Películas de viajes en el tiempo hay muchas, ya que es un recurso narrativo de lo más agradecido que se presta a todo tipo de enfoques. Eso también ha llevado a que cada vez sea más difícil sorprendernos con algún largometraje construido alrededor de ellos, pero ocasionalmente llegan propuestas tan estimulantes como ‘Más allá de los dos minutos infinitos’, ya disponible, entre otros plataformas, en Movistar o en Filmin tras su paso previo por el Festival de Sitges y la Muestra Syfy.
Al contrario de lo que suele suceder con este tipo de relatos, ‘Más allá de los dos minutos infinitos’ apuesta por un toque minimalista en todos los sentidos, desde el punto de partida hasta la cantidad de escenarios utilizados. Incluso su duración a duras penas supera la hora de metraje, pero mejor así que intentar alargar una historia de la que ya tenemos aquí la que probablemente sea su mejor versión posible.
Un bucle único y con mucho encanto
A priori, lo más llamativo de la película es que los protagonistas pueden ver lo que sucederá dentro de dos minutos, un margen de tiempo muy reducido que tampoco da pie a grandes diabluras en lo referente a las situaciones en las que puede poner a sus personajes. Por eso, el factor acumulación es importante, pero teniendo siempre en el humor el principal rasgo distintivo de su ADN.
A fin de cuentas, el arranque tiene más de curiosidad que de cualquier otra cosa, con el dueño de un restaurante descubriéndose a sí mismo pero dentro de dos minutos en una pantalla de su hogar. Poco a poco, el guion de Makoto Ueda va complicándolo todo más, sobre todo por la necesidad que surge de sacar provecho de lo que no deja de ser una ventaja inesperada.
Es ahí donde ‘Más allá de los dos minutos infinitos’ podía haberse perdido, pero lo cierto es que la película mantiene siempre un ritmo, sin caer en acelerones innecesarios o deteniéndose más de la cuenta en nada. Además, siempre surge alguna nueva idea o personaje para mantener inalterable esa contagiosa energía que te atrapa desde el primer momento y no te deja libre hasta su efectivo y coherente desenlace.
Por el camino, es verdad que hay ciertos detalles que pueden resultar chocantes, sobre todo la longitud de los cables de las pantallas, pero es un peaje que uno paga gustoso por lo que está viendo, donde la forma es tan importante como el contenido, ya que el director Junta Yamaguchi apuesta por la ilusión de que todo está rodado en un único plano secuencia -luego hay momentos en los que es fácil deducir dónde pueden haberlo trucado-, lo cual da pie a elevar esa sensación de fluidez esencial para mantener en todo momento al espectador dentro de la acción.
Todo encaja
No sé hasta qué punto pudo ayudar la particularidad de haberse rodado de forma íntegra con un iPhone para ello, pero lo que sí se nota es que lo que podría haber sido una limitación se integra en la forma de abordar la historia a todos los niveles, buscando siempre exprimir a fondo unos recursos mínimos.
Además, ‘Más allá de los dos minutos infinitos’ es una película que también tiene corazón, presentando una galería de personajes que rápidamente despierta la simpatía del público. Ahí además hay una sinergia incuestionable entre lo bien presentados que están por parte del guion de Ueda sin que exista una necesidad real de profundizar en ellos y lo acertados que está todo el reparto, formado por miembros de la compañía teatral Europe Kikaku, entendiendo lo que sus personajes requieren de ellos a cada momento.
No obstante, la gran clave de la película es que tiene una lógica interna muy trabajada que sabe cómo evitar que ese bucle temporal en el que viven sus protagonistas afecte a su narrativa. Y que siempre que uno piensa que ha llegado el punto en el que va a dar vueltas sobre lo mismo, el guion añade algo nuevo sobre las diferentes paradojas que plantea y alguna duda que propone -¿el futuro está ya escrito o simplemente los protagonistas se ven obligados a replicar lo que han visto?- que impide que eso suceda.
En resumidas cuentas
Ojo, ‘Más allá de los dos minutos infinitos’ no es, ni mucho menos, una película perfecta, pero sí una repleta de ingenio que presta atención tanto a forma como contenido y con el reparto idóneo para exprimir todo lo que propone. Tampoco es una cinta alucinante sobre viajes en el tiempo como, por ejemplo, ‘Predestination’, pero sí es una que seguro que se gana un hueco en el corazón de muchos cinéfilos. Una demostración que se puede hacer algo grande a partir de lo pequeño.