Ya es un clásico de la televisión y del cine. En su decimoquinta temporada, el regreso del programa Filmoteca, conducido por Fernando Martín Peña y Roger Koza, viene a confirmar su vínculo con el público, que esperaba el regreso, desde la discontinuación a partir de diciembre de 2019. Las medianoches de los fines de semana, la TV Pública vuelve a ser el espacio para ver películas, algunas célebres y muchas otras relativamente inaccesibles, escuchar y aprender con especialistas, nutrirse con diálogos y materiales sobre el mundo de la pantalla grande de todos los tiempos y geografías.
Peña continúa con su labor docente y de archivista, programa cine en el Malba, difunde el libro que acaba de sacar, Cine maldito, y es parte de la nueva edición de Asterisco, el festival de cine LGBTIQ+ que recorre la ciudad estos días. Y pone gran parte de su energía en la celebración del regreso del clásico Filmoteca.
—¿Esta vuelta tiene algo de sabor a revancha?
—Lo que hay es mucha alegría, porque es algo que fue muy pedido en las redes, por el público. Tenemos una relación con las redes desde 2010; siento como si el programa no fuera nuestro, sino del público. Es algo fantástico; se han apropiado de una manera muy hermosa del programa. No han parado de pedirlo desde que dejamos de salir al aire desde diciembre de 2019 hasta ahora.
—¿Por qué, el cambio de frecuencia?
—Antes era diario y ahora va los fines de semana, porque la decisión fue más o menos reciente y la programación estaba armada, entonces la posibilidad más concreta para volver lo antes posible era realizar el show los fines de semana.
—¿Qué relación encontrás entre el cine y ese momento que ya es marca del programa, la medianoche?
—Yo recuerdo ver con mucho placer algunas series que eran nocturnas. La dimensión desconocida sería el caso más obvio, pero también Los vengadores. Tengo la sensación de que esas series no hubiesen funcionado de día, porque requerían de esa suspensión de la incredulidad que la noche favorece. En ese sentido, mucha de las películas que nosotros damos se benefician de lo nocturno. Y después hay una cuestión muy pragmática: si vos no estás en un horario central, como es el caso nuestro, no tenés la presión de tener que programar determinadas cosas para mantener determinado rating; podés programar con total libertad lo que se te dé la gana sin tener que cumplir con ninguna expectativa del canal. Después, como nos pasó a nosotros, el rating y la gente vienen solos.
—¿Qué podés adelantar de los próximos programas?
—Una de nuestras espectadoras consuetudinarias era Goldy Martínez Suarez, muy cinéfila y una extraordinaria persona. Otra espectadora era Isabel Sarli, que me pedía películas de Charles Boyer. Llegué a pasar El jardín de Alá, que ella pedía. Pero le quedé debiendo un ciclo de Charles Boyer, cosa que haremos en un fin de semana. Y después, el programa siempre ha tratado de realizar rescates de cine argentino: tenemos dos fines de semana con material prácticamente inédito. Uno, dedicado a cortos del Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral, que fundó Fernando Birri en 1956 y que produjo gran cantidad de cortos, de los cuales se han visto poquísimos.
—¿Qué creés que sembró el programa, en el público?
—Ojalá sea la capacidad de despojarse de prejuicios cuando uno va a revisar la historia del cine. El cinéfilo suele acercarse con una lista de las mejores películas, con un canon, que tiende a seguir determinados directores famosos. Se puede gustar del cine de maneras más imprevistas. Hay momentos en los que uno realmente puede pasarla bárbaro con una película de Bergman, y otros donde estás para un policial o algo más liviano. Hay muy valederos rasgos de originalidad que no se encuentran en el cine más mainstream.
—¿Cómo te llevás con plataformas, tipo Netflix?
—Cualquier cosa que sirva para difundir películas a mí me gusta. Me interesan más las plataformas que tienen una curaduría, donde alguien que sabe está proponiéndole al espectador cosas que son un poquito más interesantes que el algoritmo. Porque el algoritmo trabaja sobre las propias expectativas. Entonces elegís algo y el algoritmo te propone cosas en la línea de lo que vos elegiste. O sea, no te propone algo que no tenga que ver con tu elección primaria. Nosotros hacemos lo contrario, tirándote cosas que incluso el cinéfilo tradicional suele descartar.
