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Aunque el año musical 2022 estuvo dominado por un puñado de potencias femeninas (desde el punto de vista de la crítica, por la odisea de Beyoncé en la pista de baile, Renaissance, y desde el punto de vista comercial, por el monstruo del synthpop de Taylor Swift, Midnights), las principales estrellas masculinas del pop (Harry Styles, Bad Bunny y Jack Harlow) encontraron el éxito al tiempo que desafiaban de manera original y subversiva la masculinidad de la vieja escuela.

En abril, durante su actuación como número principal de Coachella, el príncipe reinante del pop, Harry Styles, convocó a una invitada sorpresa, Shania Twain, al escenario para cantar a dúo una canción elegida de manera sugestiva: Man, I Feel Like a Woman (Wow, me siento como una mujer).




Harry Styles en el Metropolitan Museum of Art Costume Institute Gala. Foto: Reuters

Enfundado en un escotado mono de lentejuelas plateadas, Styles se pavoneó, dio vueltas y entonó la descarada letra del himno. “Esta señora me enseñó a cantar”, dijo a la multitud de más de 100 mil personas cuando terminó la canción. “También me enseñó que los hombres son una basura”.

Jugar con los roles de género

La actuación fue divertida, generadora de titulares y relativamente radical: es difícil imaginar al predecesor generacional de Styles, Justin Timberlake -o incluso al sucesor de Timberlake, Justin Bieber-, jugando tan rápida y libremente con los roles de género.




Harry Styles en la sala de prensa de los Grammy Awards 2022. Foto: AP

Esto se debe en parte a que los Justin abrazaron el hip-hop y el R&B -géneros en los que la experimentación suele ser menos bien recibida- de forma más directa que Styles. Pero también se debe a que las fuerzas culturales que conforman las normas y expectativas de lo que puede y debe ser una estrella masculina del pop están evolucionando.

Styles y Harlow parecen saber muy bien cómo posicionarse como galanes en un momento cultural en el que ser hombre -especialmente si se es heterosexual y blanco- puede parecer un campo minado de posibles errores, transgresiones y privilegios exagerados. Bad Bunny, de forma aún más subversiva, rompió el manual de normas de las estrellas del pop en inglés y ofreció una visión más amplia del género y la sexualidad.

Saltos estéticos

Bad Bunny, la superestrella puertorriqueña cuyo éxito veraniego “Un verano sin ti” este año pasó más semanas en los primeros puestos de Billboard que cualquier otro álbum, ha rechazado alegremente los confines del machismo.




Bad Bunny en vivo en Argentina, noviembre de 2022 en Vélez. Foto Martín Bonetto

En cambio, ha adoptado una moda de género fluido, ha condenado la agresión masculina en sus canciones y videos e incluso se ha besado con uno de sus bailarines durante su actuación en los MTV Video Music Awards de este año, decisiones que tienen un peso adicional si se tiene en cuenta que su pop de grandes saltos estéticos tiene raíces en el reggaeton, género que se apoya en la heteronormatividad.

Styles también ha conquistado fans y admiradoras al tratar su presentación de género como una especie de patio de juegos, ya sea llevando un vestido en la portada de Vogue, negándose a etiquetar su sexualidad o dando vuelta el guion familiar del autor masculino mayor/musa femenina más joven en su muy publicitada relación con la directora de Don’t Worry Darling, Olivia Wilde, 10 años mayor que él.

Nada de esto ha sido malo para el negocio: As It Was de Styles fue el número 1 de Billboard más largo del año y, a nivel mundial, la canción más escuchada de Spotify en 2022.

Pero también hay una línea cada vez más delgada entre aliarse y complacer, línea que los fans no dudan en señalar en Internet. Styles y Bad Bunny han sido acusados del delito muy contemporáneo de “queerbaiting”, que consiste en cultivar una falsa mística en torno a la propia sexualidad para atraer a una base de fans LGBTQ.

Sin embargo, hacer demasiado hincapié en la heterosexualidad y los estereotipos de macho alfa tiene sus propios riesgos, especialmente después del #MeToo. ¿Qué debe hacer entonces un hombre?

El caso del rapero Jack Harlow

Harlow, un rapero de 24 años nacido en Kentucky, pasó 2022 intentando averiguarlo. Harlow, un rapero técnicamente diestro con un carisma fácil y una cabeza de bucles a lo Shirley Temple, es conocido por tomar decisiones artísticas que ponen de relieve sus habilidades y transmiten su seriedad como maestro de ceremonias.

También ha cultivado una imagen pública de picaflor irrefrenable con una atracción especial por las mujeres negras.




Jack Harlow en la alfombra roja de los premios MTV 2022. Foto: EFE

Es famoso por encarar a Saweetie en la alfombra roja de los BET Awards, aparecer repetidamente en las transmisiones de Instagram en vivo de Doja Cat e incluso por hacer una parodia de su reputación durante una actuación estelar como presentador de Saturday Night Live, cuando se interpretó a sí mismo en un sketch que lo imaginaba seduciendo a Whoopi Goldberg en el set del programa The View.

La música de Harlow también apela activamente a las oyentes. Como explicó en una entrevista con The New York Times este año, “Siempre pienso qué pasaría si estuviera en el auto y la chica de la que estoy enamorado estuviera borracha y yo tuviera que hacerle el verso para convencerla, ¿me sentiría orgulloso de hacerle el verso?”

