“Tenía que ser una ficción en la que fuera inquietante no distinguir, porque eso volvía natural que pudiera pasar de lo real a la ficción y de la ficción a lo real”, dice el escritor Aníbal Jarkowski sobre su novela Si, que tiene a Jorge Luis Borges y a Estela Canto como personajes.
“Además, esta posibilidad me permitía estar imaginariamente muy cerca de esos personajes, aun de aquellos que no son ni Borges ni Estela sino secundarios: el hermano de Estela, un empleado de la biblioteca, la madre de Borges o el psiquiatra”.
Jarkowski escribió esta novela a partir de su trabajo como docente y crítico literario, después de haber leído decenas de libros y dictado infinidad de clases sobre el autor de El Aleph, que lo llevaron a mantener un particular vínculo con él.
“Me pasó algo que no es nada raro: uno empieza a sentir a veces como que ciertos escritores son amigos. No exactamente colegas, porque está difícil ser colega de Borges, pero sí una cierta cercanía. Yo a él jamás lo traté. Nunca vi a Borges. Pero empecé a sentir eso y había un momento en particular que me inquietaba mucho: la famosa renuncia a la biblioteca cuando lo nombran inspector de aves”, cuenta.
Jorge Luis Borges trabajó como bibliotecario auxiliar en la Biblioteca Miguel Cané de Boedo entre 1937 y 1946, cuando renunció a la municipalidad luego de que le informaran que sería ascendido al cargo de “Inspector de aves de corral”.
Poco antes había firmado una solicitada en contra del que se convertiría en el primer gobierno peronista. En lo personal y afectivo, atravesaba la mediana edad luego de la muerte de su padre y se enamoró de Estela Canto, una mujer independiente, culta y de fuertes convicciones políticas.
“La información que yo tenía me daba a pensar que ahí hubo una especie de uso político de esa renuncia –dice Jarkowski– porque lo que se planteaba como una situación de abuso, de persecución, en realidad era algo que estaba dentro del camino de Borges: dejar el trabajo de la biblioteca. Hoy es más o menos sencillo decir que para convertirse en Borges él no podía ser empleado de una biblioteca de barrio. Ya era un escritor extraordinario, no por el reconocimiento sino por la obra que ya tenía. Era un verdadero hombre de letras, como se decía antes, dedicado a leer y escribir. La biblioteca estorbaba, excepto que le daba un sueldo regularmente”.
El escritor agrega que Borges además era director de la revista Los Anales de Buenos Aires y, por otra parte, había comenzado a dar conferencias, actividades que le demostraban que podía sobrevivir con trabajos literarios.
“Yo creo que era un imposible que Borges continuara con ese trabajo”, sigue Jarkowski. “Ese conflicto, que se presenta cuando llega el peronismo, lo lleva primero a recibir una sanción porque comete una infracción, firma una solicitada cuando había un decreto que lo prohibía. Él sabe que se expone a ese riesgo, yo creo que lo hace como un gesto personal: ‘Efectivamente, como opositor político quiero firmar esta declaración’”.
El entorno
Para el autor de Si, el entorno de Borges vio una posibilidad de convertir el entredicho entre él y el gobierno municipal en “una especie de conflicto emblema”, y que esa situación motivó luego una reunión de desagravio y distintos discursos en los que se destacaba “la idea de un hombre perseguido”.
Y reflexiona: “Me parece que él fue más bien alguien que siguió el discurso de lo que le proponía su entorno. No porque Borges no fuera antiperonista, que sí lo era, pero también es cierto que hubo una especie de planificación de su entorno que convirtió en un episodio muy notable lo que en el fondo era parte del curso natural de las cosas. Decían que para convertirse en lo que Borges ya era de alguna manera, él iba a tener que hacer opciones personales. Sentimentales, como su relación con Estela Canto, y profesionales, como tener de qué vivir. Creo que hubo un desarrollo personal de Borges y una encrucijada política”.
Y detalla: “Lo que me parece complicado es que una persona tan notablemente inteligente para pensar lo complejo, en la política era muy simplista. Por lo menos en Argentina, que es lo que conozco, todos vivimos situaciones complejas, que no tienen respuestas simples. Me parece que Borges en política simplifica todo. Después vienen estos problemas, muchos antiperonistas vuelven sobre sus pasos, ‘no supimos ver lo que efectivamente significó’, ese período histórico, y Borges no puede volver atrás, porque ya está instalado en esa especie de tozudez que lo volvió pintoresco. Hasta él mismo, de alguna manera, se pone a jugar con palabras, sobre su punto de vista inflexible, sobre algo que justamente es muy flexible, que es la percepción de la realidad. No me parece un reproche, pero desde el punto de vista de la realidad social y política creo que Borges tiene un pensamiento pobre”.
–Con todo esto decidiste convertirlo en un personaje de ficción.