—¿Qué opinás de cierta desvalorización de los críticos, a menudo tachados de artistas frustrados?
—Podría pensar que algunos artistas son críticos frustrados también. Yo trabajo más de divulgador, pero en esa selección, en ese recorte que hago, hay algo de ejercicio crítico. Tratamos de obligarnos a justificar por qué elegimos lo que elegimos. Unos cuantos artistas que nos siguen ven las películas que pasamos: se ve que con nosotros no están enojados, por lo menos.
—¿Qué dimensiones tiene y cómo funciona la Filmoteca Buenos Aires?
—La Filmoteca, la fundamos varios coleccionistas (Christian Aguirre, Octavio Fabiano, Fabio Manes y yo), con la vocación común de divulgar nuestro material, en oposición al coleccionista, que amarroca y siente placer en ocultar lo que tiene, para verlo él solo. Militamos bastante para que existiera una cinemateca nacional, que no existe y no existió nunca, causa de la pérdida de muchísimo material y del estado calamitoso de nuestro patrimonio audiovisual. Hicimos, desde el ámbito privado, lo que tendría que haber hecho el Estado. Todo lo que guardo es en fílmico, en una casa, de 50 metros de largo, transformada en depósito y con una parte que es mi vivienda. Construí una bóveda, con temperatura controlada y condiciones ambientales que permiten preservar el material: son unos 8000 largometrajes y una cantidad indeterminada de cortos, programas de televisión, noticieros. Además, hay una colección de fotos y una biblioteca tremenda.
—Los cineclubs tienen larga tradición en la Argentina. ¿Cómo ponderarías ese circuito en la actualidad?
—La parte del cine del Malba que hago, la hago con un criterio parecido al de cineclub. Los cineclubes han cumplido diferentes funciones según la época de su existencia; siempre han mostrado material que no se estrena, que no está en los circuitos. Durante la dictadura, funciones de resistencia cultural, porque el Cine Club Núcleo, de Salvador Sammaritano, pasaba películas prohibidas tanto en la época de Onganía, como en la dictadura del ´76. La actividad que hacen Carlos Müller o Christian Aguirre sirve para que la gente siga teniendo la opción de la experiencia del fílmico, porque digital, vemos todos en casa. En el fílmico, la textura es distinta, los colores son diferentes: la plástica es otra.
Pasado y presente
—¿Cómo te sentís en relación a otro programa de cine en televisión, como fue Función privada?
—Fue fundamental Función privada. Soy de la generación que descubrió el programa cuando empezaba y descubrió muchísimas películas. Fueron los primeros que pasaron en televisión el cine de la generación del ´60, las películas de Isabel Sarli. Después, abusaron del cine español. También Cine Club, de Salvador Sammaritano, estuvo muchísimos años en la televisión. Son dos programas, para mí, fundamentales. Nosotros, por hacer un programa que fue diario, nos pudimos acercar a la experiencia cineclubística de armar ciclos, cosa que ellos hacían, pero a lo largo de un mes.
—¿Por qué el título de tu libro?
—Cine maldito, salió por La Tercera Editores. El libro compila artículos míos sobre películas que tenían problemas, publicados en distintos lugares, desde la revista Film, que hacíamos en los ´90, hasta el suplemento cultural del diario El País de Montevideo; también hay artículos originales. Reúne por lo menos treinta o cuarenta años míos de investigación. Toma el título de un festival que armó Jean Cocteau a fines de los ´40, con un grupo de intelectuales amigos. En ese momento, la “gran maldición” del cine que a estos tipos les gustaba era su falta de difusión, en épocas en que el cine solo se veía en fílmico. Otras maldiciones afectan las formas en las que los films pasan desde el momento en el que son concebidos hasta el momento en el que llegan al público; algunas nunca se hicieron, no llegaron a existir más que en el papel. Alguna hay que se perdió.
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