«Pucha, cada vez estamos más solos, Diógenes», dijo el linyera. «Y más tristes», pensó el filósofo sin mover el rabo.
Así Tabaré le dijo adiós a Jorge Guinzburg desde la contratapa de Clarín en marzo de 2008. Y ahora que toca despedirlo a él, uno no encuentra una mejor manera que ésa.
Es que Tabaré le ponía humanidad a todo, a lo inhumano incluido. Y así fue capaz de sacar una sonrisa incluso cuando se refería a la muerte, la pobreza y otras realidades durísimas. De hecho, fue pionero en señalar con dignidad a los sin techo, en tiempos en que no existía el eufemismo «situación de calle» ni se llegaban a contar media docena de ellos por cuadra.
Tanta humanidad le ponía Tabaré a sus personajes que nos hizo mirar, en más de 9.000 tiras diarias, la vida de un hombre que no tenía -en apariencia- más que un perrito y hambre. ¡Si ni siquiera tuvo jamás un nombre el linyera! Pero, como cualquiera, se enamoró, fabuló, se enojó, sufrió, rió y les dijo adiós a varios amigos; todo, siempre, con compasión, con una sonrisa.
Una casualidad de más de 45 años
Tabaré se llamaba en realidad Tabaré Gómez Laborde, era uruguayo y vivía en Buenos Aires desde 1974. Murió este martes 4 de julio a los 74 años de cáncer de páncreas.
Diógenes y el linyera fue su hit masivo. Lo publicó desde 1977, junto a los guionistas Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya y Héctor García Blanco, y luego, solo.
La historia de esa tira empezó por casualidad. Lo contó él. Tabaré había dibujado «un tipo muy roñoso con un perrito que iba corriendo atrás» para «rellenar» una página. Guinzburg y Carlos Abrevaya vieron el dibujo y le pidieron que lo hiciera para una historieta.
El equipo casi no se reunía. No había tiempo. Guinzburg y Abrevaya le mandaban los guiones y Tabaré los dibujaba. Igual les agradecía cada vez que podía. «Yo aprendí de ellos -señaló en una entrevista que la hicieron en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA en 2015-. Guinzburg era más de la chispa, del chiste del momento, del remate. El estilo de Abrevaya era más para pensar».
El linyera era un linyera sin nombre, dibujado con un trazo deliberadamente impreciso, casi un barroco punk cuando el punk flotaba en el aire pero estaba por inventarse. Y Diógenes, un perro. «Nunca lo dibujé hablando, para mí ladraba«, decía Tabaré.
No era casual el nombre, como el del filósofo griego Diógenes de Sinope, el más célebre cultor de la escuela cínica (del griego, perro), de filósofos vagabundos y de escuela callejera, con una crítica social filosa para los excesos materiales. El Diógenes original, que encarnaba las virtudes de la pobreza, vivió en Atenas, se cuenta que en un tonel, una antigua versión de los «atorrantes» porteños que vivían en los caños de marca A. Torrant. Nuestro Diógenes también se acomodaba en los rincones propicios de la ciudad y era el encargado de darle sentido a cada viñeta.
El resultado de aquella casualidad fueron casi 5 décadas de vida de Diógenes y el linyera. De un mundo donde faltaba casi todo, salvo las miradas en ocasiones ácidas, y otras compasivas -que nos enseñaba la tira- y la picardía.
Sobre esto último, en una de las últimas entrevistas que le hicieron en Clarín, Tabaré señaló: «Tenés que tratar de no darle al lector cosas que lo depriman más. De eso se encargan las otras páginas».
De Canelones a Turdera, de los 70 a hoy
Tabaré había nació en 1948 en la ciudad de La Paz, departamento costero de Canelones, en Uruguay. A partir de 1969 comenzó a publicar trabajos en medios argentinos, país donde se radicó a mitad de los años 70.
Su primer trabajo no tenía nada que ver con el mundo de la ilustración. Arrancó a los 12 años de mozo en pizzerías uruguayas. Fue recién al terminar el secundario, cuando probó suerte en agencias de publicidad.
Pero lo que quería era dedicarse a la historieta. Decía que lo influenciaron desde Walt Disney y Walter Lantz, autor del Pájaro loco, hasta Dante Quinterno, creador de Patoruzú, entre otros.
