Ha pasado casi una década desde el inicio de ‘La vida moderna’, el programa que durante unos años revolucionó todo lo que entendíamos como radio, televisión y Youtube. Nunca volvieron a ser lo que eran en sus inicios, pero David Broncano, Héctor de Miguel (antiguo Quequé) e Ignatius Farray consiguieron la cuadratura del círculo: volver a hacer que la radio fuera importante para un segmento de la población que ya no escuchaba la radio a base de grandes respuestas, fundar un país propio y basar toda su existencia en la commedia más salvaje.
Todos somos Rancius
En sus buenos momentos (temporadas 1 a 5), ‘La Vida Moderna’ era pura televisión como ya hacía tiempo que esta se había negado a ser: innovadora, sorprendente, rompiendo barreras, bordeando los límites de lo emitible y muy, muy pura. Después de 1000 episodios, el programa ha llegado a su final fiel a su propio estilo: con un programa en penumbra (un sashimi), sin ningún tipo de grandilocuencia ni épica, dejando para el recuerdo colectivo que durante unos años lo fue todo.
‘La vida moderna’ fue el espejo en el que decenas de programas de entretenimiento se han mirado (‘La resistencia’, sin ir más lejos, solo es la continuación natural de la versión radiofónica). Sin ‘La Vida Moderna’, es posible que nuestro ecosistema audiovisual fuera muy diferente. Y si ellos no quieren darse un final a lo grande, lo haremos nosotros entonando el primer gran melocotonazo de su personaje estrella de la época dorada: Rancius.
Gora Moderdonia Askatuta
Cuando el resto de los programas de humor de España estaban dando vueltas una y otra vez a los mismos conceptos, en ‘La Vida Moderna’ montaron su propio país. El 15 de mayo de 2017, el programa se emitió en Valdelagua, un pequeño pueblo del que solo dieron las coordenadas de GPS esperando diez personas de público: el pueblo se llenó hasta los topes y entre todos decidieron fundar Moderdonia.
Tuvo bandera, enemigos (Antiguonia), ministros y hasta himno propio. Durante un tiempo, incluso llegaron a dejar caer que, como en su día hizo ‘Noche Hache’, se presentarían a las elecciones europeas. Y mal no les habría ido.
Un año después, tras otro programa en directo que se les fue de las manos, decidieron que Moderdonia terminaba su camino como estado (mental). Coincidió con el declive del programa. La casualidad.
Una persona amable
Puede que el mejor programa de esta década fuera uno que partía de la premisa más sencilla: Ignatius Farray tenía que salir antes de la grabación para rodar la temporada 2 de ‘El fin de la comedia’ y entraba por teléfono para locutar, como si fuera un programa más. A partir de ese momento, y durante 34 minutos, empieza una auténtica odisea a camino entre el metro, el taxi, los enfados, las entrevistas a chicas góticas y el grito sordo. Todo se convierte en -como les definió el Doctor Cavadas- una estupenda ópera bufa.
Ignatius, desde Mister Chaman hasta Elvis Canario pasando por Pollito de Troya o Sir Archibald Percival, ha sido el alma del programa incluso cuando los otros dos presentadores estaban más metidos en sus proyectos personales. Si la cosa ha aguantado durante mil episodios ha sido por él. Y menos mal, porque no querríamos haber perdido momentos como esa sección en la que terminó ligando… bueno, mejor lo veis vosotros mismos.
El programa en el que podía pasar cualquier cosa
Puede que muchos estéis pensando que solo eran tres personas haciendo el tonto con unos micrófonos cerca, ¡y puede que tengáis razón! Pero ‘La vida moderna’ fue mucho más que eso: fue televisión dentro y fuera de la televisión, radio dentro y fuera de la radio. Fue su propia cosa, una revolución contracultural (o quizá anticultural) durante más de media hora en los que nadie sabía lo que iba a pasar tras las notas de su canción inicial.
Y el momento en el que muchos creímos que la SER iba a cerrar el garito: Ignatius probando la «cocaína del Oktoberfest» en antena el día de Reyes. No ha habido un momento tan punk en el audiovisual español en décadas. Al no estar sujetos al control y emitir para un nicho, se convirtió durante años en el refugio de los que creían que otra comedia era posible.
La despedida
Podríamos abrumar con los momentos míticos que ayudaron a popularizar el programa, en su día, hasta la estratosfera: El «Miguel Ángel» de Nacho Cano, el niño de la piscina de Teruel o la visita de Andrea Levy a la sección ‘Que venga un facha’ (sin saber que ese era su nombre real). No queremos abrumar, pero, por mucho que se hayan ido entre la indiferencia general, fueron lo más grande.
Han sido más de 500 horas de radio y televisión combinadas, de una nueva manera de hacer entretenimiento y humor, que poco a poco cayó en declive tras dejar de lado las secciones y la interacción con el público. La pandemia y la enfermedad de Ignatius dejaron el programa visto para sentencia. Siendo honestos, si se seguía viendo era por pura rutina. Y por Oyente Loco Boicot.
Pero el legado que han dejado es amplio. En un mundo de programas clónicos, televisiones con riesgo cero y propuestas blandas de espíritu, ‘La vida moderna’ abrió un hueco en la algo hierática programación de la SER con algo diferente. ¡Gora Moderdonia Askatuta!