la-mona-jimenez,-antes-del-show-en-el-obelisco:-“vine-a-hacer-lo-que-llevo-en-el-alma”

Fito Páez se lo advirtió en el camarín: “Mirá que te van a escupir. Es parte del folclore, del alma de la gente. Si no te escupen es porque no te quieren”. Presentado por la actriz Katja Alemann, Carlos “Mona” Jiménez subió al escenario de Cemento, en Constitución.

Era 1992 y hacía su cuarta presentación en Buenos Aires. Y en los primeros temas ya estaba bañado en saliva de punks y rockeros que habían copado la discoteca, un templo del under de la época.    

La mística de Jímenez había traspasado las fronteras de Córdoba en 1988, luego de su debut en el Festival de Cosquín. No llegó a terminar su cuarta canción, porque decenas de miles de fanáticos se quedaron sin entradas e intentaron ingresar a la fuerza. La Policía reprimió y los organizadores suspendieron el evento.


Carloitos “Mona” Jimenez, emocionado por el show que dará frente al Obelisco. Foto Emmanuel Fernández

La noticia del furor llegó a Buenos Aires. Se decía que el músico (desconocido hasta ese momento) tocaba todos los viernes y sábados en el mismo club, y que siempre lo llenaba. El periodista Alfredo Leuco le dedicó una columna y Gerardo Sofovich lo invitó a su programa La noche el sábado.     

De esa manera empezó a ser nombrado y escuchado en Buenos Aires. Al punto de que ese mismo año hizo su primer show, en el microestadio de Atlanta. Luego fue el turno de su primer Luna Park. De allí, a Fantástico Bailable de Once.

“Me seguían los cordobeses y tucumanos que vivían en Buenos Aires. Los porteños se iban sumando de a poco. Pero los primeros en venir eran rockeros”, recuerda Jiménez en un hotel de Puerto Madero, en la previa del show más importante de su carrera en Buenos Aires.


La Mona Jiménez en vivo en Cosquín, el verano pasado. Foto: gentileza Rock Sepia

A treinta años de aquella noche de escupitajos en Cemento la Ciudad lo homenajea con un show gratuito frente al Obelisco, el domingo a las 17 horas. Los organizadores esperan a más de cien mil personas

“¿Cómo no voy a estar feliz?

“Es una hermosa manera de festejar mis 55 años de carrera. En 2007 canté un tango en el Obelisco, invitado por Julio Bocca. Pero era su despedida. Ahora es distinto: voy a cantar con toda mi orquesta, y estoy feliz. ¿Cómo no voy a estar feliz? Si vine a hacer lo que llevo en el alma. El domingo me van a ver bailando de una punta a la otra del escenario”, le cuenta a Clarín.


La Mona Jimenez en Buenos Aires, antes de su show gratuito en Av 9 Julio. Foto Emmanuel Fernández

Jiménez sigue disfrutando sus reencuentros con el público. Se lo nota contento, alegre, como si estuviese en las primeras entrevistas de su carrera: saluda al público que lo observa, se olvida del reloj y del tiempo pactado para la entrevista, le pide a una huésped su lugar en el sillón para la producción de fotos. La parálisis de la lengua se le nota menos que antes. 

De la pandemia al Festival Bum Bum

La pandemia fue un antes y un después en sus shows. “Los dos inviernos anteriores había terminado internado, con neumonía bilateral. Yo lo veía cansado”, dice Carli, su hijo. Y sigue: “Los tres bailes semanales que hacía le empezaban a pasar factura. Él venía con ganas de hacer algo distinto. Durante 55 años que hizo entre dos y tres bailes por semana. Solo paraba un mes, por las vacaciones. Y en la pandemia nació la idea del Festival Bum Bum”.

El Festival va para su tercera edición. Las dos primeras (en enero y abril) se hicieron en el Hipódromo de Córdoba y se estima que hubo 40 mil personas en cada evento. Además “la Mona” se presentó en el Cosquín Rock.

Por el momento no volvió al Sargento Cabral, el famoso baile en el que cantaba todos los viernes. Allí la capacidad es para seis mil personas.


