La vieja lección de Paul Auster y un «regalo» a los nuevos periodistas.
Lloraba como si en cada lágrima se le fuera la vida. Paul Auster tenía entonces 8 años y se maldecía porque lo habían puesto a prueba y no había estado a la altura. Y porque ya no era tan niño para llorar como un niño por algo que para cualquiera era una tontería, menos para él y para todos los que sabemos la importancia de guardar un lápiz en el bolsillo, por si acaso uno se sienta tentado a utilizarlo.
Por no haber tenido uno a mano, Auster se perdió el autógrafo de su máximo ídolo del fútbol americano y lloró largo y tendido en el auto de su papá. Luego vendrían sus verdaderas tragedias, como la muerte de su primera nieta y el suicidio de uno de sus hijos. Ahora, incluso, el autor de La Trilogía de Nueva York está luchando contra un cáncer. Pero el mundo literario que lo vio crecer sigue recordando la anécdota de aquellas lágrimas de su niñez, y su gran lección de vida.
Hace unos días, al darle la bienvenida a los nuevos alumnos de la Maestría de Clarín, el escritor español Juan Cruz les dijo: “Si yo pudiera regalarles algo a cada uno de ustedes les daría un lápiz”. Curioso consejo en un mundo que amenaza con dejar a los románticos fuera de las aulas. ¿Para qué si se puede escribir directo en el teléfono?
Por suerte todavía son muchos los que agarramos un lápiz, aunque sea para hacer la lista del súper. “Un lápiz y un papel son instrumentos primitivos. Sientes cómo las palabras salen de tu cuerpo y luego las entierras en cada página”, sostuvo Auster al visitar la Argentina hace ya casi 10 años. Románticos que cada tanto vienen a recordarnos que mientras haya un lector interesado en saber por qué lloraba aquel niño en el auto de su padre, habrá una historia para contar.