Ocurrió en 1968. Los forenses determinaron que fue accidental, pero su última novia cree que pasó algo más.
Lo que determinaron los forenses que estudiaron el cuerpo del Albert Dekker fue determinante: “Murió sofocado por una asfixia accidental”. Carismático y talentoso, el actor fue el protagonista final de su propio caso en el que, a pesar de las supuestas certezas que arrojó la investigación, siempre quedaron dudas. El sórdido juego sexual que llevó a su desgraciado final contrasta con algunos elementos que encontraron en la escena: esposas, látigos y leyendas obscenas pintadas en su cuerpo con lápiz de labios.
Dekker fue un intérprete que trabajó en más de 100 películas, en general, siempre en papeles secundarios como en Al este del paraíso o El cáliz de plata, aunque tuvo algunos protagónicos como Kiss Me Deadly y Doctor Cíclope: el ogro de la selva, donde explotó mucho su histrionismo. Su última película es la más conocida a nivel internacional: La pandilla salvaje, de Sam Peckinpah. Fue su obra póstuma, ya que se estrenó en 1969.
Cuando finalizó el rodaje de este film en México, Dekker desapareció por completo. Sus conocidos no tuvieron más noticias suyas. El actor estaba separado desde hacía un tiempo de la actriz Esther Guerini, con quien estuvo 25 años y tuvo dos hijos. Hacía muy poco había empezado a salir con la modelo Jeraldine Saunders, que fue la que lo empezó a buscar por todos lados. La chica le insistió al administrador del edificio donde vivía el intérprete para que forzaran la puerta del departamento. Al entrar, comprobó su presunción: estaba muerto.
El libro Tales of Hollywood: the Bizarre puntualiza lo que encontraron en el lugar donde vivía: elementos de bondage, artículos de cuero, látigos, cadenas y numerosos libros de pornografía sadomasoquista. Saunders aseguró, según esta investigación periodística, que todos esos juguetes eróticos fueron usados por la pareja en sus prácticas sexuales habituales, pero los policías comprobaron que la chica no había estado con él en las últimas jornadas.
El cuerpo de Dekker estaba en la bañera, arrodillado. Las manos estaban esposadas, una soga estaba atada al cuello y en la boca tenía una pelota con un alambre atravesado, un artículo frecuente en las actividades sexuales sadomasoquistas. Tenía cintas de cuero alrededor de su pecho y, con lápiz labial rojo, le habían escrito en su pecho, en el abdomen y en la cola palabras como “esclavo” y “látigo”.
Además, hubo otro elemento que llamó la atención: tenía una aguja hipodérmica clavada en cada brazo. “Fue tan horrible que cuando vi el cuerpo, simplemente me desmayé”, recordó Saunders en un artículo de 1979 en la revista Los Angeles Herald-Examiner.
En el comienzo de la pesquisa, los investigadores fueron por el lado del suicidio, pero lo descartaron al poco tiempo. Ninguna de las amistades de Dekker pudo dar precisiones sobre cambios en su estado de ánimo. Por eso, la hipótesis principal del jefe forense de Los Ángeles, Thomas Noguchi, pasó a ser la “asfixia autoerótica”, una práctica sexual por la que, años después, también murió el actor David Carradine.
A pesar de que el caso quedó cerrado, la novia de Dekker expresó sus dudas al respecto. Su principal argumento era que era imposible que pudiera atarse las manos y los pies a la espalda y, después, ahorcarse. Para ella había alguien más involucrado.
Lo económico también entraba en juego, ya que según Jeraldine, el actor había guardado 70 mil dólares en efectivo en su departamento que iban a ser usados para comprar una casa. Esa plata nunca se encontró, como tampoco una cámara de fotos y una grabadora de sonido que tenía Dekker.
En un testimonio tomado por el sitio Shadow and Satin, Saunders lanzó que Dekker dejó pasar a una persona a su casa. “Creo que era alguien a quien conocía y dejó entrar a su departamento. Esa puede ser la respuesta”, comentó.
Años después, en 1999, el hijo de Dekker, Benjamin, dio un reportaje en el que planteó lo que él pensaba que ocurrió entre esa cuatro paredes: “Su muerte fue el resultado de un accidente que ocurrió durante una relación de dos adultos que consintieron”. La incertidumbre sigue resonando como un eco.