Los tenía en la cabeza. Pero se nutrió y trabajó además en historietas para chicos, entre ellas, El gato Félix, La pequeña Lulú y Popeye. Quizá de ahí provino su ternura explícita, rebozada en esa ironía homeopática que suele cultivar el uruguayo, sin estridencias ni subrayados.
Argentina ha escrito una capítulo ilustre en la historia del cómic occidental, que llegó a grandes tiradas bajo formato de revistas y libros en los años 60. A mediados de la década de 1970, y ya en dictadura, el humor adquirió un valor de refugio cultural; fue una «época de boom de las revistas de historietas. Me vine de Uruguay a ver qué pasaba y empecé a publicar en Satiricón«, resumió Tabaré.
Algunas publicaciones, como Humor, representaron por entonces espacios de resistencia, que fueron revalorizados con la vuelta de la democracia.
Tabaré llegó con su mujer al sur del Gran Buenos Aires y se radicó en Banfield, Llavallol y finalmente en Turdera, donde se quedó, y que se coló en sus dibujos.
A través del maestro Hermenegildo Sábat, Tabaré entró a trabajar en Clarín.
En la página de humor, la historia del hombre que vive en la calle y que interpela la sociedad a través de sus reflexiones y, sobre todo, de los ingeniosos remates de Diógenes tuvo debajo a Clemente, de Caloi, y arriba, a Mutt y Jeff, una tira importada, del estadounidense Bud Fisher.
El tiempo pasó y la tira continuó, pero en los últimos años cambió de «vecinos» en la contratapa de Clarín: Erlich y Altuna en la semana, Sendra y varios más, los domingos.
Tabaré era un hombre del sur del Conurbano bonaerense. Vivió las últimas décadas en el barrio de Turdera. La plaza central de esa localidad de Lomas de Zamora aparecía como escenario de las andanzas, y las siestas, de Diógenes y el Linyera.
«Acá están los vecinos, los amigos, es una ciudad que transmite mucha paz. Sin edificios, muy arbolado y pasa un auto cada tanto. Me gustó esta casa y me quedé», detalló en una nota que publicó este diario hace un par de años.
Tabaré compartió sus historietas en las principales revistas del género de Argentina de los años 70 y 80. Satiricón, Humor, Super Humor, Sexhumor, Eroticón. Y también se lució en el exterior, donde trabajó en Lui de Francia, Editorial Eura de Italia y en la revista semanal El Jueves de España.
Aparte de Diógenes y el linyera, otra de sus obras clave fue la serie de Vida Interior, sobre «cientos, miles, millones de microbios, virus, linfocitos, leucocitos, bacterias, microorganismos, hongos, protozoos… que corren , saltan, gritan, vomitan, pican, se patean, se trompean, se revuelcan dentro de un caótico mundo que se llama cuerpo humano», según definió.
Además, publicó El cacique Paja Brava (al que le iba muy mal en su vida sexual), Don Chipote de la Pampa (que satiriza a Don Quijote y al Martín Fierro) y Eustaquio (del Romancero del Eustaquio el impoluto), todo con guión de Aquiles Fabregat. Y Bicherío o el mundo de los insectos visto por ellos, que se emparenta muchísimo con el nuestro.
Tabaré hizo también libros para chicos y trabajó en las revistas infantiles Billiken y Genios, entre otras, y realizó más de 50 cortos cinematográficos.
Las despedidas de sus amigos, colegas y lectores circulan por las redes sociales. Sendra, su compañero en Clarín, lo define en este diario: «Fue un gran cultor del perfil bajo, de la sonrisa antes que la carcajada, de la reflexión antes que del chiste vacío».
Lo recordaron desde Humor. Y el humorista y dibujante Podeti (Esteban Podeti) escribió en su Facebook: «Dedicó su vida al arte, y de todos los artes, a aquel que se resiste a ser elevado o canonizado (…) Estamos ante un bicho especial, a un individuo único en su especie. El artista en estado de mayor pureza del planeta”.
Pero ningún homenaje resume tan bien lo que sentimos como el que él le dedicó a Guinzburg. Llano y profundo. Pucha, cada vez estamos más solos y más tristes.
El homenaje de sus «compañeros» de la contratapa de Clarín
JS