De todos los soportes conocidos para hacer arte, Rodolfo Bardi se sintió más cómodo con el más inesperado y original: las paredes de los halls de los edificios de departamentos. Bardi ha sido el artista pionero que en la década del 60 propuso “decorar” esas entradas tristes de los conglomerados de propiedades horizontales con obras propias.

Reemplazaba así, los típicos cuadros de la época que solían tener un hombre con un perro, una casa en un bosque, un bote en un lago. O un espejo. O paredes simplemente peladas. Con el tiempo, produjo más de 400 obras que, en una cantidad importante se conservan en construcciones de la Ciudad de Buenos Aires y, unas pocas, en Gran Buenos Aires. Impulsó una rama artística que, incluso, convocó a consagrados como Marta Minujín o Luis Seoane.

A fines de 2022, se presentó Rodolfo Bardi, un libro coordinado por María Cristina Rossi que reúne su obra, cuenta su historia y homenajea al artista no siempre recordado. El encuentro fue un reconocimiento merecido que presenció su hija Valeria Bardi, una difusora constante de la obra de su padre e impulsora del cuidado y restauración que merecen esos trabajos expuestos de modo permanente.

Retrato del artista Rodolfo Bardi con uno de sus murales. Foto: Jorge Labraña


Retrato del artista Rodolfo Bardi con uno de sus murales. Foto: Jorge Labraña

Se puede recorrer la Ciudad de Buenos Aires y parte del Conurbano visualizando los murales que todavía persisten en las entradas de decenas de edificios. En Concepción Arenal 2323, por ejemplo, se encuentra un relieve trabajado en mármol y cobre de 2,49 x 1,51, protagonizados por cuerpos fundidos de un hombre y una mujer que miran al horizonte.

Otro realizado en cemento pintado que exhibe diversas formas, en Giribone 629. O dos murales que ambientan una entrada en Mendoza 3282, basados en aluminio, cemento, maderas, azulejos y cargados de simbolismos. O el tríptico en una galería comercial de Arribeños 2153 (Barrio Chino), un relieve de cemento intervenido con pintura blanca.

La ruta continúa por Vicente López, Florida, Lomas de Zamora, Ramos Mejía. También llegó a Mar del Plata y Pinamar y sobrevive uno en las paredes de una YPF de la Ciudad de Corrientes

Estos murales acompañaron un momento clave de la construcción de edificios de departamentos para la clase media. El encuentro entre el diseño arquitectónico y el muralismo jerarquizó el ingreso a las torres. En las décadas del 60 y 70, Bardi trabajó con ingenieros y arquitectos que ya le encargaban estos trabajos. El estudio de arquitectura Pisni y Mauny, la constructora Dintel, la compañía Chenlo o la contratación directa por consorcios para decorar las entradas de sus edificios fueron los canales para el desarrollo de sus obras. Bardi solía trabajar a la par de los gremios de la construcción.

En el libro se cita el testimonio de Dalmiro Ajalla, quien compartió tiempos de obra con él: «Le gustaba conversar con nosotros, a veces comíamos asado juntos. Pero él era diferente a nosotros, tenía pelo largo, usaba morral y fumaba en pipa. Nos contaba historias y era muy bromista». Una caracterización casi pictórica.

"Rodolfo Bardi", libro coordinado por María Cristina Rossi (YOEDITOR, $1.900).


«Rodolfo Bardi», libro coordinado por María Cristina Rossi (YOEDITOR, $1.900).

Bardi, el multiartista

Rodolfo Bardi nació en 1927, en Vicente López, y comenzó a pintar a los 8 años, cuando su tío José Rufino Bardi, pintor figurativo, lo llevaba a los bosques de Palermo y lo familiarizó con lienzos y pomos de óleos. En los 40, estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes Manuel Belgrano y posteriormente continuó en la Prilidiano Pueyrredón. En 1946 formó parte del Grupo de amigos de Vicente López con Leopoldo Torres Nilsson y José Arcuri y se vinculó a la realización cinematográfica.

