El estreno de ‘Matrix Resurrections‘ ha generado una gran variedad de opiniones encontradas y reacciones de fans, no tan fans y espectadores casuales. Una secuela oportunista como la que más que se ha intentado ver como una especie de hackeo al sistema, una obra «fresca e irreverente» (sic) que desafía el modelo de blockbuster actual y critica la actividad de franquiciado y de la cultura del reboot de la que, le guste o no, forma parte.
Sin embargo, la realidad es que, además de ser otro blockbuster nostálgico, largo y dirigido a los mismos espectadores que reconocen la iconografía de la saga, esta ‘Matrix 4’ incluye su subtexto sobre el cine actual como un elefante en una cacharrería, tratando de amontonar su discurso en un planteamiento metacinematográfico autoconsciente que no funciona en su complicidad con el espectador porque ni es afilado ni brillante, introduciendo obviedades que tratan de ironizar sobre la producción de cine actual a modo de película de despachos.
Los primeros 30 minutos son originales en su punto de partida, pero también redundantes, usando el nombre de ‘The Matrix’ cada minuto y esforzándose mucho para que pareciera que todo lo que había ocurrido era parte de la imaginación del Sr. Anderson. Jugando con la idea carrolliana de Alicia a través del espejo, utilizando la canción ‘White Rabbit’ de Jefferson Airplane para dar más pistas. Sin embargo, en sus metadiálogos no se corta en decir al espectador literalmente que su directora está haciendo el trabajo por obligación, ¿una especie de disculpa por adelantado del esperpento que llega a continuación?
Trasfondo literal y en tu cara
‘Matrix 4’ también se plantea a sí misma como una especie de corrector a posteriori de las anteriores. Y si bien es sabido que las secuelas de la original nunca estuvieron a la altura, esta nueva olvida del todo que la temática de ciencia ficción de la original tenía algo de excusa para poder hacer escenas de acción irreales, romper los límites de la física y reducir el concepto a un esqueleto que dejara respirar sus elaboradas secuencias de gonzo cinematográfico. Una efectividad basada en su planteamiento honesto y libre de prejuicios, que parecen buscar complicar a posteriori dos décadas más tarde.
Porque ‘Matrix Resurrections’ planta su texto en pantalla en ortopédicos bloques de exposición superpuestos que tratan de autosabotearse a sí mismos con un supuesto sarcasmo sobre la nostalgia, que lejos de decirnos que habíamos entendido mal todo, pasa página de la sencillez de la propuesta original para cruzar más cables rojos y azules, ofreciendo pesados e inverosímiles manuales de instrucciones sobre la reconstrucción de Matrix y se centra en mitificar, idealizar y aferrarse a la emotividad de una pareja que ya era forzada y ventajista en su día.
De hecho, hay cierta voluntad de corregir los tropos románticos a través de un tratamiento del personaje de Trinity que juega en su contra. Se busca darle ahora más importancia a ella, circular todo el concepto del elegido a su alrededor, pero se opta por crear una subtrama de rescate que no deja de perpetuar otros tropos de damisela en apuros al mismo tiempo, encerrándola en una existencia familiar en la que el personaje libre e icónico que era pase a ser una víctima, introduciendo la idea de mujer oprimida que no existía en un original que funcionaba por sí mismo.
De adelantarse a su tiempo a seguir la corriente
Si acaso el único problema fue convertirla en objeto romántico en primer lugar, y lejos de reconocer ese mismo estereotipo, lo implementan, tratando de decir que el núcleo de la franquicia está en ese amor monógamo que trata de redimensionar a Neo que no deja de jugar con el romanticismo de una relación que nunca nadie se creyó, minusvalorando a un personaje que de tener una fuerza por sí mismo ahora necesita una validación meta que trata de reescribir a destiempo lo que hubieran querido que fuera en su día.
Por otro lado, las bromas de humor machista del analista de Neil Patrick Harris, además de subirse a un carro de comercializar ideas asumidas hace tiempo por el espectador, rompiendo esa idea de blockbuster combativo que se quiere pensar a sí mismo al caer en las mismas complacencias que la estampa «girl power» de Marvel, tiene una desescalada de ingenio hasta llegar a la broma pueril que busca desesperadamente ser cómplice, resultando más bien dolorosa.
