Aunque es actor, Jorge Marrale parece de esa gente que se posiciona contra la trama. Un caso particular tratándose de un intérprete de larga trayectoria. Esto por ejemplo quiere decir que ahora, en este mismo momento, él podría estar caminando por la calle sin que nadie lo reconociera.
¿Será tan así? ¿Estará de buen humor Marrale? ¿Irá a la cancha? ¿Vivirá en casa, country, departamento? ¿Manejará un auto caro? ¿Tomará coca lai? ¿Dirá “el kirchnerismo es…”?
Junto a Darío Grandinetti y la muy difundida Mercedes Morán, Marrale, un tipazo desde el minuto cero, trabaja en Empieza el baile, especie de road movie tanguera donde una pareja de bailarines se reencuentra bajo el trauma del recuerdo para una misión de corte (y quebrada) sentimental.
Aquí Marrale hace de ese perfecto actor de reparto que tan bien le sale: el amigo fiel, el gomía del bar de la otra cuadra, uno de esos sujetos entrañables que está en las buenas y en las malas.
Es una historia escrita y dirigida por Marina Seresesky. Marina es una argentina que vive en España desde hace más de 20 años, sin embargo, y al mejor estilo Messi, no se le pegó el acento gallego.
La vemos y a simple vista parece una mujer de lo más agradable. Lástima que esta vez no nos haya tocado entrevistarla. Se la nota contenta en el hotel donde organizan la movida de prensa. De golpe la cruzamos en un pasillo y le comentamos que la benemérita “madre del tango”, interpretada por Mercedes Morán, es bastante disruptiva y sería difícil de entender para un fulano como Pichuco.
La respuesta, que llega amable y con probado interés de su parte, no está totalmente relacionada a ciertas cuestiones de género que se imponen últimamente, pero más o menos anda por ahí. En fin, le damos un beso y un abrazo porque ahí viene Marrale.
-¿Cómo va la vida, Jorge?
-Bien, querido, gracias.
-Lindos ojos claros. Como Ricardo Darín. ¿Eso significó algo en tu carrera?
-No, jajaja, no tanto. De repente te pueden llegar a decir “qué lindos ojos” y demás, eso sucede, pero creo que más que lo ojos lo que importa en este trabajo es la mirada. Y te lo digo de verdad: la mirada y el color de los ojos son cosas completamente distintas.
-Mirá vos…
-Yo me he enamorado de este oficio, lo que tomo es el oficio, por eso te hablo de la mirada del actor. Es lo que rescato a través del tiempo y en este caso en particular, en esta película, evalué que podía trabajar con amigos, que había algo de comedia que me gustaba en el libro y que se trataba de una directora: cada vez me gusta más la dirección de las mujeres.
-¿Por?
-Tienen una mirada que me hace reflexionar de otra manera ciertas cosas.
-Faaaa, ¿te gustaría hacer algo con Lucrecia Martel?
-¡Pero por supuesto que sí! ¡Claro! ¡Lucrecia! Conocí mujeres muy laburadoras y con un misterio especial para dirigir, para organizar la puesta en escena, mujeres más jóvenes como Marina, que tiene una forma de tomar riesgos estéticos y que sabe acerca del tratamiento que hay hoy de los vínculos…
Actor internacional
-Vos fuiste uno de los primeros actores argentinos que se volvieron internacionales hace 30 años con “El marido perfecto”…
-Uhhh, sí, la de Beda Docampo Feijóo. Y antes había hecho con él Los amores de Kafka.
-Pero en “El marido perfecto”, si no me equivoco, trabajás junto a Tim Roth que venía de hacer «Perros de la calle» con Tarantino…
-Praga, Ana Belén, sí (parece estar haciendo memoria sobre la marcha) Sí… con Tim Roth y otro actor inglés fabuloso que ahora no me acuerdo como se llamaba. Me encantó trabajar con esa gente, pero nunca me hice a la idea de tener una carrera internacional. Con Beda somos amigos, hablamos por teléfono casi todos los domingos. Es lo bueno de haber trabajado con amigos. Lo mismo me pasa con Darío (Grandinetti).
