Acaba de ganar el premio Goya por Una vida entre las cuerdas, un documental que da cuenta de su vida tocando el violín desde que abandonó Beirut a los 14 años, escapando de la guerra. Desde ese entonces, Malikian (que ahora regresa el viernes 21 a Buenos Aires y el domingo 23 a Córdoba) ha sido una celebridad musical, un artista, como pocos. Él mismo lo deja en claro al hablar: «La verdad que el arte, la cultura, la música, siempre me permiten descubrir cosas a diario. Yo empecé tocando el violín, sin más. Solo pensando en que quería tocar el violín, y que quería tocar obras que me habían gustado. Y empecé a subir al escenario, empecé a descubrir el poder de la música sobre las personas. Hubo una revolución en mí. Poco a poco descubrí el significado de la música, del escenario. Me ha cambiado la vida. De lo que es interpretar, como mínimo. No es solo tocar notas y bien. Es sanar, es ayudar a la gente. En esta época de la pandemia nos dimos cuenta de la importancia de la cultura de la sociedad. La música nos hace bien, nos hace mejores personas, nos da salud mental, el arte, la música y más. Nos cura la mente. Y eso lo redescubrimos como nunca antes en estos años. Piensa en las fronteras…».
—¿En qué sentido debería pensar en las fronteras?
—La música es nuestro idioma común, y no lo digo desde un rincón romántico. Lo he visto por todos lados. Por todo el planeta. Siempre que hay música la gente se entiende. Todos los seres humanos del mundo. Yo no hablo mandarín, pero con un músico chino puedo entenderme haciendo músico. No es necesario entenderse para llevarse bien.
—¿Qué queres hacer con la música?
—Ser música es estar constantemente en aprendizaje. Hoy subir a un escenario, después de lo que paso, ha cambiado radicalmente. Ya no pienso en tocar perfecto. Hoy pienso en la comunión que se da. Es mucho más comunal lo que busco crear. Quiero entrar en un trance. Quiero generar una especie de sanación general. Es una necesidad que tengo al subir al escenario, y conectar con mil personas, cien o 10 mil. La música nos sana, nos transforma, nos hace felices.
—¿Qué se puede esperar de los shows?
—Los vengo esperando desde 2020. Por fin lo vamos a poder hacer ahora. Tenemos tres años acumulados de ganas. He tenido la suerte de conocer al público argentino, y es muy pasional, muy positivamente ruido, siempre ha sido muy inspirador visitarlo.
—¿Qué te conecta tanto con la gente?
—La gente, vengan a vernos o no, es maravillosa. Yo me he enamorado de todas las personas del mundo. Ver en Irlanda, en Japón, en Argentina. Que dejen su día a día, su trabajo, sus hijos, sus responsabilidades, pagar y esperar escuchar una música que los haga felices: cuando lo pensas, es algo que enamora mucho, que te genera muchísima responsabilidad. Podrían haber hecho cualquier cosa y vienen a verme. Me hace sentir algo muy poderoso en la panza. Me debo a ellos y los quiero hacer felices. Es un acto de fe: del artista, porque cree en la música, y del público, porque acudir a un concierto es un acto de fe, de que se va a alterar tu realidad. ¿Qué esperas? ¿Qué puedo darte como artista? Los transforma. Ellos quieren ser felices, quieren salir diferente de cómo han entrado. Y eso es un acto de fe. Es como si fueras al médico, esperas estar bien. Lo mismo en un concierto. Queres salir con algo que te de paz en la cabeza. Queres que el mundo se sienta un lugar lleno de magia, de magia posible, de magia que solo se crea entre el artistas, los artistas y el público
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