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Cada uno guarda en su memoria un color, una imagen o un texto de sus películas más emblemáticas.

 Hoy se cumple una década de la muerte de Leonardo Favio, un artista con todas las letras, una figura irrepetible, al menos para el cine argentino.

Favio fue un hombre en el que la coherencia y la integridad no se despegaban, jamás, de su cabeza. Como sus pañuelos.

Muchos reconocen en él su talento como cineasta o como intérprete -esto último era lo que menos le gustaba y actuando era donde se sentía más incómodo-, en varios filmes clásicos de Leopoldo Torre Nilsson, pero si Favio alcanzó notoriedad popular no fue por eso.




Favio y uno de sus clásicos pañuelos…

Porque Leonardo Favio se volvió un ídolo y alcanzó la popularidad no por su cine, sino primero por su música.

En 1968 grabó el single Fuiste mía un verano, un éxito que saltó las fronteras de la Argentina y estalló en toda Latinoamérica. Sí, como muchos recordarán, las letras hablaban de vos y no de tú.




Favio con Juan José Camero y Alfredo Alcón, en un alto del rodaje de “Nazareno Cruz y el lobo”.

Solo en un par de películas musicales actuó, y fue Simplemente una rosa, estrenada en septiembre de 1971, la que lo volvió más popular aún.

“Cuando canto, no hago cine…”

“Cuando canto no hago cine y cuando hago cine, no canto… Pero las dos cosas me apasionan, me gustan”, supo decir.




Favio murió a sus 74 años, de una neumonía.

No estudió ni música ni cine de manera organizada o académica. Autodidacta como otro músico popular del interior del país, como el tucumano Ramón “Palito” Ortega, Favio fue hijo natural de la generación del ’60, o uno de los tantos Nuevo cine argentino que hubo y habrá en la historia de la nuestra cinematografía. Favio, Kohn, Antín, desde distintos ángulos, llegaron para romper con el llamado cine comercial y anquilosado nacional, por lo que su paso por las marquesinas europeas lo hubiera tenido casi garantizado.

Y así como no tuvo una figura paterna que seguir, encontró en Leopoldo Torre Nilsson a su padre artístico.




Aquí, en locaciones de “Juan Moreira”, uno de sus filmes más exitosos.

“Yo nunca me había fijado en que las películas tenían director. No sabía lo que era un director. Para mí en las películas sólo existían los actores y las hacían los actores.” A Favio no le interesaban los festivales internacionales de cine. No iba ni sus películas más emblemáticas recorrieron las pantallas de Cannes, Venecia o Berlín. Pero ganó en Trieste, Cartagena y Mar del Plata.

Tuve el placer y la suerte de entrevistar a Favio en varias oportunidades. Y a veces íbamos a comer a Chiquilín, en la esquina de Sarmiento y Montevideo, a una cuadra de la avenida Corrientes. Siempre tenía reservada una mesa para dos. Y hablábamos no solamente de cine, porque en los ’90, cuando más charlé con él, estaba nada menos que con Gatica el mono y Perón, sinfonía del sentimiento, que le demandó mucho más tiempo del que él hubiera podido imaginar.




Le gustaba más dirigir que actuar.

Favio era un tipo sencillo en su hablar, que siempre, pero siempre encontraba una salida poética para rematar alguna frase, o miraba con picardía cuando se estaba por descubrir que decía alguna mentira piadosa.

Cada uno rescatará alguna imagen, un color, un texto de sus películas. De la trilogía de Crónica de un niño solo, El romance del Aniceto y la Francisca y El dependiente, rodadas en los años ’60 y en blanco y negro, saltó al color, y al rojo sangre de Juan Moreira, la película que saltó rápido de los cines a la pantalla de Canal 13. Había estrenado junto a la asunción como presidente de la Nación de Héctor J. Cámpora, con el regreso del peronismo en el poder.




Leonardo Favio decía: “Yo no soy un director peronista, soy un peronista que hago cine…”

“Yo no soy un director peronista, soy un peronista que hago cine… En ningún momento planifico bajar línea a través de mi arte, porque tengo miedo de que se me escape la poesía”, dijo.

Durante muchos años tuvo la película argentina más taquillera de la historia. Nazareno Cruz y el lobo, con Juan José Camero, Alfredo Alcón y el tema Soleado, fue una adaptación de un radioteatro -como en los que comenzó a actuar el propio Leonardo-, y sus millones de entradas solo serían superadas por Relatos salvajes, de Damián Szifron, entre su estreno en 2014 y su candidatura al Oscar a la mejor película hablada en idioma extranjero en 2015.

Eran otros tiempos: en los años ’70, la Motion Picture de los Estados Unidos veía con malos ojos el (re)surgimiento del cine local, que llevaba más y más espectadores y les restaba pantallas a las producciones hollywoodenses.  Pero las películas de Favio, como Juan Moreira y Nazareno, triunfaron.

Lo dicho. Favio hubo uno solo, es irrepetible. Y cómo se lo extraña.

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