Puestos a elegir, venimos prefiriendo los cines de la cadena Multiplex. Es decir, cualquier película que queremos ver, primero nos preguntamos si la dan ahí. Somos gente moderna que pretende vivir en un Estado moderno y hoy día un Estado moderno es aquel que antepone la mano de obra en lugar de las máquinas.
En otras palabras, este es un país que quizás no precise nuevos catadores de vino, pero sí o sí necesita boleteros.
Lo mismo en lo subtes: elegimos solamente pasar por las ventanillas. Es nuestro modesto aporte a la causa. Si hay que cargar la tarjeta SUBE vamos hacia personas que cumplen horarios, perciben sueldos y gozan de vacaciones.
En una estación de la Línea D, la relación –sí, relación- empezó tensa con la mujer de la ventanilla que normalmente come bizcochitos de grasa. En un ademán corto de uña esculpida, ante nuestro pedido, la señora nos señaló la máquina donde había dos personas a la espera de cargar la tarjeta.
La máquina aceptaba la fila sin protestar, mientras la señora que cumple la misma función, masticaba sin pausa. De todos modos somos gente buena y empática, así que decidimos una nueva aproximación compasiva argumentando por qué uno prefiere comprarle el boleto a ella o a quien sea que esté atendiendo la ventanilla.
La mujer confundió nuestra humilde causa noble con un piropo y soltó una carcajada espolvoreada de sabor.
-¿Don Satur?
-Jajaja… ¡No, Jorgito! -corrige mejor dispuesta para su tarea-.
Preservar las fuentes de trabajo
Aprovechamos a explicarle la teoría de que conviene que la tecnología se meta lo menos posible y le contamos de la cruzada amigable: que somos una especie de Santiago Maratea de baja intensidad en busca de la simple preservación de la fuente de trabajo.
La gente, en general, va a la máquina así que, con los días, tuvimos la posibilidad de hacernos cada vez más amigos de la señora que debería cargar la SUBE con más asiduidad.
Se ve que coincidimos en el horario y de pronto, “Pst… eu”, ella mete un chistido a la distancia, uno se acerca y hablamos un minuto de cosas que tienen que ver con el tema, por ejemplo el outfit del Papa que se volvió viral hace un par de meses.
–¡Mejor que Versace la Inteligencia Artificial…! –dice sobre el look rapero y extravagante que tuvo el sumo pontífice gracias a un tecno-truco.
También comentamos sobre la huelga de guionistas de Hollywood por miedo a ser remplazados por el ChatGPT y ella sugiere que ese programa hasta puede poner en peligro a la propia especie humana.
Una cuestión cada vez más frecuente
La manía de las máquinas y las ventanillas sin servicio. Pasa en bancos, teatros, supermercados, subtes, premetros, cines. La fuente de trabajo desapareció del hall del Cinemark Palermo. Es desolador y hasta da un poco de nostalgia ver que el mostrador del fondo es nada más que una estructura para más y más boleterías electrónicas.
Llegás para sacar tus entradas y enfrentás una hilera de aparatos. Para los que podemos comparar, todavía existe una sutil diferencia entre una computadora y una persona que te pide la tarjeta de débito.
En el Cinemark Palermo no hay boletero. Ya no está la venezolana estudiante de Medicina que nos atendía con gracia inédita. La buscamos para ver si la pusieron a vender pochoclos, pero no. Preguntamos por ella, la describimos lo mejor posible. Nadie sabe nada.
El tipo de Prosegur debe ser una institución en ese cine. Un señor muy amable que puede explicarte cómo sacar las entradas. Y te la puede sacar él mismo. Re macanudo el ser humano. Se te acerca queriendo saber qué película vas a ver. Espera ante la duda del usuario y después continúa toda la operación hasta darte los tickets, no sin desearte que disfrutes de la función.
-¿Fila?
-Mmmm… ¿la sala es chiquita?
-Sí sí, -responde-. ¿Siete al medio te gusta?
-Bueno, dale…
-¿Papas con cheddar?
-No, no.
-¿Pochoclo? ¿Coca?
-No, no, gracias, así está bien.
Nadie saluda a una máquina
Las máquinas nos han vuelto un poco maleducados. Claro, nadie saluda a una máquina. No hay por qué hacerlo, pero como están por todos lados, ya se estudia la desaparición de ciertas normas básicas de convivencia y cordialidad.
Acostumbrados como estamos a la tecnología, al parecer uno estaría olvidando el “buen día” o el “buenas tardes”, según la hora en que se produzca el encuentro con otro ser de carne y hueso.
En el Multiplex de Belgrano, en cambio, existen boleterías bien a la vista con boleteros/as. “¡Hola!”, saludás casi con alegría. A veces la sola presencia de un individuo hasta puede provocar entusiasmo.
-Buenas noches.
Buenas noches.
-Dos para «Misántropo» por favor… ¿cómo están tu cosas?
-Bien, gracias, por suerte hoy hay bastante trabajo.
WD