El show se llama Schmigaddon! y es un musical. Uno inspirado en Brigadoon, un musical de MGM de los años 50 donde sus protagonistas “entraban” en un mundo que aparece de la nada. Schmigaddon! es una serie, donde los protagonistas entran, precisamente, a un musical de los años 50. Por sobre todas las cosas, es una de esas creaciones, en este caso de AppleTV, que entiende todo lo que se puede jugar hoy en la vasta oferta de contenidos. Nada de televisión de cable camuflada. No. Es una serie musical creada por Cinco Paul, de sets a la vieja usanza y de canciones con guiño cómico, pero purasangre. Pero lo más fascinante, y conste que aquí hay nombres de sobra con los cuales entusiasmarse (Cecily Strong, Alan Cumming, Keegan-Michael Key y así la lista), es su director: Barry Sonnenfeld, el director responsable de clásicos modernos que definieron a una generación y su curiosidad como Los locos Addams y Hombres de negro.
Sonnenfeld es fascinante, primero, por su capacidad de dirigir y crear mundos. A lo ya mencionado, se suman series de culto como Pushing Daisies y Una serie de eventos desafortunados. Y más títulos que demuestran no solo su capacidad de adaptarse a las épocas, sino de ser él, a su manera, un director vieja escuela, un clásico a la hora de la creación de universos (eso sí, con menos prensa que nombres como Tim Burton o Sam Raimi). Sonnenfeld en Schmigaddon! es fascinante porque ¡odia los musicales! ¿Cómo termina alguien que aborrece al musical y adora crear mundos en una serie que es un musical y crea un mundo? Sonnenfeld le cuenta en exclusiva a PERFIL: “Mi esposa y Bo Welch, mi diseñador de producción y amigo, me dijeron que la hiciera. Cecily Strong ya estaba en el proyecto. Y siempre quise trabajar con Lorne Michaels, el creador de Saturday Night Live. Quiero siempre algo que me permita establecer un mundo en el relato. Si fuera un relato de ladrones en el mundo normal, no lo querría hacer. Pero la apuesta estética era tan grande que me llamó mucho la atención. Además, tenía que ver si podía seguir odiando el musical como lo odio después de una experiencia así. No podía perder en mi apuesta: o me gustaba de una vez por todas o confirmaba mi odio como algo irreductible y casi hasta cierto. Pero básicamente era meterme en un mundo: las series nos hacen sentir que hacen eso todo el tiempo, que estamos en algo construido para nosotros, pero no creo que sea tan así”.
—¿Cómo fue el proceso de trabajo en plena pandemia en un musical tan ambicioso y con sets y musicales tan elaborados?
—Nos consumió mucho tiempo, pero no tanto por protocolos, sino por los planos. Por ejemplo, armamos una escena, con barbijo y máscara de plástico, y después la luz, solamente por el barbijo, se veía distinta en la cara del actor. Entonces había que reacomodar todo. Lo bueno fue que solo existir solo el set como espacio de contacto, hay una sensación de unidad que no conseguí ver en otros sets. La felicidad de volver pisaba y muy fuerte a los problemas que se generaban.
—¿Qué pensaste cuando se te acercaron con la propuesta de un musical hecho serie y que se viera como el cine de los años 50?
—Cinco Paul quería que se viera como si fuera un musical clásico de MGM. Esa era la base. Incluso aunque yo lo odiara, tenía que hablar con esa forma de cine, más estética, más fascinada con lo real, con lo tangible, con el talento. Lejos de lo digital, lejos de cámaras rápidas y digitales. Esos musicales de MGM tenían un talento de cámara fuera de la norma. Nosotros ahora tenemos mejores equipos de los que había en aquel momento. Ahora tenemos una forma de filmar moderna. Es divertido visitar aquellos planos con las cámaras de ahora.
—¿Cuál es el elemento que creés que une a todos tus relatos, desde “Los locos Addams”, “Get Shorty” y otras de tus películas?
