A pocos días de haber ganado el Premio Princesa de Asturias de las Letras, desplazando a Mircea Cărtărescu, Martin Amis, Haruki Murakami y otros nombres que resonaban, Emmanuel Carrère salió de su departamento de París con el rostro descubierto.
Francia acababa de poner fin a la disposición de llevar barbijo en espacios abiertos, y eso al escritor francés lo devolvió a las realidades, hoy nostálgicas, del mundo prepandémico; un hechizo que se quiebra intermitentemente al volver a cubrirse en espacios públicos cerrados.
Cuando llegue el momento de producir obra sobre el infierno del coronavirus, Carrère dice que no será él quien lo explore para hacer literatura, aunque fue durante ese infierno que terminó su último libro, Yoga. El confinamiento fue ideal, dice, para concluir el que posiblemente sea su escrito más personal; más aún que El Reino, en el que abordó los orígenes del cristianismo para abordarse, finalmente, a sí mismo.
“Mis libros para mí no son novelas ni ficciones, sino intentos escritos de lidiar con la realidad y la experiencia”
Emmanuel Carrère
Escritor
En Yoga no hay erudición ni personajes que semejen la naturaleza inolvidable, luminosa, retorcida o simplemente humana, de quienes pueblan sus libros más leídos: el filicida de El adversario, el desmesurado Limónov, los jueces lisiados de De vidas ajenas.
En Yoga Carrère expone, sobre todo, luces y sombras propias en un relato fragmentado que atraviesa un retiro de meditación, un diagnóstico de trastorno bipolar, una crisis amorosa, un atentado yihadista y las bifurcaciones de todo ello.
Desde una París mayormente desconfinada, Carrère dialogó con Clarín a través de ese artefacto del encierro que sigue siendo Zoom.
-El jurado del premio Princesa de Asturias de las Letras alabó su obra por “borrar las fronteras entre la realidad y la ficción”. ¿Considera que eso es lo que usted hace?
-Sinceramente, cada vez hay menos ficción en lo que escribo. Si fueran películas las consideraríamos documentales. No me preocupa mucho la cuestión del género, pero prefiero no escribir «novela» bajo el título de mis libros porque para mí no son novelas ni ficciones, sino intentos escritos de lidiar con la realidad y la experiencia.
Los días felices: Carrère junto a Hélène Devynck, antes del divorcio.
-Una palabra que suele aparecer con frecuencia en las reseñas y críticas de sus libros es “atrapante”. ¿Dónde cree que radica esta cualidad de su prosa? ¿En su franqueza tal vez?
-Es algo de lo que soy muy consciente y trabajo mucho en ello. No es solo franqueza, también es oficio. Intentás que cada frase lleve cierta electricidad que conduzca a la siguiente. No estoy obsesionado con la idea de escribir libros que no se puedan soltar, pero realmente hago todo lo posible para que te lleven sin tropiezos de una oración a la siguiente.
-¿En qué autores distingue esa electricidad de la que habla?
-Hay muchos escritores que tienen esta cualidad y también hay escritores que admiro y no la tienen. Se pueden escribir libros maravillosos sin esa cualidad específica, a la que suele asociarse con una prosa hecha de frases más bien cortas y sencillas. Y no siempre es cierto.
-¿No?
-Uno de los maestros de esa cualidad es un escritor conocido por las frases más largas de la literatura, que es Marcel Proust. Creo que Proust es un escritor muy rápido; va tras su forma de pensar, siempre está corriendo. Por el contrario, no diría eso de Henry James, que solía escribir frases muy largas y, aunque admiro la obra de James, no solo es larga, sino también lenta. Proust es largo y rápido, pero se puede ser muy atrapante siendo lento.
“Una vez Limónov dijo que si él estuviera a cargo me haría fusilar o colgar, pero que, yo le caía bastante bien. Era realmente inteligente. Era como un zorro”
Emmanuel Carrere
Escritor
-Terminó Yoga durante la pandemia. ¿Podría haber comenzado el libro en pandemia?
-La pandemia fue la mejor situación posible para terminar un libro, pero no para empezarlo. A todos los escritores que conozco, que estuvieron confinados y que no habían avanzado lo suficiente en su proyecto literario, se les hizo terriblemente difícil continuar. Pero terminarlo fue la mejor situación posible: tuve todo el tiempo que necesitaba, silencio, ninguna interrupción. Fue perfecto.
