de la nada en el momento más inoportuno dispuestas a dar por saco. Su aspecto ya da muy mal rollo, a lo que se suma, aparte de que cómo cambia el color del ambiente, la música tan tenebrosa que las acompaña y los sonidos que emiten ellas mismas.
No pensaba que un juego de The Legend of Zelda fuese capaz de causarme miedo de verdad, pero eso es justo lo que provoca este enemigo cuando estas tranquilamente haciendo cualquier cosa y de repente, ya sea por cómo se modifica el ambiente o la banda sonora, te das cuenta de que las manos van a salir del suelo dispuestas a aniquilarte.
Ya he aprendido a base de morder el polvo lo temibles que pueden ser las manos, así que no me escondo al admitir que cada vez que se ha repetido esta situación he puesto pies en polvorosa o he hecho todo lo posible para encontrar un punto elevado. Porque Link podrá ser muy valiente, pero el que está a los mandos soy yo y me niego por completo a que me vuelvan a dar uno de sus abrazos tan desagradables.
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