Ya es casi una tradición sospechar del cine argentino. Sucede todo el tiempo, pero particularmente en años electorales como este. En este mismo momento, sin ir más lejos, en este diario o en otro, un candidato o una candidata prometen incluir en su plan de gobierno la desaparición del Instituto Nacional de Cine, ya sea por decreto, privatización o dinamita. El INCAA probablemente sea, junto con Aerolíneas Argentinas y TELAM, de las víctimas preferidas de un sector de la dirigencia que entiende que se trata de receptáculos ineficientes de los escasos fondos públicos (repitamos el mantra: el cine se financia con una fracción de los ingresos generados por la misma actividad). En cualquier caso, el reclamo tiene como remate invariable la frase: “esas películas que no ve nadie”. El cine argentino se preocupó siempre por preservar los fondos de producción de esos ataques, pero no de rebatir el argumento de que se trata de un cine invisible.
Hasta 2020 el cine argentino consolidó un porcentaje de entre el 10 y el 15% del total de espectadores por año. Una participación importante que, sin embargo, perdía algo de brillo teniendo en cuenta que se alcanzaba ese “share” gracias al estreno de más del 40% del total de las películas. El público no iba a ver muchas películas pero, más grave aún, no sabía que existían. La pandemia puso en el freezer ese cálculo, y al negocio entero: no se filmaba nada y no se veía nada fuera de casa. Las salas cerradas durante casi dos años dejaron fuera de juego a exhibidores y distribuidores varios, dando lugar a un pronóstico apocalíptico que ya conocíamos de los tiempos del video y la TV por cable: el cine en salas dejaría de existir, esta vez a manos de los Netflix, Disney + y HBO, pantallas digitales decididas a llevarse por delante la producción y comercialización de cine en todo el mundo. En aquellos días, nadie hubiera previsto lo que pasó hace apenas dos semanas, en Argentina y en todo el mundo, cuando en medio de los estrenos de Barbie y Oppenheimer se produjo un fin de semana con récord histórico de asistencia a los cines. Nunca antes, en los más de 100 años de historia de actividad cinematográfica, tanta gente había ido al cine en un mismo fin de semana.
La actividad post pandemia implicó una rápida recuperación para el cine en general, pero una recuperación aún pendiente para el cine argentino, que no supera en 2022 y 2023 el 8% del total de entradas vendidas. Una cifra que es aún más preocupante si se tiene en cuenta los niveles de concentración que contiene ese número: casi la mitad del total de espectadores de cine argentino del año pasado fueron a ver una sola película (Argentina 1985). La otra mitad se repartió entre 230 películas.
El Fondo de Fomento del INCAA mismo se nutre de un porcentaje de la venta de entradas a los cines. Esto es: la producción de cine nacional es posible gracias a lo que aportan los espectadores que iban y siguen yendo al cine, cada año. Sin embargo, nuestra industria sigue concentrada sólo en los recursos para seguir produciendo cine, y razones no le faltan: protege un Fondo de Fomento hasta hace poco amenazado, o expande ese mismo fondo gracias al aporte que corresponde a las plataformas de streaming. Pero no se escucha a nadie decir, ni a los proyectos proponer, en qué medida y de qué forma esta valiosa pero discutida caja irá a parar a la promoción doméstica e internacional de nuestra extensa y variada producción audiovisual. Probablemente nadie esté pensando en esto.
Durante el último año, la Cámara Argentina de Distribuidores Independientes, única entidad representante de la comercialización de cine, trabajó con la actual gestión del INCAA en un apoyo a los lanzamientos de cine nacional en salas. Esta, otra lucha solitaria por recuperar las audiencias de nuestro cine, permite que 50 películas por año que hasta hoy vivían a la sombra de los tres estrenos anuales de Darin, Francella y Suar, cuenten con los mínimos recursos para acercarle una parte muy importante de nuestro cine a esa ciudadanía que debería ser su destinatario natural.
Se trata de una muy buena noticia aunque, como dice el refrán, sin esto no se puede pero sólo con esto no alcanza. Siguen siendo cuentas pendientes una cuota de pantalla eficiente, programas de educación audiovisual para nuestra infancia y juventudes, un verdadero estímulo de la comercialización nacional e internacional, y una promoción decidida e inteligente de un circuito de salas que puedan ser una alternativa al circuito más comercial.
Es necesario que la industria audiovisual y las políticas públicas tengan la imaginación y la audacia que le sobran a muchas de nuestras películas y series, para que este no sea un capítulo más, sino el último, en esta ya demasiado larga serie de desencuentros entre nuestro cine y su audiencia. La forma más efectiva y duradera de evitar la desaparición de nuestra valiosa industria cultural es con el público de nuestro lado.
*Distribuidor de cine.