Sergio Ramírez se ha visto obligado a exiliarse dos veces: una por su papel en una revolución y otra después de escribir, en una obra de ficción, sobre aquello en que se convirtió esa revolución. Una cosa ha aprendido entretanto: los dictadores carecen de imaginación.

«En lo que hace a coartar la libertad y ejercer el poder absoluto, la distancia entre la izquierda y la derecha se borra», dijo Ramírez. «Quieren lo mismo».

No es difícil entender por qué los autoritarios de diverso signo podrían querer que Ramírez simplemente se fuera. Figura central de la literatura y la política nicaragüenses durante seis décadas, sus reflexiones sobre los peligros del poder por el poder mismo –ya sea en una feria del libro o en una conferencia de paz– tienen peso.

Ramírez fue uno de los líderes intelectuales de la revolución nicaragüense que derrocó al dictador de derecha Anastasio Somoza en 1979. Fundó su propio partido político después de que elementos del victorioso Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), del que formaba parte, se volvieran cada vez más antidemocráticos en la década de 1990. También es autor de decenas de novelas, antologías de cuentos y obras de no ficción.

A sus 81 años, Ramírez no se atreve a trazar una línea demasiado directa entre su vida literaria y su vida política. Pero a veces chocan. En 2021, justo antes de la publicación en español del libro de Ramírez Tongolele no sabía bailar, ambientado en el contexto de la mortífera represión de las protestas antigubernamentales del presidente Daniel Ortega en 2018, los fiscales emitieron una orden de detención contra Ramírez; los funcionarios de la aduana confiscaron ejemplares del libro antes de que pudieran venderse.

Ramírez, que había abandonado el país un mes antes, no ha vuelto desde entonces. Ahora vive en Madrid, donde pasa las mañanas de su exilio escribiendo y –entre entrevistas, discursos y eventos literarios– deambulando por las tardes por los callejones que rodean la «milla de oro» de los museos de la capital española; el Reina Sofía está a pocos pasos de su departamento.

«Ya no soy un líder en la lucha», dijo Ramírez. «Ahora sólo soy un autor castigado por las palabras que escribe».

Ramírez, arriba a la derecha, observa cómo Daniel Ortega toma juramento como presidente de Nicaragua en 1985. Fidel Castro está en el extremo izquierdo. Foto: Jeff Robbins/ AP Vía NYTRamírez, arriba a la derecha, observa cómo Daniel Ortega toma juramento como presidente de Nicaragua en 1985. Fidel Castro está en el extremo izquierdo. Foto: Jeff Robbins/ AP Vía NYT

Tongolele no sabía bailar es la tercera novela de la trilogía de Ramírez sobre el inspector Dolores Morales, y presenta al hastiado guerrillero convertido en detective que regresa a Nicaragua justo cuando comienza la represión de Ortega.

El inspector está «al margen de la política, por lo que su historia transcurre en paralelo a lo que ocurre en las calles», explicó Ramírez, añadiendo que no quería que el libro fuera «simplemente una acusación» contra el régimen de Ortega.

Sin embargo, Morales no puede evitar del todo el ojo del gobierno ni las consecuencias de lo que está sucediendo a su alrededor, mucho de lo cual Ramírez recrea a partir de hechos reales que tuvieron lugar en 2018, incluida la muerte de seis miembros de una familia, dos de ellos bebés, cuando fuerzas paramilitares pro-Ortega prendieron fuego a una fábrica de colchones donde vivían y trabajaban.

Ramírez ya había escrito antes críticamente sobre Ortega y las deficiencias de la revolución sandinista, no sólo en sus novelas del inspector Morales, sino también en sus memorias de 1999, Adiós muchachos. Pero en el clima cargado de tensión tras la violencia de 2018, Ramírez sabía que Tongolele no sabía bailar sería «un libro con consecuencias«, señaló.

Refutar la negativa oficial a responsabilizarse por la violencia conllevaba riesgos. Así que Ramírez se mintió, diciéndose que archivaría el manuscrito cuando lo terminara, en lugar de publicarlo.

«Cuando te sientas a escribir un libro lleno de miedo, empiezas a autocensurarte», dijo Ramírez. «Y eso es lo peor que le puede pasar a la literatura: un libro soso, un libro vacío».

Cuando Ramírez inevitablemente siguió adelante con la publicación, llegaron las consecuencias. Además de ser acusado de lavado de dinero, conspiración, atentado a la nación y otros cargos inventados que recordaban a los que le imputó Somoza en los 70, a principios de este año Ramírez, junto con otras más de 300 personas, fue despojado de su nacionalidad.

