El 3 de septiembre a través de la plataforma de Cine.Ar, se estrena Karakol, dirigida por Saula Benavente. Allí, Agustina Muñoz encarna el personaje de una hija que emprende el duelo por la muerte de su padre, lo que la lleva a hacer una búsqueda en Tajikistán, remota geografía donde sucede parte del film. El resto transcurre dentro de una familia acomodada urbana, en la que la famosa actriz francesa Dominique Sanda encarna el papel de la viuda. Integran el elenco, entre otros, Santiago Fondevilla, Soledad Silveyra, Gabriel Corrado y Luis Brandoni. Sanda, después de años en la Argentina, vive en José Ignacio, Uruguay. Desde allí brindó esta entrevista.

—¿Qué destacaría a “Karakol”, la película de Saula Benavente que estrenas por estos días?

—Me parece precioso el film, hecho por un equipo sensacional bajo la dirección de una joven que tiene la edad de mi hijo y que realmente sabe lo que está haciendo. Tiene muy buen gusto y es una excelente directora de actores. También está su madre presente, Graciela Galán, en dirección de arte y vestuario: hacen maravillas juntas. Me llamó a mí y eso me alegró mucho, porque no es una cosa que pase seguido con el cine argentino.

—¿Por qué lo dice? ¿Cómo se siente en relación a este cine?

—Tengo esa teoría de que la gente que se tiene que encontrar se encuentra. Si quieren, me encuentran fácil; si me quieren enviar un guión, me lo pueden mandar. Si me gusta, lo digo y si no me gusta, digo no y agradezco. Es así de simple. No sé por qué el ser humano siempre complica todo.

—¿Cómo se siente en su vida en Uruguay?

—Nací en París y soy una mujer de la ciudad, pero me gusta mucho la naturaleza; me gustan sobre todo el mar y la campiña. Yo había escuchado muchísimo hablar del Uruguay por mi amiga querida China Zorrilla, que conocí en el film de Edgardo Cosarinsky, De guerreros y cautivas. Cuando Carlos Morelli me hizo un homenaje en 2001 en Punta del Este, me resultó muy familiar: la misma arena, los mismos colores, el mismo océano, los pinos, como en mi infancia en la costa de Aquitania, en Arcachon, un lugar muy bello cerca de Bordeaux. Fue como un amor a primera vista. Buenos Aires me parece extraordinaria, pero siempre escapé de las grandes ciudades. Acá vivo entre el mar y el campo, mis dos amores. Y yo haría mi vida en cualquier lugar del mundo; no tengo fronteras.

—¿Qué recuerdo tiene de “Une femme douce”, de Robert Bresson?

—Toda la trayectoria de actriz que tengo es gracias a ese primer director que tuvo el talento de buscarme y elegirme para el papel protagónico de su película. Yo tenía 16 o 17 años, era muy joven.

—¿Qué reflexión podría hacer a partir de tres grandes películas en las que actuó, atravesadas por el fascismo: “El conformista”, “El jardín de los Finzi Contini” y “Novecento”?

—Bernardo Bertolucci me quería para interpretar del papel de Anna, como el simbolismo de la libertad. Me zambullí en ese drama de la historia nuestra, el siglo mío, el siglo pasado, que es un poco, el fascismo. Para mí fue una escuela no solo de actriz sino también de historia. Aprendí muchísimo más en la vida que en la escuela, gracias a todos los libros que he podido vivir en carne propia. El jardín de los Finzi Contini fue mi pasaporte al mundo. Y en Novecento, Bernardo pensó en mí para el papel de Ada, personaje que no tiene nada que ver con toda la atrocidad de la política del momento. Aprendí, por ejemplo, que Mussolini hizo un error fatal: el pacto con Hitler. Pero vivo mi vida de una manera poética, porque todo lo demás me parece horroroso. Obviamente, la política es importante; tampoco puedo vivir en una nube.

El gran valor

Algunas experiencias en la Argentina: “Con María Luisa Bemberg, trabajé en los 90, en Yo la peor de todas; allí también, con Graciela Galán, de donde yo guardé un muy buen recuerdo de ella. Tuve la suerte de poder explorar artes diferentes. Interpretar a Juana de Arco en el Teatro Colón: fue un regalo absolutamente extraordinario, con un público muy especial… trabajar con una orquesta, cantantes, en francés y con las palabras de Claudel, tan sencillas y divinas. Moriré recordándome ese momento tan especial de mi vida en 2002”.

La fama: “Me gusta la soledad, estar preservada, y a la vez me encanta comulgar. En Cannes, no estuve presente. Tenía dos películas en competición, La herencia Ferramonti y Novecento, pero no quería prestarle mucha atención a eso y aproveché para ir a hacer una película a Estados Unidos. Estar esperando en la ceremonia final me parecía completamente absurdo”.

El arte y la belleza: “Ahora trabajo la cerámica. Mi vena artística no se termina en el cine. La belleza para mí es fundamental. La vida es algo muy, muy motivante y muy móvil. Sobre mi propia belleza, siempre tuve esa incapacidad de verla. Había dos cosas de las cuales no se podía hablar en mi familia: el dinero y la belleza física. Mi padre nunca me dijo que yo era bella, no sé si por pudor, moral o miedo. Ahora, cuando me cruzo en el espejo, en general estoy bastante contenta y digo: ‘Ah, estoy linda todavía’. Pero la belleza es tener el coraje de ser lo que uno es”.