-¿Qué extraña más del mundo prepandémico?
En Francia ya estamos en proceso de volver a ese mundo, y bastante rápido. Estamos dejando de usar barbijos en espacios abiertos. Hoy caminé por la calle sin él. Me senté en un café sin él. Se supone que debemos llevarlo en el bolsillo, y me lo puse para entrar en una tienda. Pero es muy importante, desde el punto de vista simbólico, poder quitarse el barbijo en espacios abiertos.
-Acá aún estamos muy lejos de eso…
-Sí, lo sé.
-Hay un pasaje en Yoga en el que dice que cuando se sale del infierno y se “recobra el lugar entre los vivos”, uno se olvida con bastante rapidez de los horrores de ese infierno. ¿Cree que eso nos pasará con la pandemia?
-Me recuerda a la frase de Zhou Enlai, a quien le preguntaron a principios de los 70 qué pensaba de la Revolución Francesa -de 1789– y dijo: «es demasiado pronto para responder».
-¿Cuándo se escribirán ficciones sobre el tema?
-Esa es una cuestión que me interesa mucho. ¿Cuando podremos hacer buenas novelas o películas o series de televisión sobre la pandemia? Las habrá, sin duda, y seguramente muy pronto, aunque no creo que yo esté entre quienes se ocupen. Será interesante presenciar qué sale de un evento global tan grande, compartido por todos en el planeta. Estoy impaciente por saberlo.
-Como periodista, ¿qué cree que le toca hacer a la profesión para contener la avalancha de desinformación que circula día a día?
-Por un lado, podemos hacer todo lo posible para no agrandar ese océano de información falsa. Pero de algún modo nos nutrimos de información falsa también. ¿Cómo podemos estar seguros de que todo lo que leemos o aprendemos es real? Hay un ideal del periodismo que es que cada vez que puedas, vayas a ver las cosas por vos mismo. Sin embargo, hay muy pocas cosas que podés ir a ver.
-¿Entonces?
-Mi principio es no firmar peticiones sobre un tema del que no tengo experiencia de primera mano. Y esas experiencias son muy, muy pocas. Si recibo una petición sobre los inmigrantes de Calais, por caso, algo sé, pues he pasado allí unas pocas semanas, que no es nada. Sin embargo, conocí gente y tengo una idea de las complejidades de sus vidas. No soy un experto, pero sí alguien que ha estado sobre el terreno. Las cosas de las que tenés experiencia de primera mano son realmente una gota en el océano. De hecho, es por eso que escribo libros. Porque cuando escribís libros te tomás el tiempo para tener una pequeña experiencia de primera mano sobre algo. Tenés tiempo para conocer un poco las cosas sobre las que escribís.
Eduard Limónov. En la vida real y personaje de Carrere. Foto Vitaliy Belousov/Sputnik
-¿Extraña escribir ficción? ¿Cree que volverá allí alguna vez?
-No, no la echo de menos en absoluto. Si en algún momento se me ocurre una idea para una ficción la acogeré con gusto, pero no lo veo en un futuro cercano. No.
-¿Sabe si Eduard Limónov finalmente leyó el libro que escribió sobre él antes de morir?
-Sí lo hizo. Me mintió cuando me dijo que no lo había leído. Tiempo después estábamos tomando una copa en Moscú y me dijo «¡por supuesto que lo leí!». Le pregunté si le había gustado y me dijo que no, pero que estaba contento de que existiera y de que mucha gente que antes no lo conocía ahora lo conociera.
-¿Y cómo se sentía?
-Era consciente de que era mucho mejor para él que el libro lo hubiera escrito alguien como yo -exactamente su contrario a nivel político; algo que él consideraba un «socialdemócrata» de lo peor– , en lugar de uno de los skinheads de su partido. Y estaba muy contento con el éxito del libro; consideraba que era un muy buen trato entre nosotros. Una vez dijo que si él estuviera a cargo me haría fusilar o colgar, pero que, en fin, yo le caía bastante bien. Era inteligente Limónov, era realmente inteligente. Era como un zorro.
PK