No sólo de superhéroes vive Hollywood. Desde hace una larga temporada, la Meca del cine ha estado explotando un filón aparentemente inagotable y resistente al paso del tiempo y a los saltos generacionales: el de la nostalgia. La añoranza de las producciones y licencias de hace dos, tres o cuatro décadas se ha traducido en infinidad de reboots, remakes y a unas secuelas tardías tan prolíficas como irregulares.

Las «legacy sequels», como las llaman los angloparlantes, nos han dado grandes alegrías como pueden ser ‘Mad Max: Furia en la carretera’, ‘Top Gun: Maverick’, ‘Creed’ o ‘Blade Runner: 2049’. No obstante, estas son anomalías entre montañas de desastres de la talla de ‘Space Jam: Nuevas leyendas’, ‘Cazafantasmas: Más allá’ o las nuevas ‘Terminator’; títulos incapaces de estar al nivel de sus fantásticos originales.

Precedentes como estos hicieron que cuando la gente de Disney y LucasFilm anunciaron la puesta en marcha de una quinta y, a priori, última entrega de la saga de Indiana Jones, muchos de los fans de las peripecias del arqueólogo comenzasen a sentir sudores fríos y a temer lo peor; especialmente si tenemos en cuenta el rechazo generalizado a una ‘El reino de la calavera de cristal’ no tan horrible como muchos se empeñan en pintarla.

La idea de un largometraje encabezado por un Indy septuagenario repartiendo estopa a los nazis, sumada a la salida de Steven Spielberg de la ecuación, hizo temer lo peor; pero con ‘Indiana Jones y el Dial del Destino’ James Mangold ha dado al héroe del látigo y el sombrero la despedida que merecía, y lo ha hecho con una aventura con un encantador sabor añejo que no olvida las necesidades del espectador actual. Dos horas y media con un corazón tan gigantesco como su buen hacer narrativo, su sentido de la diversión y la escala de su espectáculo.

Sin perder la identidad

Puede que lo que voy a decir a continuación no sólo suene extraño, sino que parezca poco menos que un sacrilegio, pero durante los 154 minutos que dura ‘Indiana Jones y el Dial del Destino’ no he echado de menos en ningún momento a Steven Spielberg. A juzgar por su filmografía, se podía intuir, pero James Mangold ha terminado siendo el reemplazo perfecto, y ‘Logan’ fue una buena pista de que estábamos ante el candidato ideal para el trabajo de abrazar un legado cinematográfico y moldear un último acto crepuscular, emotivo y vibrante.

Queda claro que con el tipo de material que tenía Mangold entre manos podría haberse caído fácilmente en la ñoñería, en los excesos de gravedad, y en hurgar en la herida del héroe con demasiadas piedras en la mochila y poca energía para transportarlas en una última hazaña. Pero, sin abandonar todo esto, el director y su trío de guionistas han optado por prescindir de lo mustio y lo lacrimógeno para servirnos en bandeja de plata lo que muchos estábamos esperando: una película 100% Indiana Jones.

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Por muy sorprendente que resulte, la mezcla que hizo grande a la trilogía original sigue intacta 42 años después de su estreno. Una vez más, el espíritu de los seriales cinematográficos de mediados de los años 30 vuelve a inundar la gran pantalla a través de un cóctel perfecto de aventura de primer nivel, emoción a flor de piel y ese contrapunto cómico que siempre ha marcado al personaje.

Este éxito a la hora de moldear el tono de la cinta se extiende al resto de sus apartados, lo cual pasa por una realización impecable tanto en los pasajes más calmados entregados al desarrollo de la historia y sus protagonistas como en los más movidos, que nos dejan unas escenas de acción impecables que funcionan como máquinas de efectos encadenados que se niegan a detenerse. Y es que da gusto ver cómo Mangold coloca la cámara y la mueve con intención y clasicismo mientras, a la vez, abraza los recursos actuales para adaptarlo todo al lenguaje moderno.

No sólo nostalgia

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A nivel narrativo y de estructura, ‘El dial del destino’ se muestra igualmente acertada, jugando con los puntos de inflexión narrativos de un modo muy inteligente. La película arranca con un prólogo fantástico cargado de acción que sienta las bases del relato para, después, culminar con un tercer acto delirante —en el buen sentido de la palabra— que bien podría pacercer un mid-point. Una jugada maestra que te mantiene pegado a la pantalla en todo momento mientras exprime tropos de la saga como esa persecución incesante entre héroes y villanos a la caza de una reliquia mística.

Por supuesto, como siempre digo, nada de esto merecería mínimamente la pena sin unos personajes a la altura, y en esta ocasión no sólo nos encontramos con un Indiana Jones tan encantador como de costumbre y aún más redondo a nivel dramático. Junto a él, la gran estrella de la función es la Helena de Phoebe Waller-Bridge, que roba todas y cada una de sus escenas y que logra eclipsar hasta al villano de un Madds Mikkelsen en su salsa, haciendo incluso sombra a un Harrison Ford que tiene interiorizado de sobra al bueno de Indy.

En esta época de explotación obscena de la nostalgia, películas como ‘Indiana Jones y el Dial del Destino’ son poco menos que milagros. Y es que en el último capítulo de la franquicia lo importante no es quién es el héroe ni cuál es su legado cinematográfico, sino lo que se cuenta sobre él durante la proyección; y ese es el mejor logro que pueden alcanzarse en estos tiempos en los que la pornografía emocional licenciada es el pan de cada día.

No se me ocurre una mejor forma de que Indiana Jones cuelgue su sombrero de una vez por todas.

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