Escritor, editor y crítico, Luis Chitarroni fue uno de los lectores más lúcidos de la escena literaria argentina y, a cuatro meses de su muerte, se publican dos libros de su autoría que demuestran lo multifacética que fue su intervención en la vida cultural: por un lado, Una inmodesta desproporción, de editorial Mansalva, en el que están sus poemas seleccionados y prologados por él, mientras que el sello Interzona reedita «Peripecias del no», su segunda novela.
A diferencia de la novela, que tuvo una primera edición en 2007, los poemas de Chitarroni (1958-2023) son inéditos. «La lentitud casi promiscua del autor, que lo obligaba a aplazar la entrega, en busca del restablecimiento o la atenuación de recónditas armonías y simulacros de sentido, revelará al fin que se trataba de una invariable tontería», dice el mismo autor en la nota que da inicio al libro.
«Estos poemas vienen de larguísima data, hace más de ocho años que trabajábamos en la idea de sacar un libro con la poesía de Luis. Éramos muy amigos de él, somos, porque es difícil de aceptar que se haya ido un amigo de tantos años, es doloroso que no esté más, pero aquí está su legado», cuenta Nicolás Moguilevsky, editor de Mansalva junto a Francisco Garamona.
Organizados por zonas tituladas «Estrofas lentas», «De General Paz», «Economía doméstica» o «Esconde para gobernar», el libro cuenta con una contratapa firmada por un heterónimo del escritor: Oliverio Lester, personaje también de la novela reeditada por estos días. Allí se puede leer: «Luis Chitarroni no juega con las palabras, no sabría cómo hacerlo, pero la mayoría de ellas toman revancha porque alguna vez lo intentó. Esto es el resultado de un arte, por decirlo así».
Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa se concentra en el día a día de Ágrafa (o Alusiva), una revista literaria argentina que se publicó entre 1959 y 1999, cuyos hacedores portan una mirada ácida y suspicaz sobre el campo literario.
Ese equipo está formado por Víctor Eiralis (también personaje de su primera novela El carapálida), Basilio Ugarte, Lalo Sabatani, Oliverio Lester, Inés Maspero, entre otros. Todos comparten posibles seudónimos de escritores que integraban junto a Chitarroni la redacción de Babel –una revista de libros dirigida por Martín Caparrós y Jorge Dorio– como C. E. Feiling, Alan Pauls, Sergio Chejfec, Daniel Guebel, Sergio Bizzio y Matilde Sánchez, editora de Revista Ñ.
«Peripecias no se refiere a Babel, la revista de libros, sino a revistas que admiré y pretendieron, sin éxito, ser anónimas, como TelQuel o Literal, pero toma a raudales modelos argentinos anteriores. Eso me permitió el juego de Eiralis, anagrama de Salieri, que luego fue personaje de mi libro ‘Siluetas'», escribió en el prólogo de su segunda y última novela Chitarroni, de quien se cuentan libros de ensayos como Mil tazas de de té y Pasado mañana, o de cuentos como «La noche politeísta».
Inédito
Sobre cómo fue el proceso de trabajo en relación al poemario, Moguilevsky revela: «Esto lo armó Luis, el libro fue armado por él íntegramente. Nosotros hicimos el trabajo de corporizar el proyecto, pero el libro en sí mismo lo armó Luis y lo modificó durante todos estos años. Eso es lo que le da un carisma en especial. Cada poema, cada texto, cada apartado, todo es parte de una estructura que armó él mismo».
El también poeta, editor y artista plástico sostiene que los títulos que van organizando esa obra poética enuncian ejes porque «era un poco su manera de escribir» en la que enumera «series, distintos programas de trabajo, modelos de escritura, ese tipo de situaciones que planteaba Luis a la hora de componer un libro. Hablé de componer porque también se puede pensar de manera musical como una obra que flota en distintos registros», agrega el editor.
Se trata de una faceta poca conocida del escritor, editor y crítico. ¿Cómo dialoga este libro con su obra? «Justamente, al ser una faceta poco conocida, despliega toda una personalidad de Luis que estaba más presente en su vida social, en su personalidad. Es decir, más presente cuando lo conocías, que cuando lo leías tal vez en un libro académico. Tenía un nivel intelectual altísimo, o sea, una erudición total. Entonces, bueno, a veces tal vez el humor en esas situaciones, en ese tipo de textos es mucho más difícil de advertir», responde Moguilevsky.
La preparación y publicación de este inédito de Chitarroni fue, según el editor, «un largo proceso», ya que lo presentaron como uno de las novedades de 2017, y había salido ganador del premio del del concurso nacional de Proyectos Editoriales del Fondo Nacional de las Artes junto con Once Sur, de Cecilia Pavón, y Caprichos de Lectura, de Jorge Di Paola.
«Ese premio no se pudo materializar en ese momento, solo se publicó el libro de Pavón en ese momento. El de Luis tenía todas estas dilaciones que él iba desarrollando que eran parte justamente del proceso del libro», recuerda.
Sobre ese juego con las palabras, la suposición y la conjetura que establecía el escritor, Moguilevsky reflexiona: «Hay apartados de libros que no están completos, sino que son zonas, o algunos poemas de libros que él escribió, o supuestamente escribió, porque aquí todo hay que ponerlo en términos de suposición. Justamente la literatura tiene la magia o el misterio de lo velado, de lo secreto, entonces podríamos decir que ese libro fue escrito o que no, pero bueno, los poemas que están ahí existen».
El mismo autor en la nota introductoria señala: «Una modesta desproporción averigua cómo, sin excesos de honradez, de acuerdo con la masacre de las presunciones, se obtiene solo una ambigua subasta de conjeturas. Convida, por una hendedura que es a la vez una ficción de cortesía, a escapar de la fatalidad del continuo para entablar, por un rato, conversación con el motivo, que intenta alejarse a toda velocidad del poema».
Escritor, editor, crítico literario pero sobre todo un lector agudo y original, Luis Chitarroni (1958-2023) atravesó la escena cultural argentina con ficciones como El carapálida o La noche politeísta, pero también por su tarea como editor, primero en Sudamericana donde publicó obras de reconocidos autores argentinos como Ana María Shua, Luis Gusmán, Fogwill, Ricardo Piglia, María Negroni, María Martoccia y Gustavo Ferreyra, y luego en La Bestia Equilátera.
Su tarea al frente de ese sello, con impronta original e independiente, permitió la circulación de obras de autores muy poco conocidos en el país como Veneno de tarántula, del británico Julian Maclaren-Ross, y Una familia con fortuna, de la inglesa Ivy Compton-Burnett.
En una entrevista a propósito de su libro Pasado mañana, compuesto por análisis, reseñas, artículos, prólogos y ensayos escritos a lo largo de casi treinta años, se refería a su aversión a la idea de texto definitivo: «Me encantaría decir que no pienso en eso. Se irán asentando, sospecharán vanidosamente su condición de fundamentos, se desvanecerán en el aire. Lamentablemente, no tendré, como tuvieron los grandes grandes, Henry James, Vladimir Nabokov, Jorge Luis Borges, la oportunidad de alentar siquiera una aproximación «a lo definitivo». Muy bien, en ese caso espero que adquieran esa debilidad suprema, inestable, digna de quienes hemos sido sorprendidos -¿era Montaigne el que decía eso?- haciendo las tareas diarias de jardinería».
Télam
PC