La idea de que la película funciona como un soplo de aire fresco en el contexto de los blockbusters actuales es más un deseo subrayado sobre el papel que se convierte en falacia cuando la esencia acaba siendo la repetición de los mismos greatests hits en la misma postura. Sin dar duda en rescatar a algunos personajes de las anteriores, plaga el metraje de cameos, referencias, guiños y constantes repeticiones (otra vez) de muchas escenas de la primera película a modo exorcismo, pero sin variación pertinente.
Un sermón acartonado que no predica con el ejemplo
Además, nos encontramos que Morfeo (Yahya Abdul Mateen) ha vuelto de una manera cyborg, con el efecto de dispersión metálica más perezoso y feísta que había en la galería de efectos de la sala de postproducción, y el agente Smith (Jonathan Groff) era una versión más joven. Es revelador que tanto Laurence Fishburne como Hugo Weaving no estén dentro de este nuevo proyecto, ya que por una razón u otra las nuevas incorporaciones ayudan a desacreditar esa idea de que el film actúa contra la nostalgia actual, ¿por qué recuperar sus figuras y poner alternativas o reconstruir un nuevo mundo sin esos equivalentes que no van a ninguna parte?
Y aquí es donde la idea de estreno troll, antídoto contra la nostalgia imperante, choca con la realidad de que no es capaz de hilar dos escenas sin utilizar metraje de las primeras películas (no no en retroproyecciones que le den significancia, sino cortes de montaje de recurso flashback que criticamos en otras, y la verdadera reflexión a la que lleva cuando intercala escenas previas en es cómo el cine actual tiene la capacidad para lucir peor en efectos, diseño de producción y fotografía, con todos los avances que 22 años más tarde palidecen frente a lo que nos ofrecía 1999 con 60 millones de presupuesto frente a los 150-170 estimados en esta.
Es triste ver cómo una secuela de un clásico que cambió el cine luce tan falso y rodado en escenarios de tele, como un episodio de ‘Sea Quest’ en sus escenas de interiores, con slow motion usado de forma anacrónica (no el de las escenas de acción que pensáis) y con una puesta en escena que ni siquiera trata de alcanzar a los estrenos actuales de su categoría en mínimos. Un catálogo de cromas y espectáculo propio de ‘Campo de batalla la tierra‘ (2000) que degrada un hito del género a una secuela directa a vídeo cara.
Un blockbuster listillo que nunca es verdaderamente perspicaz
Una oportunidad perdida de aprovechar la presencia de un Keanu Reeves post ‘John Wick‘, mucho más suelto y adorable que su rígido Neo de las anteriores. Mientras en realidad el actor no sabe si está haciendo ‘Bill y Ted 4’ y a veces le salen tics, su nuevo Sr. Anderson pachón redime algo de las repelentes elecciones de la película en otros ámbitos, aunque los detalles como colocarle un patito de goma en la cabeza juegan con el meme consciente y son la (enésima) prueba de que la película es una operación comercial como la que más y su supuesta subversión es idealizada.
Porque si, ‘Matrix: Resurrections’ busca ser una pieza iconoclasta, reflejando su propio legado a modo de collage para tratar de reflejar la inconsistencia del concepto de secuela, como hicieron Wes Craven y Kevin Smith en ‘La nueva pesadilla de Wes Craven‘ (1994) y ‘Jay y Bob el silencioso: El reboot‘ (2019) respectivamente, pero no ofrece un comentario que se salga de su propia autocontemplación y resulta otro estreno largo, lento, aburrido, conversado, sin emociones y poco emocionante que será olvidado en dos semanas.
‘Matrix Resurrections’ quiere ser un blockbuster meta, listillo y revisionista, pero su análisis de la epidemia de franquicias actual que invade Hollywood es tan agudo como un zasquita de tuiter. Podríamos decir que la intención es lo que cuenta, pero a pesar del complicado momento emocional del que sale la película, Lana Wachowski no predica con el ejemplo y se reboza en su propia mitología renovada con nostalgia de lo que pudo haber sido y no es, cayendo en el peor defecto de los grandes estrenos actuales: que no se acaba nunca.