Intencionadamente o no, ‘La ballena (The Whale)‘ está siendo una increíble historia de redención para Brendan Fraser. Dentro y fuera de las cámaras. No es que su caída haya sido culpa suya (todo lo contrario), pero sí ha tenido que ir volviendo poco a poco, juntando trabajos notables en proyectos de menor entidad aunque algunos puedan argumentar como más interesantes, siendo el proyecto con Darren Aronofsky la culminación que le puede llevar a la gloria del Óscar.
Como poco, juntarse con Aronofsky para continuar el ascenso es una decisión acertadísima. No tanto por la estatura creativa de Darren, que es cierto que es ampliamente interesante aunque extremadamente irregular (sus puntos altos son muy altos y los bajos, muy bajos), sino porque sabe como aprovechar a sus estrellas, especialmente si estas han caído y buscan la redención. Así lo mostró con ‘El luchador‘.
Golpes de la vida y reales
Disponible en plataformas como FlixOlé o Filmin, además de gratis en PlutoTV (con anuncios), este drama deportivo nos presenta a un Mickey Rourke envejecido y magullado por los golpes de la vida (y los literales). Un relato con cierta búsqueda de redención pero también mucha autodestrucción, como suelen tener las historias con las que Darren se obsesiona.
Rourke es Randy «The Ram» Robinson, una antigua estrella de la lucha libre que gozó de gloria y éxito en los ochenta para terminar descendiendo de la manera más brutal. Ahora exprime su fama todo lo que puede en el circuito underground, peleando en cuadriláteros paupérrimos contra rivales de tercera división. Ha caído muy bajo, y sus únicas esperanzas de intentar reconducir su vida están en reparar la relación con su hija (Evan Rachel Wood) y en el amor con una stripper (Marisa Tomei).
La película, por supuesto, se nutre de la propia historia real de Mickey Rourke, también estrella juvenil caída en desgracia por su propia historia de autodestrucción. Aspectos que ayudan a hacer más cruda y realista su interpretación, que ya se nota entregada por los cambios físicos y la vulnerabilidad emocional. Podría haber caído fácilmente en aspectos muy superficiales que despertasen ternura de la manera más manipuladora al espectador más o menos atento, pero no es el caso.
‘El luchador’: vulnerabilidad honesta
Hay que dar su mérito a Aronofsky que, aunque mantenga cierto estilo intenso en su dramatismo, procura contenerse para que sean el personaje y la historia los verdaderos protagonistas, mientras que en otras cintas su manera de dirigir es tan prominente que acaba absorbiendo todo. En ‘El luchador’ hace su cinta más accesible, pero no la más pobre, manteniendo algunas de sus inquietudes humanísticas en un formato muy a pie de calle que sabe involucrar a la audiencia.
Es una decisión inteligente y paradójicamente interesante. Privarse de artificios para acabar deslumbrando. Quizá no esté entre sus películas más admirables o de las mejores, pero sí es una donde muestra que tiene habilidad para hacer otro tipo de películas distintas. Si quisiera, jugaría mejor que nadie el juego de Hollywood. Pero no, al igual que sus personajes, Aronofsky no puede evitar autoinmolarse a través de grandes explosiones y analogías. Quizá por ello ‘El luchador’ tenga parte de autorretrato honesto.
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