A casi tres años de su último concierto en Argentina, el querido músico protagonizó una suerte de retorno triunfal al Movistar Arena. Repite el domingo.
No es nada nuevo que Andrés Calamaro dé un recital masivo, memorable y exitoso. De hecho, es casi un rito anual (pandemia mediante, un poco más: casi tres años exactos). Pero no deja de ser sorprendente la respuesta de sus fans ante un repertorio perfecto, con todos los grandes hits.
Esta vuelta a Buenos Aires, tras una seguidilla de grandes shows por España y Latinoamérica, lo volvió a unir con su público local, el que lo sigue, lo quiere y ovaciona una canción tras otra con una fuerza inaudita. Un total de 15 mil personas en llamas en el Movistar Arena. Puro cariño y fervor.
Como un torero
En el escenario, Andrés lo percibe y se lo ve contento, feliz, satisfecho, como un torero tras una gran corrida. De hecho, como buen defensor de la tauromaquia, no pudo evitar la tentación de usar su saco como una capa y hacer movimientos como si estuviera luciéndose en una plaza de toros.
Visto así, hizo de todo: fue banderillero, picador y por supuesto matador. Al lado suyo estaba una banda de excelentes músicos, de probado talento: German Wiedemer en teclados, Mariano Dominguez en bajo, Julián Kanevsky en guitarras, y Martin Bruhn en batería.
El comienzo fue con Bohemio, luciendo elegante saco sobre una remera de Willie Colón, jean negro y anteojos oscuros. Siguió Cuando no estás y marcó el tono: un hit tras otro y de diferentes épocas de su carrera solista, aunque hubo tres temas de Los Rodríguez (Para no olvidar, Mi enfermedad y Sin documentos) y un pequeño guiño al Mil horas de Los Abuelos de la Nada.
En el centro del escenario, solo con el micrófono o acompañado por una guitarra eléctrica, unas maracas o un cencerro, Calamaro se convierte en el centro de atención. Sus pequeños gestos, casi imperceptibles, sus mohines y caras delatan que la está pasando bien, al punto de amagar algunos simpáticos pasitos de baile.
Tras Verdades afiladas, Para no olvidar, Me arde y All you need is pop, llegó la única invitada de la noche: Zoe Gotusso. La presentó pidiendo “Un minuto de agradecimiento y amor para recibirla”, y ella se lució en Tantas veces.
Después vino Rehenes y enseguida dijo una de las pocas frases de la noche: un recuerdo especial para Wilko Johnson, el guitarrista de Dr. Feelgood que falleció esta semana. Le dedicó Los aviones.
Así como las pantallas de video casi todo el tiempo se limitaron a ampliar su imagen y la de sus músicos, en Maradona aparecieron muchas tomas del Diego, y hasta Calamaro se dio vuelta para admirarlas y ensayar un bailoteo al ritmo de la canción. La gente lo celebró con un ruidoso “¡Olé olé olé, Diego, Diego!”)
La segunda mitad, con más hits
Justo promediando el show llegó un inesperado Espérame en el cielo (de Los Panchos) y volvió la seguidilla de éxitos, comenzando con Estadio azteca, donde por primera vez se sacó los anteojos, saludó y agitó una capa y una bandera.
En Tuyo siempre se ubicó en los teclados, y para La parte de adelante se colocó una ya característica vincha con calaveras estampadas.
La presentación de la banda llegó después de Loco, y la arremetida final no dejó espacio para el respiro: Para siempre, Mi enfermedad, Sin documentos, El salmón, Flaca, Alta suciedad y Paloma. Tremenda demostración de su enorme talento y cantidad de inmensos hits.
Hubo dos bises: la épica Crímenes perfectos y la tribunera Los chicos. En el medio agradeció a Buenos Aires y en la última apareció una imagen de San Pugliese y de figuras “para darle un abrazo muy largo a mis amigos que se fueron primero”, por ejemplo Mariano Mores, Sandro, Federico Moura, Julián Infante, Piltrafa, Palo Pandolfo, Marciano Cantero, Pappo, Spinetta, Cerati y Maradona.
Ya había pasado poco más de una hora y media. Andrés se puso el saco, sonó un pasodoble de toreros y ensayó más movimientos de corrida de toros. Feliz, satisfecho, se retiró y dio por terminada la faena.
MFB