-Con Grandinetti trabajaron juntos dos mil veces…
-Ufff, sí, tantas cosas, películas con Darío, películas dirigidas por Docampo Feijóo, como la del Papa…
Amigos en el set
-¿Los actores se hacen amigos trabajando juntos?
-No, con Darío nos hicimos amigos por nuestras familias. Vimos crecer a nuestros hijos, tenemos también una historia de viajes en común.
-¿Pero coinciden de casualidad en los trabajos o funcionan en tándem? “Los mosqueteros” “Baraka”, “Mineros” “Francisco”…
-Yo hice con Darío mucho Atreverse en Canal 11, hicimos Darse cuenta, no sé bien cómo se va dando…
-¿Te considerás un actor taquillero?
-¿Taquillero? ¿Qué es un actor taquillero?
-¿Vos podrías explicarme el fenómeno de Guillermo Francella o el fenómeno Darín?
-Bueno, ellos son dos compañeros justamente muy taquilleros, sí, sí. Son dos actores que tienen una corriente de público muy cercano a ellos y se advierte que los siguen con mucho cariño. Tienen un carisma muy fuerte, muy convocante. Creo que lo mío pasa por otro lado, yo estoy en otra línea…
-¿Qué línea?
-No sé cómo decirte, soy un actor al que le gusta trabajar cuando le dicen “creo que esto es para vos”. Y ¿sabés qué?, también me gusta probar y que el oficio del actor no sea estar encasillado.
-¿Qué hay que tener para ser buen actor?
-Lo importante, creo yo, no es que te vean sino qué necesidad tiene uno de mostrar, de expresarse. Yo no podría haber sido pintor ni bailarín. Creo que lo que mueve a un actor es la transmisión. Decir. Llevar. No hablo de eso de ponerse en la “piel” del otro.
-¿No te sentís a veces mejor actor que el texto que estás interpretando o mejor que la dirección que te toca en suerte?
-Si me pasa algo de eso, lo digo. Y lo digo antes de hacerlo. Si yo veo un texto donde hay cosas que no encajan, voy y lo digo. No lo cambio por mi cuenta, lo hablo: «¿Qué te parece si mejor no decimos…?”.
-De una manera amable.
-Nunca me considero por encima ni por debajo. Soy un intérprete al que convocaron para hacer determinada cosa. No soy de los que terminan una película o algo y dice: “Uh, qué cagada esto”. Lo hice porque lo elegí y porque me eligieron. No soy de los que se quejan. Si no me salió bien a mí o la obra no cerró del todo, bueno…
-¿Con quién te confunden?
-Algunas veces con Juancito Leyrado, como a Luis Machín lo confunden conmigo, jajaja…
-Nunca como en esta película vi al tango tan envejecido, tan arcaico. Hasta me dio un poco de angustia ese telón de fondo…
-No soy tanguero, tanguero. Yo escuché mucho de chico por mi familia, pero no sigo el tango. Sí me impactó mucho Piazzolla y eso ocurrió en la parte moderna de mi vida. Me parece que debemos reconocer que el tango tiene una poética de otra época, de otros años, los ’30, los ’40, un período que quedó bien reflejado. Pero eso ya pasó, como con el folclore. Es un vértigo, Buenos Aires transforma todo, ¿qué cosa no se trasforma vertiginosamente en Buenos Aires?
-¿Güerrín?
-La pizzería, claro, jaja. Buenos Aires no para de romper, ¿pero qué es lo que se sostiene en pie?
-Héctor Alterio se sostiene: 93 años y todavía actúa.
-Qué increíble, mirá la historia de Héctor, teniendo que rajar de la Argentina con 40 años, construyéndose familia, carrera, todo afuera. El viene a despedirse de Buenos Aires, de donde fue echado alguna vez. Fue echado de su país…
-¿Cuándo se retira un actor?
-No lo sé, si vos me decís cuándo, pienso que quizá cuando te falle un poco la salud. Para mí es congénita la actuación. Mientras tanto, yo sigo tocando la mandolina porque es la forma en que uno sabe ganarse la vida. Yo me fui dando cuenta de que este oficio me sirvió para saber de mí. Tal vez mi exagerada necesidad no fue actuar, sino conocerme en profundidad.
POS