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Después de haber sido noticia en los últimos días por la asunción de Jorge Telerman en la dirección del Teatro Colón en reemplazo de María Victoria Alcaraz, la institución se dispone a abrir su temporada lírica este martes 15 de marzo. La ópera elegida es una de las más representadas en el mundo desde su estreno en 1896: La bohème de Giacomo Puccini.

El francés Alain Guingal será el responsable de la dirección musical, y la puesta es de Stefano Trespidi (en reposición de la versión vista en esta misma sala en el 2018.)

Dos elencos se repartirán las nueve funciones programadas. Los roles principales estarán a cargo de Verónica Cangemi (Mimì), Saimir Pirgu (Rodolfo), Alfonso Mujica (Marcello), Giuliana Gianfaldoni (Musetta), Fernando Radó (Colline) y Juan Font (Schaunard) en las funciones de los días 15, 17, 20, 23 y 26 de marzo, mientras que Alexandra Grigoras, Galeano Salas, Armando Noguera, María Belén Rivarola, Emiliano Bulacios y Felipe Carelli se alternarán con ellos en las funciones del 16, 19, 22 y 27 del mes.


“Estoy muy contento de haber venido porque es el teatro más bello del mundo”, dijo Guingal a Clarín. Foto Guillermo Rodríguez Adami

Representante de la “vieja escuela”, como él mismo se define, Alain Guingal, nativo de la ciudad de Avignon, visita por primera vez nuestro país y se muestra deslumbrado con el Teatro: “Estoy muy contento de haber venido porque es el teatro más bello del mundo. Hay una magia en él, hay un olor particular, un ambiente especial. Lo encuentro extraordinario y me resulta muy inspirador”, dice en diálogo con Clarín.

Quién es el director Guingal

La carrera de Guingal estuvo ligada a la ópera desde sus primeros años, cuando participó cantando y actuando en puestas de Madame Butterfly, Carmen o la misma Bohème. Adquirió el oficio desde los 26 años, dirigiendo zarzuelas, operetas, ballets, segundos elencos de ópera, internos. La posibilidad de haber podido conocer y trabajar con Alfredo Kraus a lo largo de muchísimas óperas y conciertos fue decisiva en su carrera.


“Me interesa tener en la orquesta una paleta sonora, es importante entender su importancia”, confiesa Guingal. Foto G. Rodríguez Adami

A contramano de lo más frecuente en el mundo actual de la lírica, el director acostumbra presenciar todos los ensayos de escena para conocer las características y las necesidades de cada cantante y sumergirse en la puesta y la ubicación espacial.

Además de esta preocupación por la interacción con los cantantes y la puesta en escena, la atención de Guingal está, por supuesto, en el foso: “Me interesa tener en la orquesta una paleta sonora, es importante entender su importancia. Es muy difícil, porque cada orquesta tiene su sonido y su color, aunque uno se adapta, por supuesto. Y hay que respirar con los cantantes, no hay que ahogarlos”.

“Tomé clases de canto cuando era joven, y puedo entender sus miedos: levantarse con una picazón en la garganta y todo eso. El miedo del director de orquesta es completamente diferente. La concentración es primordial y forma parte del trabajo. Un cantante tiene el público frente a él, nosotros lo tenemos a nuestra espalda. Y es peor, porque uno lo siente, incluso antes de empezar”, afirma.


Una imagen de la puesta de 20018. Foto Prensa Teatro Colón/Arnaldo Colombaroli

-¿Cuál es a su entender la esencia del lenguaje pucciniano?

-Puccini es un colorista extraordinario. En Puccini todo está escrito: el rallentando, los matices… Era un hombre de teatro. Decía: “Si no siento nada cuando los personajes tienen que hacer reír o llorar, quiere decir que no estoy listo para componer”. Puccini está en la dulzura, los colores, el vuelo lírico, la sensualidad en estado puro. Verdi no es sensual: siempre hay cuestiones de padres e hijos. En Puccini la fuerza está en las mujeres: Mimì, La fanciulla del West, Tosca, Manon Lescaut… las heroínas, es decir el amor.

-Los personajes masculinos en Puccini siempre están un poco desdibujados.

-Claro. Y le costó mucho escribir Bohème, él quería hacer otra cosa. La abandonó durante mucho tiempo, pero los libretistas lo ayudaron mucho. Él dijo que había escrito casi toda la ópera rodeado de amigos, fumando, salvo la escena de la muerte de Mimì: ahí estuvo solo, lloró muchísimo, y eso es el genio.


“Me apasiona tanto mi oficio que soy coleccionista de grabaciones. Tengo 20 o 30 versiones de ‘Bohème’”, dice el francés. Foto G. Rodriguez Adami

-¿Es más difícil abordar una obra como ésta, que todo el público de ópera conoce?

