La protagonista de Atusparia (Random House), la última novela de la escritora peruana Gabriela Wiener, se encuentra en una cárcel de máxima seguridad en el medio de la selva amazónica. Se hace llamar como el nombre de la novela que a su vez refiere a uno de los líderes de la resistencia indígena peruana del siglo XIX y a una escuela alternativa que funcionó en Peru durante los años 80 hasta la caída del Muro de Berlin. En esta entrevista con Clarín, la escritora habló de esa experiencia, de la que también fue parte, de la actualidad de las luchas indígenas y campesinas y de la literatura y su rol en el mundo.
–Contanos sobre el origen de la escuela Atusparia.
–Yo le presté un poco al personaje de Atusparia, que no soy yo evidentemente porque si no acabaría todo muy mal para mí, un poco de mi historia. En la época de los años 80 había muchos colegios que tenían visiones alternativas sobre qué y cómo educar, pero quizás el mío era un colegio más aún más politizado: te podías encontrar ahí como un crisol de todas las izquierdas a través de sus hijos, desde la socialdemócrata hasta la guerrillera. Pensé que esa escuela podía ser una metáfora de cómo funciona la izquierda por dentro. Fue un proyecto educativo muy interesante que aunaba un poco todo ese conocimiento científico de la Unión Soviética; fue fundado por gente que se fue a estudiar a la URSS y regresó, tuvo incluso profesoras rusas. Y a la vez estaban esos profesores peruanos o la profesora de literatura, Asunción, que más bien lo que estaban tratando de hacer era lo que Mariátegui decía que había que hacer, eso que la revolución no sería ni calco ni copia del extranjero, sino que sería una creación de los propios pueblos. De esa manera intentaban aplicar ese socialismo a la realidad nacional.
–En un país fundamentalmente indígena, ¿verdad?
–Claro, en todo caso en Perú tendría que ser la dictadura del campesinado. En el libro cuento cómo se vivía esa experiencia desde esa pequeña escala, en ese universo donde la utopía funcionaba donde Moscú, que era 1000 veces más importante que Washington. Estábamos en plena Guerra Fría, en plena batalla cultural, leíamos libros soviéticos, pero también libros indígenas, autores como Arguedas, la protagonista lee a Manuel Scorza, que fue un faro ideológico y también literario. Era un colegio muy interesante con un proyecto de experimentación educativa. En el libro se cuenta al detalle, te encuentras creo que con toda la información posible que yo encontré.
–Además de tus recuerdos, ¿cómo investigaste?
–Entrevisté a varias personas que estudiaron conmigo, a algunos maestros y fui creando al personaje de la profesora, de la maestra y a esa niña que no soy yo que cuenta la experiencia desde una voz muy naíf y también muy risueña.
–Y con humor.
–Sí, es una autocrítica hecha con cariño y con humor, que es a veces una manera bastante subversiva de decir las cosas. La escuela tiene el nombre de un líder indígena porque el sincretismo era total: un colegio soviético pero que retomaba los conocimientos indígenas. También habla de las masacres contra nuestras comunidades como la que llevó adelante la dictadora actual Dina Boluarte en Puno donde fueron asesinados 50 campesinos por protestar nada más. Todas las historias de revoluciones indígenas acaban así. Así se han resuelto históricamente, así les ha funcionado desde la colonización hasta ahora. Los defensores de la tierra actualmente también terminan asesinados porque precisamente son demasiado peligrosos porque señalan la necesidad de cuidar el planeta, de poner la vida en el centro, de no depredar, de no saquear los recursos naturales.
–¿Qué pasó con la escuela y el proyecto educativo cuando cayó el Muro de Berlín?
–Eso también está en la novela de una manera metafórica, pero en mi caso directamente me cambiaron de colegio y en esa escuela yo sé que siguieron porque existe hasta hoy y empezaron a enseñar inglés. Se fueron las profesoras rusos y también los de izquierda. Lo que quería contar en el libro, que no es autobiográfico, es la historia de una revolucionaria, candidata del pueblo, una mujer política de la izquierda que comienza su adolescencia cuando cae el muro y el despertar del deseo llega con el capitalismo. Había una utopía que se cayó y para la protagonista es un momento de desamparo, porque además esa escuela la maternaba, así como esa profesora y ese lugar era su casa del saber, su refugio. Por eso, cuando esa escuela se pierde, es cuando pierde su espíritu, queda un poco a la deriva.
