Los retratos suelen hablar de sus autores incluso más que de sus protagonistas. Pero no siempre los interrogamos sobre esto.
Buena parte de las imágenes «oficiales» de Sarmiento, por ejemplo, son obra deEugenia Belín Sarmiento, su nieta. Ella aprendió a pintar de chiquita con su tía Procesa, hermana de Domingo Faustino.
Eugenia nació en San Juan en 1860. Procesa ya había vuelto de Chile, donde los Sarmiento se habían exiliado durante el rosismo. La tía también dibujaba bien desde nena y en Santiago había asistido al taller del pintor francés Raymond Monvoisin.
Sobre el encuentro entre Procesa y ese profesor, Sarmiento escribió: “Le puso un manojo de pinceles en una mano, diciéndola: pinte, con el pincel que tenía en la otra. ¿Cómo he de pintar sino conozco los colores?, contestó la joven aprendiz. Eso no se enseña, pinte como lo entienda”.
Procesa fue retratista, docente y fundadora de escuelas, y creó collages extraordinarios que me invitan a pensar en los que haría más de un siglo después el gran Antonio Berni. Como sea, luego de las clases con ella, Eugenia se formaría en talleres en Buenos Aires y en Holanda, Bélgica, Italia y Francia.
Sarmiento también escribió sobre el trabajo de Eugenia y en 1883, cuando ella se mudó a Buenos Aires, ayudó a que la conocieran. “Hace progresos admirables, gana en la opinión y puede ser que adquiera fama y dinero con su pincel. Ya tiene en promesa 7 retratos”, escribió ese año. “Todos le aseguran una carrera espléndida”, insistió en 1884. Crónicas de la época dicen que al prócer se le humedecían los ojos cuando elogiaban a Eugenia.
La historiadora del arte Georgina Gluzman, autora del libro Trazos invisibles -sobre artistas pioneras olvidadas- señaló que uno de los retratos de Sarmiento más logrados por Eugenia es el que lo representa justo cuando se levanta de un sillón. Seguro lo vieron. Muestra aires naturalistas y los claroscuros marcados, claves en su trabajo. Además, “inmortaliza el momento en que el político arroja la pluma para involucrarse de lleno en la acción”, marcó.
Durante la década de 1890 Eugenia expuso en el Salón del Ateneo, donde también exhibieron Julia Wernicke o María Obligado -quien pintó a San Martín en la cama cuando se estaba muriendo, como ser humano-, y ganó reconocimientos, además de clientes. Hizo de todo: naturalezas muertas, desnudos y hasta le puso rostro también a Caperucita roja.
El Museo Histórico Sarmiento, el Marc de Rosario y la Casa Natal de Sarmiento, entre otras instituciones, tienen obras de Eugenia pero parte se perdió.
De hecho, ya en 1988, la artista Fabiana Barreda encontró un cuadro asomando de un volquete en el barrio porteño de Palermo. Resultó ser Retrato de María Amelia Sánchez de Loria, pintado por Eugenia. La crítica Rosa Faccaro, mamá de Barreda, estaba organizando una muestra pionera sobre pintoras argentinas y lo incluyó. Gluzman curó otra expo clave hace casi 5 años, El cannon accidental, en el MNBA, y volvió a exhibirlo.
Pero, ¿cuántas veces escucharon hablar de la pintora que creó imágenes de Sarmiento que se reprodujeron en los libros escolares? ¿Y de su primera maestra?