De hecho, en 1947 colaboró en la realización de El muro, un corto de 8 minutos que fue la primera película de Torre Nilsson. Diez años después volvería a incursionar en el cine trabajando en el corto Continuidad plástica dirigido por José Arcuri. Finalmente, en 1954, Bardi dirigió un corto de carácter abstracto filmado en 16 mm titulado Composición que dio cuenta del trabajo que hasta ese momento venía realizando.

Rossi –doctora en Historia y Teoría del Arte– lo define así en el libro: «las formas que enfocó Bardi corresponden al vocabulario plástico que venimos analizando: líneas rectas y curvas, flechas, líneas punteadas, tramas rayadas, círculos y cuadrados delineados o pintados, que la cámara recorre en el breve tiempo del cortometraje». Es decir, un reflejo conceptual de la obra que venía produciendo.

Mural de Rodolfo Bardi, Paunero 2793 (1971). Foto: María Eugenia Cerutti


Mural de Rodolfo Bardi, Paunero 2793 (1971). Foto: María Eugenia Cerutti

A fines de los 50, Bardi realizó muestras individuales en varias galerías de arte, integró una vanguardia llamada Grupo Joven de la que formó parte, entre otros, Eduardo Mac Entyre, participó de la Bienal de Arte Moderno de San Pablo de 1959 y un año después exhibió en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.

Sobre el Grupo Joven, uno de sus integrantes, Torre Nilsson, lo definía en un breve manifiesto casi gótico: «…Es la súbita verificación de nuestra tristeza, tristeza es sentir que estamos viviendo con muertos, rodeados de muertos pegajosos, malolientes, y que nos hablan con sus voces de muertos…».

Su paso por la plástica era más que prometedor, era una realidad. Sin embargo, Bardi inicia su obra mural en la década de 1960, sumándose a la tradición anterior en la que se recurre al artista plástico para que componga y complete la escena, conformando una unidad, así la obra forma parte inseparable del espacio de la arquitectura.

En 1961, realizó un mural en el restaurante La Posta de Mar del Plata y una escultura de cemento amurada a la pared en el edificio de Av. Del Libertador 70, de Vicente López. Lo convocaban quienes requerían una distinción para sus edificios: la de su arte.

Mural de Rodolfo Bardi, Ortíz de Ocampo 2615 (1969). Foto: María Eugenia Cerutti


Mural de Rodolfo Bardi, Ortíz de Ocampo 2615 (1969). Foto: María Eugenia Cerutti

La técnica utilizada para realizar los murales se denominó “relieve escultórico”, encontrando en el arte geométrico su mayor firmeza expresiva. Utilizó la técnica de cemento pintado al óleo, con incrustaciones de chapas de cobre o de aluminio, incrustaciones de resinas, piezas esmaltadas, u otros elementos como caracoles o piedras, para complementar la imagen.

El estado de las obras

Los 23 años que Bardi dedicó a la obra mural, los volcó, en su mayoría, en edificios de viviendas familiares. Unió a la arquitectura y la plástica con una renovada concepción que reflejó las corrientes artísticas de su época. Muchos de los vecinos de edificios que alojan estas obras las cuidan o limpian, pero no siempre es así, y algunas de ellas se deterioran y pierden belleza e integridad física. Todavía se desconoce el valor patrimonial de estos murales.

De las aproximadamente 400 obras que hizo Bardi en edificios, unas 150 desaparecieron, fueron demolidas o remplazadas por un espejo, señala la cuidadora de su obra, Valeria Bardi, hija del artista. «Quedan unas 250, y de ellas, la mitad está en buen estado, son restauradas, limpiadas, alguien las completa si se pierde o rompe un pedacito, hay porteros y encargados que las cuidan.

Y hay otro porcentaje que está en mal estado, que el consorcio no se ocupa, que tienen la pintura saltada y que a veces se decidió pintarlos de blanco arriba de los materiales de colores», explica Valeria.