–¿Qué rol cumple la literatura en la revolución?
–Hay una cita muy hermosa de de Manuel Scorza que también está en la novela y a la que suscribo totalmente y tiene que ver con entender a la literatura como ese último tribunal de apelación, ese lugar donde se puede hacer justicia cuando ya ha fallado todo, una justicia tal vez tardía, última. Y en el caso de Scorza le pasó realmente: él escribió una novela sobre la lucha campesina, de un líder indígena que se enfrenta a una petrolera, la Petrolean Company. Por supuesto es apresado y lo llevan a la cárcel y el dictador de izquierda Velasco Alvarado lee la novela y decide amnistiar al campesino. Entonces, mira, cómo la literatura puede abrir puertas. Me parece de una solidaridad radical, poder hacer una literatura que pueda movilizar, intervenir en el mundo. Yo sé que no queda bien decir eso porque o te llaman estalinista o te consideran como parte de una literatura funcional, pero yo sí creo en el poder transformador de de la lectura y de la escritura. Lo creo porque lo he visto, porque me he encontrado con las personas que me leen y me han dicho cosas; es una verdad íntima que compartimos. Y tampoco queda bien porque los escritores son muy cínicos y no les gusta decir que hacen una literatura que cambia el mundo, es muy ególatra decirlo, pero lo cierto es que yo no soporto los discursos que dicen que hacen arte por el arte y que la literatura es autónoma y que no debe servir para nada. Creo que al contrario, que no entras y sales, que puede ser transformadora.

–Me quedó resonando una frase del libro: “Mi colegio es un lugar complejo de aprendizaje intercultural de niños que bailan huaynos andinos y quieren ser astronautas de la estación MIR. Con este proyecto innovador la izquierda quiere cumplir un sueño, exactamente como las iglesias o la derecha con sus colegios”.
–Pensaba que es una historia que es transversal, de absoluta relevancia actual, de total vigencia porque las luchas anticoloniales siguen y se sigue hablando de la educación como adoctrinamiento, todo ese movimiento de con mis hijos no te metas, todo ese bloqueo en la educación sexual, como si no hubiera sido la iglesia precisamente quien más colegios tuvo, quien más cerebros lavó, quien más transmitió prejuicios a la vez que homofobia, misoginia y directamente abuso sexual. Los primeros en adoctrinar son ellos. Y si quieres llamarle adoctrinar a formar a personas conscientes de las injusticias, pues llámale como quieras, pero creo que ése es el propósito de la educación.
–¿La novela es también un homenaje a las luchas anteriores?
–Sí, para que podamos recordar que venimos de esas madres, de esos padres que lucharon, algunos fueron a la guerra, otros desaparecieron, fueron torturados. Hay que hacerles todos los homenajes a esa gente que siempre es tratada como de derrotada, vencida, fracasada, porque no lo lograron; pero lo intentaron, que al final es lo único que cuenta. Y es también para señalar qué profundo racismo hay detrás de las maneras en que se mira a los movimientos indígenas, la manera en que se resuelven, desde el terrorismo de Estado. Es ese racismo el que desata una necropolítica constante desde 500 años y que no ha parado. Como no han parado tampoco las resistencias, yo misma fui a Puno, estuve ahí cubriendo como periodista a un mes de la masacre de Dina Boluarte y fui+e impresionante ver a la gente luchando cuerpo a cuerpo, con una capacidad de organización brutal de las comunidades campesinas.
Gabriela Wiener básico
- Es escritora y periodista peruana residente en Madrid, y una de las cronistas de referencia de su generación. Considerada heredera del llamado «periodismo gonzo» de Hunter S. Thompson, ejerce un periodismo narrativo en primera persona donde ella es un personaje más de sus crónicas.
- Ha publicado los libros Sexografías (Melusina, 2008), Nueve Lunas (Random House, 2009), Llamada perdida (Malpaso, 2015), Dicen de mí (Esto No Es Berlín, 2018) y el libro de poemas Ejercicios para el endurecimiento del espíritu (La Bella Varsovia, 2014).
- Fue redactora jefe de la revista Marie Claire en España y publica columnas de opinión para Eldiario.es, así como una videocolumna en lamula.pe.
- Ganó el Gran Premio Nacional de periodismo de Perú por un reportaje de investigación sobre un caso de violencia de género. Es, además, creadora de varias performances que ha puesto en escena junto a su familia.
Atusparia, de Gabriela Wiener (Random House).