-Siempre es difícil hacer Bohème cuando hubo tantos grandes cantantes que marcaron esos roles. Me apasiona tanto mi oficio que soy coleccionista de grabaciones. Tengo 20 o 30 versiones de Bohème y las conozco todas, pero cuando trabajo en ella no las escucho. Sé lo que me gusta, lo que no me gusta. Para los que graban ahora es muy difícil hacer una enésima Bohème, porque está todo dicho.

Por supuesto que hay que hacerlas en escena. Pero creo que muchos espectadores que fueron habitués de los teatros, sobre todo en Francia y Alemania, sienten rechazo por las puestas en escena actuales y dejaron de ir al teatro. He visto algunas puestas aberrantes. No se puede hacer Bohème en una cápsula espacial, como se hizo en París, o un Don Carlos en el que Felipe II canta su escena en una cocina, o una Carmen en la que Micaëla viene a llevarse a Don José a un manicomio, obras con textos agregados…

Y lo peor es que tienen críticas extraordinarias. Todo eso es aberrante, no deja al público soñar. Por supuesto que hay que desempolvar las obras: hice óperas con Stefano Poda o Graham Vick que fueron extraordinarias, con puestas contemporáneas, pero había en ellas una coherencia y una continuidad. Esta puesta es magnífica.

-¿Qué cambió en el mundo de la ópera desde sus comienzos?

-Kraus me decía: “Las grandes carreras terminaron el día en que empezaron los viajes en avión”. Para tener una carrera durable los cantantes tienen que cantar aquello para lo que fue hecho su instrumento; si la voz evoluciona se puede cambiar de repertorio, pero hoy hay muchos directores y agentes que presionan a los cantantes para cantar cosas que no son para ellos.


Giacomo Puccini (1858 -1924), el compositor italiano. Foto AFP

Tengo una amiga que ha cantado Lucia, Bohème, y a los 40 años le dijeron “Tenés que cantar Cavalleria, Tosca, Trovatore“. Y creo que el mundo de la ópera actual cambió mucho. Hay puestas en escena que son delirantes, y hay pocos ensayos porque uno llega hoy, el otro mañana, el otro pasado mañana, y eso lo hace difícil. Estoy muy feliz de haber vivido mi carrera en los años en los que la hice. Y me dan pena los nuevos artistas, porque la profesión se volvió mucho más difícil.

Los otros locos de la azotea

En su extraordinario libro El fanático de la ópera. Etnografía de una obsesión, el sociólogo Claudio Benzecry menciona el término “efecto Bohème”, aquel que se produce en los espectadores que ven esa ópera por enésima vez, pero que no pueden dejar de llorar en la escena final (alerta de spoiler), la de la muerte de Mimì.

Desde su estreno en Turín en 1896, la obra de Puccini no ha conocido el olvido ni la impopularidad.


Puccini es considerado entre los más grandes compositores de fines del siglo XIX y principios del XX. Foto AFP

Parte de este éxito es su pintura de personajes y situaciones en los que el público de los sectores más humildes podía reconocerse y a los que podía admirar: los héroes y heroínas eran jóvenes pobres, trabajadores, artistas, que con ingenio y talento sobrellevaban la adversidad desde la helada buhardilla que habitaban en París.

La serie de relatos de Henri Murger conocida como Escenas de la vida bohemia, y publicada en París a partir de 1846, tiene en efecto un carácter autobiográfico: tanto el autor como sus amigos, amigas y amantes están retratados en sus páginas deliciosas. A su vez, tanto el compositor como sus libretistas podían reconocer en las peripecias de Rodolfo, Marcello, Mimì, Schaunard, Musetta o Colline situaciones vividas en su propia juventud de artistas en camino del reconocimiento.

Puccini, uno de los autores que más se involucraron en la elección de temas, la dramaturgia y el desarrollo de los libretos para sus óperas, trabajó (bajo la supervisión del editor Giulio Ricordi) con sus libretistas Luigi Illica y Giuseppe Giacosa en una suerte de cadena de montaje: al tiempo que Illica iba desarrollando el detalle del argumento, Giacosa iba versificando y puliendo cada situación y dando un refinamiento literario al texto.

A su vez, el compositor pedía una modificación detrás de otra, hasta llevar a la dupla de escritores a la exasperación.

Pero fue gracias a esta meticulosidad en el trabajo de la “santísima trinidad”, como Ricordi la llamaba, que Bohème resultó un engranaje perfecto de teatralidad, poesía, humor, drama, refinamiento orquestal, ternura y lirismo vocal a los que ningún espectador puede sustraerse, por más veces que la haya visto y escuchado.

POS

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