—Todas mis historias terminan hablando de mí. Tengo miedo a los aliens. Me da miedo la muerte. En el caso de Schmigaddon!, el personaje que hace Keegan-Michael Key me interpreta a mí: alguien que odia los musicales, que no entiende qué es lo que disfruta la gente de ese género. Pero mis creaciones son siempre un poco distintas, establecen un mundo, uno estético, uno que tiene sus propias reglas y esas reglas funcionan gracias a la comedia. Yo mismo tengo una regla para la comedia: no quiero que el actor sienta que está actuando para una “comedia”. Nunca. Quiero que sienta que está haciendo algo físico, que hablen rápido. La gente no habla despacio en el mundo real, y tampoco me gusta cuando hablan despacio en el mundo de la ficción. Amo Breaking Bad, pero podría haber resuelto esas seis temporadas en una sola. Hay que dejar que las situaciones sean graciosas, pero nunca hay que hacer ninguna otra cosa que mostrar la realidad de la escena. El absurdo no necesita subrayados. La comedia no necesita complicidad, necesita dominar y fluir. No es un “modo” de actuación, es algo que se destila de determinadas situaciones.
—¿Cómo vivís la posibilidad, si es que considerás que existen, que da el universo actual de las series?
—Hay más episodios para contar una historia. Y hoy el guión de TV es mejor que aquel que se escribe para el cine. El cine hoy solo vive para franquicias, para la ciencia ficción, para la fantasía juvenil (ni siquiera la familiar). Las tres películas de Hombres de negro que filmé, hoy son más una película de policías, de pareja despareja, lentas incluso, que lo que se hace actualmente. Son pequeñas. Hoy el cine es gigante. Pero por ejemplo, no hay comedia en el cine. Y hay pocas cosas más hermosas que la risa gigante de muchas personas, entusiasmando unas a otras, en una sala de cine. En Una serie de eventos desafortunados estuve a cargo de 35 horas de televisión, y fue un placer como ninguno en mi carrera honestamente. Se puede contar distinto, y para alguien que ama generar mundos, fue un enorme divertimento.
—¿Qué tipo de cine te gustaría que se hiciera ahora?
—Comedias. Las comedias que están bien filmadas hacen bien. Las comedias screwball. La escritura ahí es perfecta, los actores hacen lo justo y sobra. No me gustan las comedias improvisadas, donde hay muchas cámaras con los actores diciendo cosas distintas de toma a toma. Es imposible iluminar algo así. Soy más tradicional en ese sentido. Adoro que la gente hable rápido. Ni esperan el silencio en los clásicos. En los films de Preston Sturges no existe casi el silencio. Me gustaría contar la historia de mi vida en TV, y Rob Reiner me está ayudando a ver si hacemos eso. Dios, soy tan pesimista que me gustaría ver cómo se ve eso en TV.
Un hombre enamorado
—Considerando siempre decís que odiás los musicales ¿qué te llevó a ser el director de este proyecto?
—Las coreografías, el diseño de Bo Welch, el showrunner Cinco Paul y sus canciones, y todo nuestro cast, con todos dueños de la capacidad de cantar y bailar. Me sorprendió la hermosa voz de Cecily Strong. Amo la preproducción, amo el mapa del rodaje, de saber lo que vas a hacer. Odio perder tiempo en un set, y ahora, por el protocolo y los tiempos, no se podía hacer eso. Odio mirar a un costado y ver gente que no está haciendo nada. Me pasa eso porque siento que la energía de un set es algo único, no tanto porque quiero que sea régimen militar sino porque creo es un lujo tan excepcional poder filmar.
—Has hecho fantasía, absurdo, comedia, ciencia ficción, western y muchos más ¿qué te lleva a todos esos géneros?
—Siempre una cosa: el empuje de mi mujer. Estoy muy enamorado de mi mujer, no podría vivir sin ella. No la vi un par de semanas, estuve solo, y fue muy tremendo. Si ella muriera, pasaría algunas semanas con mis amigos, mis hijos y me suicidaría. Dios, no quiero vivir en un mundo sin ella. Mientras más tiempo pasás casados, se convierte en una empresa conjunta. “¡No me avisaste que venía el plomero!”. Quieras o no, se convierte más en el “negocio” del casamiento. Hay mucho de eso en esta nueva serie que hago. Es importante ver que el amor es más que eso, pero también es eso. El hecho que mis hijas hayan encontrado el amor me hace sentir muy feliz a la noche. Al menos durante la hora y media que suelo dormir.
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