La lagartija blanca, con lunares de colores, se extiende por poco más de una cuadra de Bartolomé Mitre, entre el gris del Microcentro porteño. Y como buena parte de la obra de TEC, el pionero del arte urbano argentino que conquistó San Pablo, te saca una sonrisa.
Con 120 metros de largo, La lagartija es la pintura sobre asfalto más grande de Argentina. Si uno camina por Mitre, la verá en partes. Curvas, colores, alegría. Traza un caminito que desemboca en Arthaus, su promotora, la usina de artes contemporáneas que apuesta a revitalizar la zona, esta tierra de comercios, oficinistas, «arbolitos» y turistas, y una de las más golpeadas por las restricciones en la pandemia del coronavirus.
Ver al animalito que creó TEC completo, contorneándose, es otra fiesta para la que hay que tener mirada de pájaro o fotos desde un dron (de hecho, están pensando poner un código QR para ofrecerlas a los curiosos de forma directa).
¿Por qué una lagartija? La lagartija es símbolo de regeneración. «un animal simpático, inofensivo, capaz de reconstruir partes de su cuerpo», dice TEC a Clarín en una pausa del trabajo que inaugurará el viernes 24 de febrero a las 19 en Bartolomé Mitre 434.
El proyecto, cuenta, nació hace 2 años, en medio del aislamiento obligatorio por el Covid. TEC tuvo tiempo de «masticarlo». «Es la idea que mejor nos cerró. Porque la obra se trata de la regeneración del Microcentro pero también, dado el contexto en el que surgió, de la recuperación del espacio público en otro sentido: ofrecer color despúes de la pálida«, afirma.
En el arte siempre hay más significados. Los veranos en la Ciudad de Buenos Aires con temperaturas cada vez más altas y las «invasiones» de lagartijas de las que se viene informando -incluso en otros lados-, advierten sobre las consecuencias del cambio climático.
TEC (1975) nació en Córdoba, vivió en la Ciudad de Buenos Aires y se mudó a San Pablo hace más de 10 años -al casarse-, donde creó el mural más grande de la ciudad, en el lateral de un edificio de 18 pisos frente a la autopista Minhocão. El mural de la ceguera (2015), un rostro «vendado» por caminos sinuosos, puro caos, es ya un ícono paulista.
Pero TEC arrancó mucho antes. Empezó con los grafitis, y música, en la década de 1980. En 2000 fue uno de los fundadores de FASE, grupo que junto con DOMA, le dio envión al arte urbano poblado de figuras simpáticas y tonos de látex brillantes. Alguna vez habló de la influencia de Joan Miró y de Basquiat. Más que elementos de lo naif o de la pintura infantil, de la potencia de lo simple y lo amigable.
Desde entonces, TEC no paró de innovar con instalaciones, fotos, videos, obras digitales, NFT. Barriletes. Peces. Ranas. Pintura en la calle, pero no sólo en las paredes, también en el asfalto.
-¿Por qué empezaste a pintar en el piso?
-No lo busqué intencionalmente. Fue en el contexto de la crisis de 2001. Trabajaba en una pared de la Ciudad y escuché tiros. Tuve miedo de que me confundieran con un ladrón, de que me mataran. El suelo me pareció más seguro.
-¿Cómo ves el Microcentro hoy?
-Todavía recuerdo las pintadas de aquella época, «Que se vayan todos», en los muros el Cabildo. Pero para mí, hoy, el Microcentro es un quirófano. Vengo de San Pablo, donde hay un caos que acá no sé si se imagina y donde la situación humanitaria es tristísima. Acá veo cierta preocupación por lo urbano, áreas peatonales y que se está trabajando para darle vida a esta zona que después de las restricciones en la pandemia y con el home office instalado se fue despoblando.
-¿Qué desafíos te trajo pintar ahora en una vereda porteña?
-Cuestiones de perspectiva, por ejemplo. A diferencia de San Pablo, esta calle es plana. Y está el tema de las dimensiones. Soy crítico de muchos usos de la tecnología pero trato de aprovecharla. Todo esto me acercó más a la fotografía, a drones que son cada vez más sofisticados, a que para completar un acercamiento a la obra utilicemos el celular. Pinto y el dron, en cierto modo, ayuda a completar la obra. Se produce una unión de opuestos: brocha y pintura y lo último en tecnología.
TEC pintó en Caseros, en la autopista 25 de Mayo sobre Avenida La Plata en Caballito, en Barracas y un gran libro en una pared de la Facultad de Lenguas en Córdoba, entre muchos otros lugares.
Y TEC expuso en instituciones de Brasil, Estados Unidos, Alemania, y su muestra De dentro e De Fora, en el Museo de Arte de San Pablo, en 2011, fue de lo más elogiada. El año pasado ganó el Konex al Arte en el Espacio Público, junto con otro cordobés, Elian Chali. Participó en ferias de arte.
– ¿Cuáles son las diferencias clave con la obra «de museo» y la que crea para las calles?
-Hace más de tres décadas que pinto en las calles. Respeto mucho el espacio público, que es de todos y, por eso, busco ser conciliador. Aprendí a escuchar. Pienso en la soledad de las grandes ciudades y en el modo de hacerlas más habitables. En cambio, la gente que va a una institución, a ver una obra, a ver un artista, no debería tener problemas respecto de opiniones explícitas, contrarias a las suyas.
“Desde los primeros renacuajos en el asfalto o veredas de la ciudad, los trabajos de TEC se caracterizaron por la relación que establecían con el público -dice María Teresa Constantin, directora de arte de Arthaus-. Un público ajeno al mundo del arte que era, de pronto, sorprendido por la irrupción lúdica de las obras. Hoy la enorme lagartija apela a aquella primera impronta que es el eje de su trabajo: interpelar a los peatones en el mundo gris del Microcentro, detenerlos, llevarlos a imaginar otros mundos coloridos, críticos y esperanzados”.
Andrés Buhar, fundador de Arthaus, músico, empresario, coleccionista, suma: «La Lagartija de TEC funciona como el sendero del cuento de Hansel y Gretel, te guía hasta la puerta de Arthaus, es decir, al encuentro de más arte».
-¿Hacia dónde va el arte urbano, TEC?
-Me parece que es una pregunta para que responda un pibe de 15 años que empieza a pintar ahora en las calles. Porque lo que yo veo es bastante pesimista. Me pregunto más bien cómo va a sobrevivir. Vivimos en ciudades hiper vigiladas. No sé de qué forma la libertad y la adrenalina que tuvimos en los años 80 podría subsistir.
JS