Siempre ha encarnado una dureza casi mítica, tanto dentro como fuera de la pantalla, pero pocas veces esa imagen de Clint Eastwood se ha puesto tan a prueba como durante el rodaje de ‘Licencia para matar‘ (1975). El actor y director, famoso por personajes imperturbables como Harry Callahan o El Hombre sin Nombre, decidió llevar su obsesión por el realismo hasta las últimas consecuencias, filmando escenas de escalada en los acantilados auténticos del monte Eiger, uno de los entornos más peligrosos para rodar en la historia del cine. 

Lo que debía ser un thriller de espionaje con guiños a James Bond terminó convirtiéndose en una experiencia extrema que dejó a Eastwood conmocionado durante días, y cuyo rodaje estuvo marcado por riesgos reales, una tragedia irreparable y la voluntad férrea del intérprete por seguir adelante pese a las consecuencias psicológicas del reto. Esta es la historia de cómo una sola secuencia logró impactar al actor más imperturbable de Hollywood.

Una maniobra complicada

En ‘Licencia para matar’, Eastwood interpretó al profesor y exasesino Jonathan Hemlock, obligado a regresar a la acción y ascender los traicioneros acantilados del Eiger para cumplir una última misión mortal. Para el actor, sin embargo, la ficción se mezcló con el peligro real cuando decidió rodar las escenas en localizaciones verdaderas. Según relató en el libro ‘Clint Eastwood: Interviews, Revised and Updated’, la caída controlada por una cuerda de seguridad no fue tanto un desafío físico como mental: el actor aseguró que estuvo “conmocionado durante tres días” tras ejecutar la maniobra. 

Nos colgamos del acantilado y construimos una escalera para el plano descendente. Tuve que soltarme. Fue algo psicológicamente perjudicial […] Lo haces y durante los tres días siguientes, te quedas mirando fijamente. No dices mucho más”

A pesar de que la película recibió críticas tibias, algunos aspectos sí fueron celebrados. Ese reconocimiento tenía un peso especial considerando la obsesión de Eastwood con evitar cualquier truco de estudio: quería que todo fuera real. «Lo hicimos todo, colgando a dos mil pies sobre la primera salpicadura», explicó, reivindicando la decisión de filmar en condiciones auténticas y sin trucos.

El rodaje no solo fue intenso para el propio Eastwood: la producción quedó marcada para siempre por la muerte del escalador británico David Knowles, de 26 años, que falleció tras ayudar a rodar una escena con caída de rocas junto al asesor de escalada Mike Hoover. La tragedia ocurrió el segundo día de rodaje y afectó profundamente a la moral del equipo, especialmente a Eastwood, que no quería que el esfuerzo del escalador fuera en vano y decidió continuar con la película pese al impacto emocional. El actor, que ya cargaba con la tensión de sus propias escenas de riesgo, llevó ahora también el peso de esa pérdida.

A pesar de todo, ‘Licencia para matar’ sobrevivió como un título peculiar dentro de la filmografía de Eastwood: criticada por su guion, admirada por su audacia visual y reivindicada por algunos fans como una rareza fascinante. Con música de John Williams y un protagonista que ofrece quizá la versión más cercana a un James Bond que Eastwood hubiera interpretado, la película queda como testimonio de un cine de riesgo real, anterior a la era Tom Cruise, en el que las cuerdas eran auténticas, los acantilados no perdonaban y las consecuencias podían sentirse durante días.

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