Anna, su hermana mayor, murió antes de cumplir dos años y no llegó a conocerla. Pero su otra hermana Hermina, 4 años menor que ella, falleció de neumonía a los diez. Y ningún argumento le alcanzó para sobrellevarlo. En parte, por eso, cuando ya era una pintora profesional, que vivía de vender paisajes y retratos, empezó a crear en secreto su obra más importante.
La sueca Hilma af Klint (1862-1944) es desconocida para muchos pero fue pionera entre pioneros del arte abstracto.
Desde la década de 1960, cuando Erik, su sobrino y único heredero, abrió los baúles que le había legado y descubrió 1.300 cuadros y 26 mil páginas mecanografiadas, la historia de esa corriente artística tuvo que empezar a ser modificada.
Cinco años antes de que Vasily Kandinsky publicara De lo espiritual en el arte (1912), libro fundacional de la abstracción, Hilma ya la pintaba.
Hilma fue una adelantada oculta, primero por consejo y decisión y después porque contradecir a Kandinsky, quien afirmaba haber sido el primer artista de ese movimiento, para reconocer a una mujer fue hasta poco impensable.
Hilma se anticipó por, al menos, dos grandes impulsos. Por un lado, su pasión por el arte. Lo estudió en la Universidad de Estocolmo, donde brilló, y poco después de egresar, entró a la Real Academia de su país, una de las pocas que admitía mujeres. Su otro envión fue el dolor, que la impulsó a buscar respuestas en el esoterismo.
Arrancó su obra de avanzada en 1906, en medio de esas indagaciones en «más allá de lo visible». En 6 años su serie Las pinturas para el templo reunió 193 piezas (aunque en 1909 tuvo que parar para cuidar a su mamá enferma). Pintaba algo así como «dictados», según decía.
En 1918 Hilma empezó a analizar su propia obra y, como sus cuadros eran grandes, los reprodujo miniaturas que llevaba en una valijita, a modo de museos portátiles -idea que Marcel Duchamp estaba masticando-.
Fue el filósofo Rudolf Steiner -referente de la antroposofía que se autodenominaba «clarividente«, editor de archivos de Goethe y experto de Nietzsche– quien le aconsejó que no mostrara su trabajo hasta 50 años después de muerta. ¿El motivo? Lo que exhibían Kandinsky, Kasimir Malevich o Piet Mondrian– quienes también seguían a Steiner- ya era escandaloso. Un mix geometría y misticismo,creado por una mujer, le parecía inaceptable.
Hilma murió a los 82 años, tras ordenar que no se mostraran sus pinturas por un lapso menor al recomendado por Steiner: 20 años. Pero recién en 1986 se exhibieron algunas en Los Ángeles. En 2018 el Guggenheim de Nueva York le dedicó una muestra que atrajo a 600 mil visitantes y se convirtió en la más visitada del museo en sus 60 años.
Sus cuadros están poblados por óvalos, espirales, altares con símbolos de rosacruces y masones -donde coló florcitas- y círculos que aluden a cisnes blancos y negros, la luz y la oscuridad, y que resultan conmovedores.
Hilma confiaba en que las formas desnudas nos libran de pre-juicios, en que “nada nos piden encontrar, sino quizás a nosotros mismos”. Y aún hoy su obra te da esa oportunidad.