«Sin velo» es un relato pormenorizado de su educación dentro de la religión y de su casamiento obligado con un miembro de Al-Qaeda.

Yasmine Mohammed es una mujer valiente y sin pelos en la lengua. Podrá decirse de ella muchas cosas, pero no le faltan agallas a la hora de criticar tanto al Islam y a la religión musulmana en la que se crió.También acusa a la izquierda occidental, que con la excusa del progresismo y el relativismo cultural, se desresponzabilizan de los abusos y crímenes sucedidos en países, al menos, de Occidente.

El libro se llama Sin velo y es un relato pormenorizado de su educación dentro de la religión y de su casamiento obligado con un miembro de Al-Qaeda.

Si bien el libro podría encuadrarse en una “literatura del yo” por su escritura, el relato de Yasmine abunda en cifras y estadísticas sobre aquello que denuncia. Por eso la salvedad: el libro puede leerse como una autobiografía literaria y como un ensayo testimonial a la vez.

"Sin velo", de Yasmine Mohammed (Libros del Zorzal, $4.750).


«Sin velo», de Yasmine Mohammed (Libros del Zorzal, $4.750).

En algún punto, tiene consonancias con Poco ortodoxa, la autobiografía de Deborah Feldman –que muchos vieron en la serie de Netflix hace unos años–. La opresión religiosa –en este caso por parte de la secta jasídica del judaísmo– que obligó a casarse a una mujer joven contra su propia elección y para fines reproductivos.

Que la religión es el opio de los pueblos es el adagio marxista por excelencia, pero también deja claro lo poco que conocía Marx de religión y de opio. Sin duda, relatos de opresión, violencia y abuso los hay en todas las religiones: la pedofilia en el catolicismo –múltiples relatos sobre eso desde la película La duda de J.P. Shanley en 2008, a una obra del argentino Daniel Dalmaroni Un instante sin Dios–, la persecución en los mormones –relatada en una obra de teatro del marplatense Emiliano Fernández que estrenó en México, ex practicante de la religión mormona y que fue expulsado de ella y juzgado por ser gay– y testigos de Jehová que piensan distinto y tienen otras metas para sus vidas que obedecer ciegamente los mandatos religiosos.

Las historias de mujeres perseguidas y que viven bajo amenazas de muerte, no nos son ajenas. Entre ellas, Malala Youszafi, una niña paquistaní residente en el noroeste de Paquistán, era una activista que promocionaba la educación de las mujeres cuando recibió un atentado contra su vida en el año 2012 a la edad de 15 años.

Marjane Strapani es una historietista iraní, autora de la célebre novela gráfica Persépolis –después película– que debió exilarse en Francia para poder realizar una obra como artista, y en ella denunció la opresión del régimen del Sha.

Por otra parte, Zak Ebrahim escribió su propia experiencia como hijo de un terrorista musulmán preso por atentar en los Estados Unidos. El libro Hijo de terrorista, lleva el subtítulo “Una historia sobre la posibilidad de elegir tu destino” y nació como charla de los ciclos TED. Lo que Ebrahim cuenta es que a pesar de estar su padre condenado por sus actos, seguía sosteniendo un discurso de odio e intentaba inculcárselo a sus hijos.

Sobre está línea de denuncia versa el libro de Yasmine Mohammed. Describe su maltrato físico y psicológico a manos de su madre, de su padrastro –quien practicaba la poligamia clandestina– que llega al abuso infantil, y todo en nombre de la religión islámica, siendo residentes en Canadá.

​La violencia

Los datos que proporciona Mohammed respecto de la violencia sobre niñas que no quieren usar el velo o que se rehúsan a un casamiento infantil, son asoladoras. Una niña por segundo es abusada sexualmente bajo el pretexto de la religión, en muchos casos obligada a casarse con su violador.

A los 13 años, merced a que un profesor de la escuela vio los moretones y cicatrices en los brazos de Yasmine, él hizo una denuncia al sistema judicial por maltrato físico de un alumno. Toda la familia fue puesta en cuestión y la propia Yasmine –como una Matilda musulmana– prefería vivir en una casa de acogida de menores a su propia casa.

Finalmente el juez decide que los castigos corporales a los niños no van contra el derecho canadiense –este relato tiene varias décadas– y que en su cultura, la islámica, tal vez, los castigos eran más severos. Con lo cual, no rescata a la chica del abuso.

Su historia, hasta que logra salirse de la religión –hoy dirige la fundación Free Hearts, Free Minds– y es una de las propagadoras del #nohiyabday –”el día sin velo”– es un derrotero de amargura y angustia.

Sin embargo, Yasmine Mohammed señala algo a lo que todos deberíamos atender. Ella escribe: “Si una persona blanca se niega a preparar un pastel de boda para una pareja gay, todo el mundo clamaría su intolerancia y aseveraría que es inaceptable. Pero ¿qué pasa cuando las panaderías son propiedad de un musulmán que adopta esa actitud? La respuesta es un silencio atronador. Es la cultura de ellos, y nosotros hemos de respetar sus creencias, a menos que seamos unos extremistas islamofóbicos”.

De esta manera, el progresismo, en realidad, según la línea de pensamiento de la autora, no hace sino perpetuar los discursos de odio.

El libro lleva a preguntarse a cada uno en lo más hondo de su política y filosofía: ¿tenemos derecho a avalar las ejecuciones a las mujeres que presumiblemente actuaron contra la la religión, la mutilación genital en niñas de 11 años o menos, el casamiento infantil, los malos tratos hacia un niño que no puede elegir no ser musulmán (o la religión que lo esté oprimiendo)? ¿No nos estamos desreponzabilizando? Sin velo es un libro necesario.

PC

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