Más de uno se debe haber levantado del sillón para ir a darle un golpecito al televisor. En tiempos de blanco y negro, era habitual que la imagen saltara y el “vertical/horizontal” del aparato enloqueciera. Y ahí venía, entonces, la solución casera. Pero esa toma, con la cámara en la cintura, enfocando un cuerpo sin cabeza, no era una falla. Era la rupturista apertura de El hombre del rifle, la serie que hoy cumple 64 años.
El western protagonizado por Chuck Connors, estrenado por la cadena ABC el 30 de septiembre de 1958, estuvo cinco temporadas consecutivas en pantalla y le abrió el camino a varias historias de molde similar, hacia fines de los ’50 y comienzos de los ’60, en lo que fue un verdadero furor de las series. Porque hubo una vida antes de Netflix.
La historia creada por San Peckinpah combinaba la acción con lo vincular, en un marco de simpleza narrativa, pero atrapante.
En capítulos de no más de 30 minutos, se mostraba cómo Lucas McCain, el hombre del rifle del título, defendía a los buenos de los malos, espantaba a los forajidos, ayudaba al sheriff del pueblo y se las ingeniaba para criar solo a su hijo después de haber enviudado. Se habían instalado en un rancho cercano al ficticio pueblo de North Fork.
Si bien no se proponía patear el tablero de las ficciones, su corto y novedoso -para la época- clip de apertura dio que hablar. Algo similar, conceptualmente, pasó con la trama: no era nada del otro mundo, pero contaba un cuento desde otro lugar, un mix de “una de vaqueros” y “una de padres e hijos”. Y de almas en pena que buscaban revancha en la vida.
El hombre del rifle… recargado
Buena parte de sus 168 capítulos (40 en la primera temporada, 36 en la segunda, 34 en la tercera, 32 en la cuarta y 26 en la quinta) se puede encontrar rastreando por internet. Y muchos se venden por Mercado Libre. Una lástima que estas producciones madre, como también sucede con Bonanza (se cumplieron 63 años el 12 de este mes), no estén disponibles en las plataformas de streaming.
Con escenas en exteriores y varias recreaciones escenográficas del lejano oeste bajo techo, el programa que llegó a la Argentina en 1962 (su primera pantalla fue Canal 13) tenía cuatro protagonistas clave: Lucas McCain, su hijo Mark (Johnny Crawford, que por este personaje fue nominado, con 13 años, a un Premio Emmy como Mejor actor de reparto), el sheriff Micah Torrance (Paul Fix) y el Winchester.
No era un Winchester cualquiera, era un rifle que atesoraba y lustraba a diario, y conservaba de sus viejos tiempos de Teniente del Regimiento de Infantería, que tenía acondicionado con un guardamonte (pieza que rodea al gatillo) agrandado, que le permitía disparar a máxima velocidad. Y eso metía miedo. McCain, según los guionistas, era un veterano de guerra.
Cada tanto, sin llegar a instalarse en el género romántico, a Lucas se lo veía en situaciones amorosas, intentado rehacer su vida sentimental. Y ahí entonces asomaba la irlandesa Lou Malory (a cargo de Patricia Blair), dueña de la tienda The General Store, una suerte de semilla de los drugstore de ahora.
Sin necesidad de modificar el elenco, la trama solía refrescarse con el siempre rendidor recurso del artista invitado: por allí pasaron actores como Adam West o un joven Michael Landon, que apareció en dos episodios (19 de octubre del ‘58 y 30 de junio del ‘79, unos meses antes de convertirse en uno de los Cartwright de Bonanza).
Ya conocemos a McCain, pero ¿quién era Chuck Connors?
Aquí, la perlita más brillante que esconde esta serie. Porque al momento del rodaje, Connors era más una promesa que una realidad. No porque no tuviera trayectoria, sino porque venía de papeles de reparto.
Pero lo curioso es cómo llegó a convertirse en actor: haciéndose el payaso mientras jugaba al béisbol. Porque nuestro hombre del rifle jugó profesionalmente en Cuba y los Estados Unidos. Era un correcto primera base (una de las posiciones fijas del campo de juego) y un flojo bateador. Pero un gran comediante amateur, parece.
