“Creo que el germen del libro está en las charlas con algunos amigos y amigas de Villa Ramallo que se fueron a Buenos Aires y con los que mantengo una amistad de años. Uno de los temas recurrentes, cuando aparece alguien de otro lugar, es el asalto al Banco Nación. Es, como se dice, la carta de presentación del pueblo”, le cuenta Ezequiel Pérez a Clarín acerca de los orígenes de La demora, su último libro.
En el principio estuvo el ruido. Un niño de doce años descubre el sonido de un helicóptero. Lo que no sabe es que aquella libélula metálica que sobrevuela su Villa Ramallo natal va camino al Banco Nación ubicado en el centro de la ciudad a acompañar a cientos de agentes policiales de todas las fuerzas especiales existentes que se apersonaron en el lugar. Los noticieros transmitían en vivo una de las tomas de rehenes más mediáticas de las cuales se hayan tenido registro. Luego de más de veinte horas de tensión e incertidumbre, la noche trajo el peor final.
En un intento de escape, los delincuentes se subieron al Volkswagen Polo verde del Gerente del banco, uno de los rehenes, con este al volante, su esposa a su lado y el contador atrás. Los tres serían sus escudos humanos. Apenas comenzaron a avanzar, la policía los acribilló a balazos. Más de cien disparos de los cuales 48 impactaron en el vehículo. El gerente, el contador y uno de los delincuentes murieron al instante. La prensa le puso título: “La Masacre de Ramallo”. La quietud de aquella localidad con pulso de pueblo estalló por los aires. Eso quedó grabado en la memoria de aquel niño que tiempo después se convertiría en escritor.
Una crónica
En diálogo vía Whatsapp desde Barcelona, donde se encuentra viviendo en la actualidad, amplía cómo abordó este hecho luego de que le propusieran escribir una crónica para la colección Surcos del territorio co editada por los sellos La Pollera y Salvaje Federal. Decidió escribir “no tanto con el hecho en sí” –explica– “sino con sus bordes”.
En el tono, hay algo de no ficción pero bastante de literatura autobiográfica. Para encontrar esos mecanismos, trabajó “con total impunidad respecto al género”. Se explaya: “Me puse a escribir, sin más, hasta dar con el tono. En la búsqueda las cosas se mezclaron. Sobre todo porque a mí me importaba, antes que el hecho en sí, el anecdotario personal, el impulso de hacer saber al otro qué se estaba haciendo en ese momento, cómo le había afectado, qué hizo después”.
En las primeras cincuenta páginas, Pérez indaga sobre esto como un entomólogo. Su lupa está puesta en la anécdota, el diálogo chiquito, las derivas y la memoria como un perfume evanescente. Esto, por momentos, puede generar algo de ansiedad en aquel lector que se haya zambullido en el texto intentando conocer más detalles del hecho policial en sí. Sin embargo, resulta una interesante búsqueda estética que posibilita nuevas indagaciones.
Respecto a este anecdotario, comenta: “Me pasaba que cuando decía que estaba escribiendo sobre el asalto al Banco, todos tenían algo para contar al respecto: el miedo que habían tenido, alguna situación que se desprendía de esas horas, incluso alguna situación graciosa que había pasado con algún vecino”. Aporta una clave más: “Detrás de la anécdota, entiendo, estaba el deseo de influir en el relato del hecho”. Todos fuimos, todos somos, todos podemos ser.
La segunda parte del libro se mete de lleno con la “Masacre de Ramallo”. Se aleja, aunque también se mezcla, con los recuerdos del autor. Decidió narrarlo así desde un principio “porque quería que se accediera a ese relato después de haber atravesado las calles laterales del pueblo, de lo que yo recordaba y de lo que me habían contado que otros recordaban. Es decir, que se hiciera un pequeño desvío antes de mirar las puertas del Banco”.
Más allá de su intención de abordar el suceso por medio de sus desvíos, también aclara que le dedicó tiempo a la investigación periodística: “Me hice con todo el material posible: entrevistas, notas, videos, comentarios. Fui recogiendo testimonios, también, pero con los ojos de quien busca un chispazo para la escritura y no una serie de datos”.
El sentir de un pueblo
De algún modo, el libro se pregunta sobre el sentir de un pueblo. Una comunidad que avanza con un ritmo propio, por momentos lento en comparación al pulso demencial de una urbe pero a paso firme. Pequeños sentires entrelazados.
Al respecto, el escritor le confiesa a Clarín que “con el tiempo fui entendiendo que es un engaño pensar que uno puede acceder a lo que un pueblo entero siente o piensa ante un hecho, como si fuera una reacción uniforme y cristalina” y dispara otra sentencia: “Podría decir que esa supuesta certeza del pueblo chico en el que nos conocemos todos se rompió. Lo que parecía transparente se hizo opaco y extraño”. Admite, también, que esto pudo haber influenciado en su escritura o en el punto de partida de este relato.
El hecho sigue dando que hablar. Recientemente, a 25 años del acontecimiento, se dio a conocer que la justicia reabrirá la causa para investigar la dudosa muerte de Martín René Saldaña, uno de los responsables del robo que apareció ahorcado horas después en circunstancias poco claras en un calabozo en la comisaría donde se encontraba detenido.
Sobre el final, Pérez narra su regreso a Ramallo, cómo camina por las mismas calles y veredas por donde anduvo a los doce años cuando varios vecinos se reunieron en un aniversario de la masacre pidiendo justicia.
El recuerdo aparece como algo furtivo, esquivo y, al mismo tiempo, inevitable. Como una mancha difícil de quitar. “El pueblo cambió mucho desde que me fui. Te diría que siento un extrañamiento muy grande cada vez que voy de visita”, comenta el autor y continúa: “Para mí esa esquina del Banco Nación está marcada. Tiene el signo de la balacera y del revuelo que se armó en los días posteriores, de las largas horas viendo en los noticieros las imágenes de mi pueblo. Sí me sorprende que no haya otro signo más que el del recuerdo. Hoy no hay casi nada que señale lo que sucedió en esa calle. Como si se hubiese querido borrar esa noche”.
La demora, de Ezequiel Pérez (La Pollera y Salvaje Federal).