“Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta el lugar en que se forma el silencio”, dice Alejandra Pizarnik. El manuscrito de este texto forma parte de una obra de Osvaldo Salerno, arquitecto y artista contemporáneo paraguayo, director de la galería Fábrica de Asunción y uno de los motores detrás de la milagrosa existencia del Museo del Barro. Su figura polifacética, curiosa para otras latitudes, explica como pocas la escena del arte en Paraguay, dominada por el esfuerzo de sus gestores ante la presencia casi nula de instituciones culturales oficiales.
Hasta el domingo 13, el circuito se activó gracias a la segunda edición de Pinta Sud ASU, cuyo factótum, el argentino Diego Costa Peuser, organiza también Pinta Miami y Perú y Pinta BAPhoto. Hubo conversatorios con críticos y teóricos, recorridos por colecciones privadas y talleres de artistas, inauguraciones en galerías, la visita de Pablo León de la Barra, curador de arte latinoamericano del Museo Guggenheim, y la presencia institucional de la provincia de Corrientes de la mano de Gabriel Romero, presidente de su Instituto de Cultura, quien llevó la muestra del colectivo correntino Yaguá Rincón.
La colección de Daniel Mendonca, un jurista que comenzó a comprar arte local hace 20 años, suma más de 800 obras. Parte de ella puede verse en el Centro Cultural de España Juan Salazar, con espléndida curaduría de Adriana Almada.
Mujeres
El país de las mujeres es el título de una muestra que busca desenterrar con el lenguaje, como diría Pizarnik, la condición de la mujer en el Paraguay, desde el momento en que casi no quedan hombres (cuando murieron incluso los niños en la Guerra de la Triple Alianza), hasta la invisibilización de hoy. La exhibición puede leerse como un recorrido por un dolor que intenta ser procesado: “En mí habitan muchas mujeres infelices”, en palabras de la artista Josefina Pla.
Hay mujeres indígenas que dibujan con birome, hay arte como catarsis (la espléndida obra de Sara Leo pintada con el dedo, un autorretrato al grito de “Solo quiero estar”), hay arte geométrico y textil (“el arte geométrico ya estaba en Paraguay con el Ñandutí”, dice la curadora), y hay un tándem de obras que Almada exhibe en el que es quizás el mayor acierto de la muestra.
Se trata de un conjunto de cerámicas eróticas de la artesana Rosa Benítez (“esto es lo que hacemos con mi marido”), dispersas en una vitrina; por encima cuelgan dos dibujos de la consagrada Laura Márquez, retratando a su marido viejo y enfermo.
Almada narra así los dos momentos del amor: el de la pasión y el del cuidado. Extraordinarias son también las fotos de Claudia Casarino: autorretratos en donde el contorno de su figura aparece relleno del espacio doméstico.
Si de mujeres se trata, la visita al taller de la ceramista Julia Isidrez es una experiencia memorable. Lejos de la ciudad, en el pueblo de Itá, la incansable Julia hace objetos inclasificables. “Aprendí de mi mamá a hacer cántaros y cantarillas. Que después no se usaban más porque apareció la heladera. Entonces mamá comenzó a liberarse y a hacer figuras zoomorfas y antropomorfas. Ella llevaba la chacra y yo la acompañaba y miraba los gusanos que se comen las hojas de mandioca. Un día moldée mi barro y yo empecé a hacer lagartos, mis siete cabezas, los gusanos”.
Sus cabezas, sus gusanos y sus lagartos ya fueron exhibidos en Documenta en Kassel y en la Fundación Cartier de París. Ella sigue alimentando su horno con piezas hechas del barro que recoge de una cantera, desbasta pisándolo con el pie, afina con caña tacuara, y moldea a mano a pura poesía. Luego de secarlas al sol y hornearlas en un horno que es el de su madre, las tiñe al fuego con hojas de mango. Mientras que recibe a sus visitantes con sopa paraguaya, chipá y torta con la imagen de San Cayetano.
Muchas de sus piezas más emblemáticas forman parte de la colección del Centro de Artes Visuales Museo del Barro, una institución que depende de la Fundación Carlos Colombino, artista ya fallecido que fundara el museo junto con el historiador del arte Ticio Escobar.
Su hija Lia Colombino está a cargo del Museo de Arte Indígena, una de las áreas del Centro, y junto con Escobar y gracias al financiamiento de instituciones como la Getty Foundation, desarrolla el archivo del museo, clasificando y estudiando miles de piezas de arte precolombino, indígena, religioso y contemporáneo que están magníficamente exhibidas.
Lia explica con pasión el choque entre dos mundos: el imaginario guaraní, hecho de suavidad y equilibrio, y el barroco español, de drama y dolor. En esa hibridación, la Virgen Dolorosa sonríe sutilmente a pesar de los puñales clavados en su corazón, y sostiene entre sus brazos a Cristo muerto que, a pesar de ser un adulto de 33 años, tiene el tamaño de un niño, el tamaño del hijo.
El circuito continúa en las galerías; la nueva obra de Marcos Benítez puede verse en el precioso espacio recientemente inaugurado Textilia, y Fidel Fernández inauguró el miércoles en la galería Arte Actual. Fernández es un artista autodidacta que hace pinturas hiperrealistas densas, picarescas, de crítica social.
Sus inicios fueron muy difíciles, y su obra recrea sin romanticismo un mundo que conoce bien. Las esculturas hechas con hormigueros son poesía. En palabras de Pizarnik: “Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa”.
*Eleonora Jaureguiberry es Secretaria de Cultura y Ciudad de la Municipalidad de San Isidro
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