–Más allá de la posibilidad existente, la diversidad de abrirse a otras personas, a otros intereses, a otros gustos, es algo valioso que él experimentó en las décadas del 20 y la del 30, cuando estuvo mucho más cerca de fenómenos populares y que después va abandonando, se cierra en un círculo cada vez más endogámico, y yo, desde mi mirada, para imaginar la novela, pensé que esa era una pérdida personal para Borges.
Y que ese contacto con el universo, con lo distinto, es siempre valioso. Y que él se había negado a eso. Yo antes de dedicarme a la docencia hice trabajos muy distintos, con gente con otros intereses, otra formación, otros gustos. El mundo real es más rico que quedarse en un solo lugar. Creo que la opción que Borges hace lo restringe.
Entonces me gustó imaginar sus últimos momentos en esa biblioteca y la posibilidad de abrirse y aceptar ser inspector en un mercado. Esa etapa también coincidía con su relación con Estela Canto. Entonces no tuve que forzar las cosas. Había una suerte de exacta contemporaneidad entre esa situación personal de Borges y otra gran persona a la que yo podía convertir en personaje. El desafío era cómo convertir a estas dos personas en personajes de una novela.
–¿Cómo fue el proceso de escritura?
–Leyendo, imaginando. Había una parte documental bastante sólida, sobre la cual escribí la novela. No es que me puse a investigar esas cosas para escribir; descubrí que ya estaban en mí, entonces mi idea era cómo convertir eso en algo interesante para la ficción. Pero esto no es efecto de una investigación directa sino de lecturas anteriores de libros, artículos y cartas; el tema fue recortar el momento sobre el cual quería escribir.
Cuando escribía ellos me acompañaban como personajes, pero me había impuesto, de alguna manera, que no podía contradecir lo que sabía tanto de Estela como de Borges, si no quería ni rendir un homenaje, ni burlarme. Para mí era muy importante no traicionar lo que creo que ellos fueron. Dentro de esa limitación, la idea era moverme sí con mucha libertad.
Hay ciertas maneras de hablar de Borges que las respeté porque son muy propias de él, pero otras situaciones directamente las imaginé y puse al personaje que fui construyendo. En ese punto me parece que fueron años de una cercanía que fui creando con él por mi trabajo, entonces no fue tan raro. Si uno calcula mucho que va a escribir una novela sobre Borges no lo hace. En cambio, en este caso no fue un dato violento, ni algo que supuso que mi cabeza cambiara.
–¿Cómo abordaste el personaje de Estela Canto?
–Traté de conocer a Estela a través de lecturas, fotos, intenté imaginar las dificultades de una mujer como ella para ser independiente, para no ser calculadora respecto de Borges. Ser amigo de Borges era como ser amigo de John Lennon, se percibía que él iba a ser un verdadero símbolo del siglo XX.
Creo que muchos se acercaron a él con esa sensación. Estela no. Siempre se mantuvo fiel a sus convicciones. En ese punto la perfección y la figura de Borges no interceptan los sentimientos que ella pueda tener. No confunde. Creo que buena parte del entorno que lo rodeaba a él también aprovechaba. Quizá alguno adquiría cierto renombre por ser amigo de. No ocurrió en el caso de Estela.
–Borges de todas maneras seguía siendo Borges.
–Está pensando todo el tiempo en el cuento que quiere escribir y no le sale pero ahora cree que le va a salir, es un hombre de letras y hay otros que lo ven como una especie de monje literario, así como Flaubert, con una turbulencia personal pero al mismo tiempo una dedicación a la literatura para la que hay que tener mucho coraje.
Creo que Borges ha resignado muchas cosas por su dedicación a la literatura, algo que no me parece envidiable. Uno no piensa eso cuando lee un libro de un escritor que admira, cree que lo mejor que pudo hacer ese autor es escribir el libro que está leyendo. Pero bueno, eso supone muchas veces decisiones personales a veces bastante dramáticas, como la soledad, o que no interfieran otras cosas que son parte del cotidiano.
Me parece lógico que el lector no tenga por qué preocuparse de eso, pero de todos modos para un personaje como Borges, que era el que yo estaba construyendo, él tenía que tener esa relación con la escritura, con costos altos. Eso, insisto, no me parece para nada envidiable. Sí soy muy agradecido por lo que Borges ha hecho con el lenguaje, que es maravilloso.
Jarkowski Básico
- Buenos Aires, 1960. Es docente en el Colegio Paideia y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
- Especializado en literatura argentina, escribió ensayos sobre Jorge Luis Borges, Roberto Arlt, Ezequiel Martínez Estrada, David Viñas, Juan José Saer, Oliverio Girondo, entre otros.
- Es autor de las novelas Rojo amor (1993), Tres (1998) y El trabajo (2007).
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