Carlos “Mona” Jimenez, previo al desembarco multitudinario en el Obelisco. Foto Emmanuel Fernández

Pero en aquellos años fue pionero en algo: cuando no existía el streaming, transmitía vía Facebook cada uno de los bailes. Desde un celular, lo veían y cantaban los presos, los que trabajan de noche, los que estaban lejos de Córdoba, los que no tenían plata para la entrada, los que estaban tristes. Todos. 

“Pero vamos a volver en algún momento. El público lo está pidiendo. Un viernes y un sábado al año tenemos que hacer el Sargento”, dice Jiménez padre.

Jiménez hijo lo mira preocupado. “El problema es la logística. Una cosa es el Sargento cuando lo hacés todos los viernes del año. Imaginate hacer un solo show: ¿cómo lo sectorizás? Venimos de meter 40 mil personas. Vendés las seis mil entradas y te pueden llegar otros 10 mil que quieren entrar igual”.

Carli agrega que su papá debe ser uno de los artistas que más tickets vendió. Del mundo. “Calculamos más de 50 millones de entradas en los 55 años de carrera. Es que hizo muchísimos más shows que el resto”. 

Ahora disfruta más de sus nietos

Ahora que no canta todos los fines de semana, dice que disfruta más de su familia y de sus nietos. “Nos juntamos todos y vamos rotando de casa. Una vez en la de cada uno de mis hijos. Y estoy haciendo mucho deporte. Paso por mi gimnasio y me quedo dos o tres horas por día en la pileta. Hasta me compré una bicicleta acuática. ¡Estoy hecho un Aquaman!”.


Carlitos “Mona” Jimenez y sus fans. Foto Emmanuel Fernández

Carli le avisa que afuera hay fanáticos y Jiménez dice que quiere salir a saludar. Son las 21 horas del viernes. Las mujeres de la familia esperan en el bar del hotel.


Carlitos “Mona” Jimenez y el cariño de sus fans. Foto Emmanuel Fernández

Sale y la gente se le acerca. Una chica, que dice ser de Don Torcuato, se larga a llorar al instante. Un hincha de Tigre le pide que le firme el pecho con un fibrón, a la altura del corazón. Un hincha de Vélez le regala una camiseta del club. Con el número 10 y “la Mona” en la espalda. Saca dos banderas del club y le pide un autógrafo. Le muestra su tatuaje. Hay cordobeses y mendocinos. Los pasajeros que llegan al hotel se suman al pedido de fotos. Algún que otro empleado también.


Carlitos “Mona” Jimenez, siempre dispuesto a saludar a sus fans. Foto Emmanuel Fernández

Anécdotas increíbles

Las anécdotas de lo que genera en su público son difíciles de igualar. Parecen ficción, de un cuento. En 2017, por ejemplo, un fanático que llevaba 46 días internado por un pelotazo recuperó la memoria al escuchar una de sus canciones.

En 2006, dos ladrones entraron a la casa de su mamá. Al ver un montón de fotos de “la Mona” le preguntaron quién era. Al escucharla, le pidieron perdón y se fueron sin llevarse nada. A su hermano le pasó lo mismo, arriba del taxi. Lo amenazaron con una cuchilla y desistieron al enterarle quién era.

En 2010, el público subió en andas a un ciego y lo ayudó a subir al escenario. “Te quiero tocar, ‘Mona’. ¡Sí, sos vos!”, le dijo mientras lo abrazaba. 


Carlos La Mona Jimenez. Foto Emmanuel Fernández

Ahora, otra vez en el hotel, duda sobre las demostraciones de afecto que más emoción le generaron. Hasta que se decide: “A veces los familiares de pacientes con cáncer me llamaban para que me acercara al hospital. Eran las últimas horas con vida de esas personas y querían que les cantara sus canciones preferidas al oído. Se las cantaba y sonreían, a pesar de que casi no podían transmitir lo que sentían”.

Y agrega: “Algo parecido me pasa con las personas en sillas de ruedas que hago subir al escenario, o con los chicos son síndrome de Down. Por ahí no pueden pronunciar bien, pero quieren cantar conmigo, mueven las manos, las piernas. Eso me emociona mucho”.

Mañana, en el Obelisco, solo será cuestión de observar. Seguramente habrá más demostraciones de afecto. De un lado y del otro del escenario. 

MFB

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