El director español ofrece una de las producciones más impactantes de los últimos tiempos, protagonizada por Eduard Fernández y Miguel Ángel Silvestre. Además, un viaje a los años setenta de la mano de un depredador sádico.
30 monedas
Cuando estuvo acá, en 2018, Alex de la Iglesia nos confesó que, frente a las dificultades para producir cine en España, estaba buscando un proyecto que le permitiera meterse en el mundo de las series. Vaya si lo consiguió. 30 monedas es de lo más cine que vas a encontrar en ese universo sobrepoblado. Una megaproducción que no hace uso y abuso del drone, que no especula con los cliffhangers ni los spoilers, que sin arrodillarse por el impacto fácil es de lo más impactante que se ha producido en los últimos tiempos.
Todo lo que ya se ha dicho sobre este regreso del director español a su mejor y primera forma (El día de la bestia, La comunidad) es cierto. Con sus colaboradores habituales (Jorge Guerricaechevarría en los libros), consigue ocho sustanciosos capítulos largos, algunos hablados en buena parte en italiano, que dejan la cabeza llena y el corazón palpitante. El estado de gracia es general, como en esos proyectos en los que todo sale bien: los guiones, los diálogos, la estupenda música de Roque Baños, el elenco extraordinario.
De la Iglesia tiene un gran ojo para la elección y dirección de actores, y aquí hay al menos dos que parecen en su salsa haciendo algo muy distinto que les queda como anillo al dedo. Eduard Fernández, como el cura con pasado de exorcismos que recae en el pequeño pueblo, y Miguel Ángel Silvestre (Sense8, Velvet, Sky Rojo), como el alcalde, involuntario sexy, pollerudo, que se enamora de Elena, la chica guapa, la veterinaria del pueblo (Megan Montaner).
Son el trío protagónico, entre una decena de personajes secundarios igual de interesantes. Todos capaces de secretos y matices, de personalidades de varias capas, interpretados por actores que entienden la ironía y son capaces de reírse de sí mismos, especialmente en el caso de Silvestre. ¿De qué va la cosa? En un pequeño pueblo donde se conocen todos empiezan a pasar cosas extrañas. La primera, una vaca da a luz a un bebé. El loco del pueblo quiere sacrificarlo porque intuye la presencia de lo maligno, pero el nuevo cura toma cartas en el asunto. De ahí, en mucho más. Un festival de terror, esperpento, comedia negra, españolada, intrigas vaticanas, gore clerical y homenajes a media historia del cine, sin correrse de la suculenta historia que cuentan esos personajes, bajo la que subyace la leyenda de una sagrada escritura de Judas, el de las 30 monedas.
Stephen King y Berlanga, John Carpenter y el Miguel Delibes de Los Santos Inocentes, Hitchcock y Darío Argento se combinan en armonía en la historia de estos sujetos que queremos volver a ver pronto. Que cuando mete miedo, mete miedo en serio. La segunda viene en camino.
La Serpiente
Llegó con éxito al streaming esta serie producida por la BBC con los ingredientes irresistibles de la época: ficción basada en hechos reales. La historia de Charles Sobrahj, asesino en serie de origen francés, que actualmente cumple condena por treinta asesinados probados. Un estafador con rasgos de sadismo que se dedicó a engañar, robar y matar turistas en Nepal en los setenta.
Lo interpreta el notable Tahar Rahim (Un profeta, El Mauritano), en una composición de un tipo frío y calculador, el que en la fiesta, mientras todos se dejan llevar por el mareo, permanece atento y observador, sin moverse un milímetro de su objetivo. Un depredador bajo la apariencia de encanto que ofrecía asistencia a los viajeros occidentales, hippies en busca de experiencias espirituales. Su método de caza consistía en mezclarles la bebida con una droga que los sedaba. Sus métodos de asesinato eran de un nivel de sadismo y crueldad que pone los pelos de punta.
Cuando una pareja holandesa desaparece, un empleado de esa embajada empieza a seguirle la huella ante la pasividad de la policía de un sistema corrupto. Hasta ahí la línea central del argumento, que construye una ficción prolija en torno a esas andanzas reales, como se ha dicho. Porque lo más interesante de La Serpiente no pasa tanto por la reconstrucción de ese personaje siniestro, sino por la de ese tiempo y lugar. Una especie de meca para los mochileros en busca de aventuras e iluminaciones.
Con travelers checks, sonrisa amigable y mucha marihuana encima, hippies europeos y americanos aterrizaban en Bangkok con ánimo de llega hasta las alturas de Nepal para meditar con los monjes. La generosa banda sonora acompaña de la mejor manera ese regreso a la época: desde Serge Gainsbourg a Funkadelic, Bob Seger, Joni Mitchell y los primeros Stones.
Hay algo en la captura de ese espíritu de libertad, de paz y amor entre hermanos del mundo que La Serpiente, y su producción notable, capta con toda su carga de melancolía. Pues ahí estaba esa serpiente, esperando agazapada para inocular su veneno mortal en el corazón de la diversión y la inocencia, de un mundo que ya no existe.