Su fuerte eran las imitaciones, y, dicen los archivos, las más logradas eran las de sus entrenadores. Que, por otra parte, lo sacaban de los equipos más de lo que lo ponían. Eso le sucedía tanto en el básquet como en el béisbol. Sin embargo, las estadísticas sostienen que Connors fue “uno de los 12 atletas del deporte norteamericano que jugó tanto en la NBA como en la Major League Baseball”.
Su metro 97 lo ayudaba, su agilidad también, pero él sentía que la disciplina requerida chocaba contra el divertimento. Y, entonces, en los vestuarios o en las canchas se comportaba como los de la última fila, y lo celebraban todos menos los DT.
Integró el equipo de los Boston Celtics de la NBA y, cuando se probó en beisbol, formó parte de los Azules de Almendares, de Cuba, de los Brooklyn Dodgers y de los Cubs de Chicago.
Harto de concentrar pero no jugar tan seguido, cada vez le daba más rienda suelta al humor desde las sombras. Hasta que se hizo la luz y eso que era de noche: bateó y disparó un jonrón, un término coloquial derivado del Home Run, que significa que su tiro fue tan bueno y lejano que le dio tiempo a pasar por todas las bases y anotar para su equipo.
En medio de su corrida se cayó, se paró, pidió un fuerte aplauso y terminó su performance bailando frente al público. Ovación de los rivales.
Y entre el público, ¿quién estaba? Un directivo de la Metro Goldwyn Mayer, de esos que sabían poner el ojo. Y lo puso, sin necesidad de poner la bala, en quien unos años más tarde sería, curiosamente, The Rifleman (tal su título original). Así lo recreó el Diario Libre de Santo domingo, República Dominicana en sus crónicas deportivas.
De los campos de juego a los sets de filmación
Así de directo y de simple, como indica el subtítulo, fue el salto que pegó Kevin Joseph Aloysius Connors, nacido en Brooklyn el 10 de abril de 1921. A los 20 se alistó en el Ejército estadounidense, luego se probó en la Universidad, en algún momento imaginó envejecer practicando deportes, pero el día que descubrieron su don, un poco azarosamente, empezó a convertirse en actor.
Pocas semanas después de despedirse del béisbol, y gracias al hombre de MGM que lo “pescó” payaseando, participó en La impetuosa, película de 1952, protagonizada por Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Al año siguiente le tocó compartir elenco con Burt Lancaster, en Huracán de emociones.
Y así, año a año, fue hilvanando trabajos, cada vez con más minutos en pantalla y siempre de la mano de grandes, hasta que le llegó el gran desafío de El hombre del rifle.
Claro que antes de calzarse el sombrero y hacer girar el Winchester, tuvo que probarse también en la pantalla chica: actuó en Aventuras de Superman y en The Millonaire, entre varias otras. Esas participaciones especiales le fueron dando millas hasta conseguir su papel consagratorio del ’58.
La serie se despidió de la TV estadounidense el 8 de abril del ’63, pero la carrera de Connors siguió bajo los focos de la ficción: fue protagonista de Branded y Cowboy en Africa y, con menos cartel pero mayor repercusión, tuvo un papel importante en Raíces, un emblema de las series de los ‘70, que giraba en torno a la esclavitud de su personaje central, Kunta Kinte.
En los ’80 trabajó en la telenovela The Yellow Rose y en la serie de terror El hombre lobo.
Durante mucho tiempo fue uno de los galanes maduros más codiciados de Hollywood. Actuó hasta que su salud se lo permitió. Murió de cáncer de pulmón el 10 de noviembre de 1992, a los 71 años.
En el adiós de las crónicas periodísticas, todas las notas hacían una escala obligada en el rancho de las afueras de North Fork, donde se lo ha visto, fuera de rodaje, batear con el rifle a modo de humorada, una suerte de guiño al deportista que le permitió darse el gusto de hacer seriamente lo que antes hacía en broma.