Ramírez suelta una carcajada al recordar lo arbitrarias que han sido algunas de las medidas tomadas por el régimen contra él, incluso la revocación de su título de abogado.

«En América Latina somos hijos de la exageración, todo es desproporcionado, incluidos los castigos», dijo Ramírez.

“Cuando te sientas a escribir un libro lleno de miedo, empiezas a censurarte a ti mismo”, dice Ramírez (hojeando en una librería de Princeton). Foto: Natalie Piserchio para The New York Times“Cuando te sientas a escribir un libro lleno de miedo, empiezas a censurarte a ti mismo”, dice Ramírez (hojeando en una librería de Princeton). Foto: Natalie Piserchio para The New York Times

Describe al inspector Morales como un alter ego, un ex rebelde que «envejece soñando con una revolución frustrada que consumió parte de su juventud». Aunque Ramírez da la impresión de ser un hombre al que ya no le sorprende lo mezquino que puede llegar a ser el poder y que seguramente habría preferido pasarse la vida simplemente leyendo y escribiendo, estaba destinado a una doble vida.

Juventud

Con 17 años y siendo estudiante de Derecho, ayudó a cofundar la revista literaria Ventana en 1959, el mismo año en que el triunfo de la Revolución Cubana lanzó a miles de manifestantes nicaragüenses a las calles con la esperanza de un cambio similar. La respuesta del gobierno se saldó con la muerte de cuatro personas, entre ellas amigos y compañeros de Ramírez.

Como líder del llamado Grupo de los 12 escritores y figuras públicas, contribuyó a dar apoyo intelectual y moral al brazo armado de los sandinistas. El regreso del grupo del exilio en 1978 se consideró un hito importante en la caída de Somoza.

Ramírez trabajó estrechamente con Ortega en el gobierno de transición que sucedió a Somoza y fue vicepresidente cuando Ortega se convirtió en presidente en 1985. Con el tiempo, él y otros rompieron con Ortega por sus intentos de ampliar el control de la maquinaria política sandinista al perder la presidencia en 1990; Ramírez fundó una rama disidente del partido antes de renunciar por completo a su afiliación al FSLN en 1995.

Ortega regresó a la presidencia en 2007 y no tardó en consolidar su control. Pero la represión de 2018 marcó un punto de inflexión y tras ella el gobierno ha intensificado el acoso y la persecución contra medios de comunicación independientes, líderes religiosos y políticos de la oposición.

«La situación no ha mejorado», dijo Tamara Taraciuk, que dirige un programa sobre democracia, derechos humanos y derecho en Diálogo Interamericano. «De hecho, diría que empeora día a día».

"Tongolele no sabía bailar", de Sergio Ramírez (Alfaguara, $10.499 papel; $4.979 audiolibro; $2.278 ebook).«Tongolele no sabía bailar», de Sergio Ramírez (Alfaguara, $10.499 papel; $4.979 audiolibro; $2.278 ebook).

Al aceptar el Premio Cervantes de literatura en abril de 2018, Ramírez lo dedicó a los jóvenes que entonces protestaban contra el gobierno de Ortega y a la memoria de los nicaragüenses que recientemente «habían sido asesinados en las calles después de exigir justicia y democracia».

Carlos Fonseca, novelista y profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cambridge, lo ubica en la tradición de escritores nicaragüenses y centroamericanos como Gioconda Belli, Ernesto Cardenal y Rubén Darío.

«Sergio siempre mira hacia el elemento poético», explicó Fonseca, «pero muy anclado en la prosa». La literatura policial le ha permitido abordar temas políticos desde un nuevo e importante ángulo, añadió Fonseca.

«Estamos viendo a los regímenes estatales como grandes narradores de historias, con el auge de las fake news y los relatos falsos», dijo. «Y creo que esas historias tienen que ser contrarrestadas por otras historias, contadas desde la perspectiva de escritores como Sergio».

Puede que Ramírez ya no se considere protagonista de la lucha de Nicaragua por la democracia. Pero especialmente para los autores jóvenes de Centroamérica, su voz sigue siendo tan vital como siempre.

Lleva mucho tiempo promocionando a escritores emergentes, sobre todo a través de Centroamérica Cuenta, festival literario que fundó en Nicaragua en 2012. El evento de este año se celebró en la República Dominicana y se trasladará a Panamá en 2024.

«Escribir –dijo– es encontrar qué historia puedes hacer de eso que oíste en la calle, en un café, de una imagen que viste. Se trata de tener esa antena, de captar lo que a otros se les escapa».

«Y en América Latina hay mucho que puede incitar».

©The New York Times

Traducción: Elisa Carnelli