Siempre he defendido la idea de que, por encima de cualquier elemento formal, técnico o narrativo, lo que termina elevando un largometraje a un nuevo nivel es, simple y llanamente, lo estrictamente emocional y la naturaleza catártica del medio. No obstante, dentro de esta máxima, no hay género capaz de potenciar las sensaciones que se proyectan sobre el patio de butacas a un nivel remotamente similar al del musical.
Más allá de nuestras filias y fobias, los efectos de este tipo de producciones tienen base neurocientífica, que no entraré a detallar pero que gira en torno a su facilidad para atacar directamente a los circuitos neuronales adecuados sin pasar por un filtro racional —especialmente sobre los cerebros con una reactividad y una gestión de la dopamina concretas—, a su capacidad para generar sobrecargas sensoriales o al impacto superior de la voz cantada sobre la voz dialogada.
La lista de ejemplos para ilustrar esto se antoja infinita, y la notable ‘Wicked: Parte II’ es su última incorporación. Un colofón vibrante y emotivo a lo presentado en su predecesora que inyecta una mayor severidad tonal —sin abandonar su predominante ligereza—, una mayor potencia discursiva y un extra de épica para redondear la que, sin duda, es la mejor adaptación de un musical a la gran pantalla desde ‘Los miserables’ de Tom Hooper.
La magia del tercer acto
Salvando las distancias, de igual modo que ocurrió con el díptico de ‘Kill Bill’, es tremendamente injusto concebir y evaluar ambas partes de ‘Wicked’ por separado. La cinta original y ‘For Good’ —así se ha subtitulado la secuela en su país de origen— son un todo que comparte, además de un arco narrativo completo, un tono y un estilo homogéneos, pero vamos a hacer un esfuerzo para subrayar las ligeras diferencias que serían especialmente visibles en una maratón.
Puede que la distinción más sorprendente radique en el modo en que el realizador Jon M. Chu hecho ganar peso al mensaje político, presente en la cinta de 2024 aunque mucho más diluido. En esta ocasión, al obvio poso animalista hay que sumar las lecturas sobre el auge y las herramientas propagandística del fascismo y su líderes, la posverdad y la discriminación en un momento perfecto para trazar líneas con el ICE de Donald Trump y su reino de Oz estadounidense.
Más allá de esto, la segunda gran desemejanza llega dada por la naturaleza de ‘Wicked: Parte II’ como, valga la redundancia, segunda parte. Tal y como cabría esperar de una cinta que enmarca el tercer acto de una historia aún mayor, la intensidad, el drama, la tragedia y el sentido del espectáculo están a la orden del día, aunque algo descompensadas dentro del metraje, despegando una vez superado el ecuador al sumergirse en el tramo final del arco de Elphaba con el número ‘As Long As You’re Mine‘ como punto de inflexión.
Es, precisamente, ese momento el que eleva la función y saca a relucir todo el potencial del género, exprimida con unas set pieces arrolladoras en las que las coreografías, las coreografías, las voces —increíbles Cynthia Erivo y Ariana Grande— y el colorido y sobrecargado —para bien y de forma muy consecuente— diseño de producción, deslumbran y reman en una misma dirección para hacer aflorar la magia en el patio de butacas.
La dirección de fotografía de Alice Brooks redondea y escuda la solvente —pero sin alardes— dirección de M. Chu, más suelto durante los números musicales y las puntuales escenas de acción que durante los anodinos pasajes dedicados al diálogo. Segmentos que no evitan que el primer último gran evento cinematográfico sea una fantástica celebración simultánea del séptimo arte, broadway y el irresistible encanto de ambos mundos fundido en una sola obra.
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