A lo largo de su segundo álbum, Come Home the Kids Miss You, Harlow se retrata como elegante y sensible, un hombre que tiene las uñas limpias y habla de sus romances en terapia. Siguiendo la gran tradición de su hermano mayor, Drake, Harlow utiliza a menudo el pronombre “you” para dirigirse directa e íntimamente a las mujeres en sus canciones.

Su mayor éxito solista hasta la fecha, First Class, que pasó tres semanas en el puesto número 1 esta primavera, convirtió a Glamorous, el éxito de 2007 de Fergie sobre el lujo y el éxito ganado con esfuerzo, en una caballeresca invitación a que una dama venga a disfrutar de la buena vida a cuenta de Harlow: “Podría ponerte en primera clase”, aclaraba.

Estilísticamente, la música de Harlow está a años luz de la de Styles, pero ambas comparten una especie de glorificación de las oyentes, una atención lírica al placer de estas y una insistencia sutil en que son compañeros más cariñosos que todos esos otros hombres que, en la jerga de Styles (y en baladas sobrehumanamente empáticas como Boyfriends y Matilda), son “una basura”.

El viejo dominio hiperheterosexual

En cierto sentido, esto sin duda es un progreso. Pensemos que el éxito de Timberlake en los primeros años de la década de 2000 consistió en denigrar a su ex Britney Spears o que una actuación en la que simulaba una especie de dominio hiperheterosexual sobre Janet Jackson no tuvo prácticamente ningún efecto en su carrera, pero casi acabó con la de ella.

La colaboración de Harlow con la estrella del pop gay Lil Nas X y su apoyo público al cantante e incluso su adulación a sus colegas mujeres están a kilómetros de distancia de su antecesor Eminem, que negoció su compleja posición de hombre blanco en un género predominantemente negro a base de puñetazos a mujeres y personas queer. La misoginia y la homofobia ya no son muy buenas para el negocio, gracias a Dios.

Es difícil imaginar a estos hombres cometiendo los mismos errores que sus antecesores, y la ultracorrección es en cierto sentido bienvenida, dada la alternativa. (Bad Bunny ha asumido riesgos aún más audaces, como criticar con vehemencia al gobierno de Puerto Rico por los apagones en toda la isla.)

Pero hasta el privilegio ejercido con responsabilidad sigue siendo, al fin y al cabo, privilegio. Y la música de Styles y Harlow a menudo lo delata con su relativa ingravidez, su sensación de vivir en un espacio libre de grandes preocupaciones existenciales.

Las canciones de Styles en particular parecen vacías de cualquier introspección; la mayoría de las de Harry’s House pasan como grandes masas de nubes.

El foco de la música de Harlow oscila entre las chicas y el ego, con pocos gestos hacia las declaraciones políticas más arriesgadas que ha hecho en las alfombras rojas (denunciando la homofobia) y en las redes sociales (asistiendo a protestas en que se exigía justicia para Breonna Taylor).

Esa incapacidad para verse como parte de un problema mayor también es un síntoma de privilegio. Aunque lleve lentejuelas, que un hombre declare que “los hombres son una basura” no es más que una forma muy sutil de decir “no todos los hombres”. ¿Qué pasa con el tipo que lo dice?

Qué significa ser hombre en este momento

En Part of the Band, un single emotivo y verborrágico publicado este año por el grupo británico The 1975, el líder Matty Healy imagina haber oído un fragmento de charla entre dos mujeres jóvenes: “Me gustan mis hombres como me gusta el café, lleno de leche de soja y tan dulce que no ofenda a nadie”.

Lo implícito es que Healy decididamente no es uno de esos hombres, y de hecho es difícil imaginar a un oyente -especialmente a uno que no sea hombre- escuchando los once temas de Being Funny in a Foreign Language de los 1975 sin sentir vergüenza ajena por algo que dice Healy. (Sólo un ejemplo: “Creía que nos estábamos peleando, pero parece que estaba haciéndote ‘gaslighting’”. Puaj.)

Pero en las cavilaciones de Healy hay algo que a menudo falta en la música de Harlow o Styles: un auténtico sentido del autoanálisis y un monólogo interior activo sobre lo que significa ser un hombre en este momento del siglo XXI.

Las canciones de Healy, como dice la crítica Ann Powers en un inteligente ensayo en el que rastrea el linaje cultural del “hijo de puta”, son excavaciones en “las maldiciones y las bendiciones de su existencia de persona dotada de género”.

Bajo su implacable microscopio, la masculinidad blanca (más o menos) heterosexual felizmente se libera de su estatus de condición humana por defecto y se convierte en una curiosidad en la que hurgar, exponiendo sus contradicciones internas y ansiedades latentes.

“¿Soy irónicamente woke?” se pregunta Healy más adelante en Part of the Band. “¿Soy el blanco de mis bromas? ¿O sólo soy un tipo medio flacucho post-cocaína que llama a su ego imaginación?” Sientan vergüenza ajena, si quieren. Él es lo bastante hombre como para dejar la pregunta flotando en el aire.

Lindsay Zoladz / The New York Times

Traducción: Elisa Carnelli

MFB

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