Un recorrido por la casa donde vivió y murió Urquiza y las huellas de Sarmiento.
Rojas, amarillas, blancas. Todo huele a rosas en el jardín del Palacio San José, donde vivió y murió Urquiza, una alquimia de aromas y colores que invita a poner el hocico en 1870. Por esta amplia galería de columnas toscanas que hoy cuidan 10 estudiantes de museología vestidos con guardapolvos blancos, ingresó una mañana Sarmiento para visitar a su adversario. Y lo hizo a través de un largo camino tapizado con pétalos de rosas. Rojas. Como la divisa punzó del caudillo federal y dueño de casa.
Lo recibieron miles de soldados que alguna vez habían jurado la muerte a “los salvajes unitarios”. Fue el primer viaje al interior del país que hizo el sanjuanino como presidente. Y aún hoy se conserva en esta casa-museo de Entre Ríos la cama donde durmió. La habitación luce intacta, con canilla de agua y todo.
Cuenta la historia que Urquiza se la mandó poner para impresionarlo, para que vea que él no era ningún bárbaro, sino todo lo contrario. Al ver el novedoso sistema de circulación de cañerías (que aún no existía en Buenos Aires) y el gran recibimiento de los federales (que incluyó puchero criollo y vajilla para la ocasión que también se exhibe en el palacio), Sarmiento habría dicho la famosa frase: “Ahora sí me siento presidente de todos los argentinos”.
Pero la cordial reunión que parecía dejar atrás la primera gran grieta del país duró poco. Dos meses después, Urquiza fue asesinado en su propia casa, acusado de “traidor” por sus seguidores más fanáticos. Las manchas de sangre siguen ahí, protegidas con un vidrio sobre la puerta del dormitorio principal. Como siguen las rosas en el jardín. Y sus espinas.