Mural de Rodolfo Bardi, Olazábal 5008 (1972). Foto: María Eugenia Cerutti


Mural de Rodolfo Bardi, Olazábal 5008 (1972). Foto: María Eugenia Cerutti

La conservación de los murales de Bardi tiene sus complicaciones al pertenecer al ámbito privado de un edificio y no dependen del cuidado por parte de un organismo público.

«Para poder conservarlos se necesita difusión y que los vecinos tomen conciencia de cuidarlos, dependen de los consorcios de los propietarios. Hice un reclamo en la Dirección General de Patrimonio de CABA, pero no me dieron respuesta porque no están en la vía pública, son propiedad privada. Hay un vacío legal porque nadie obliga a los consorcios a su conservación», explica con desazón la hija de Bardi.

Mientras tanto, junto con Rossi están organizando a mediano plazo, una muestra que reúna la obra pictórica de Bardi producida entre 1950 y 1960. Ambas se encuentran en plena catalogación de todo lo que Bardi pintó antes de dedicarse por completo a los murales. 

El homenaje

A fines de diciembre se presentó el libro que reúne la obra de Bardi en la Casa Victoria Ocampo que hoy aloja al Fondo Nacional de las Artes (FNA). Allí estuvieron María Cristina Rossi, Cecilia Belej, Alicia Santaló (miembro del Directorio del FNA, por la disciplina Arquitectura y Patrimonio) y Mónica Pallone. También participaron Valeria Bardi y Diana Saiegh, presidenta del Fondo Nacional de las Artes (FNA).

«Son obras que invitan a tocarlas para experimentarlas», dice Belej para referirse a los murales de Bardi que primero expresaron una abstracción geométrica y luego una «figuración decorativa».

«Estos periodos no fueron estancos; por el contrario, se solaparon y convivieron. En sus obras exploró diversas técnicas de bajorrelieve en cemento coloreado con incrustaciones de metales y esmaltes. Trabajó con cemento, madera, azulejo, metales esmaltados, lajas, vidrio, y otros materiales», subraya Belej.

Mural de Rodolfo Bardi. Concepción Arenal 2323. Foto: María Eugenia Cerutti


Mural de Rodolfo Bardi. Concepción Arenal 2323.
Foto: María Eugenia Cerutti

Por su parte, la arquitecta Santaló destacó que «encontramos murales que no se conocen, no son valorados. En un edificio de Palermo Viejo, vi un mural y estaba blanqueado. También pensamos en sugerir que las propiedades horizontales incluyan obras de arte». 

Afortunadamente, Bardi no solo dejó su obra expuesta y abierta, casi totalmente, al público. También dejó notas, cuadernos, libretas, fotos, maquetas y bocetos que le permitieron a investigadores como Rossi, Belej y su propia hija poder reconstruir su método de trabajo, sus valores estéticos y la filosofía aplicada en sus creaciones.

«Bardi lleva el arte a la gente común que transita la Ciudad de Buenos Aires. Se encuentra disponible, ya no solamente para el público que ingresa a un museo o una galería de arte, sino para el paseante de una metrópolis moderna que ingresa a una galería comercial o que habita uno de los innumerables edificios en lo que está presente su obra, que le brinda carácter a muchos de los barrios de Buenos Aires», concluye Belej.  

Solo falta que su obra reciba el encuadre de protección legal que se merece, el reconocimiento a una obra artística particular y única que corre el riesgo de desaparecer si solo depende de la buena voluntad e interés de los consorcios que, en muchos casos, se encuentran en situaciones económicas precarias.

Los murales componen una obra única en su estilo, soporte y expresión. El auge de construcción nueva que estamos presenciando en la Ciudad atenta contra el mantenimiento y conservación de los trabajos de Bardi, ese hombre que encontró un espacio singular para el goce del arte.

PC

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