Lo que era una rareza comenzó a transformarse en habitual. Los cineastas no solían realizar cortometrajes, pero Pedro Almodóvar presentó Extraña forma de vida en el Festival de Cannes, y Wes Anderson acaba de hacer lo propio con La maravillosa historia de Henry Sugar en Venecia.
La presentación de Extraña forma de vida, rodada en inglés y protagonizado por Ethan Hawke y Pedro Pascal, fue uno de los acontecimientos al inicio de Cannes. Y Pedro Almodóvar aceptó dialogar con Clarín allí, en las terrazas del Hotel Marriott, frente al mar.
El filme es un western, lo que ya es una novedad en el registro del director de Mujeres al borde de un ataque de nervios y La ley del deseo. Pero es un western gay.
Silva (interpretado por el actor de The Mandalorian y The Last of Us) llega a un pueblito para reencontrase con el sheriff Jake (Ethan Hawke). Han pasado 25 años desde la última vez que se vieron. Y hubo una historia entre ellos.
Extraña forma de vida se estrenará en los cines argentinos el próximo jueves 21 de septiembre, junto a una entrevista al director luego del cortometraje (duración total: 81 minutos) y luego también se verá por la plataforma de streaming de MUBI.
“Yo estoy contentísimo -arranca Almodóvar-, la reacción fue muy, muy intensa y muy cálida en la sala. A mí me gustan mucho las primeras proyecciones y ayer (por aquel día en mayo pasado) era la primera vez que había una con público, porque realmente escuchando cómo respira la gente te da muchísima información de cómo la están viendo.
Entonces, yo la impresión que saqué es que a pesar de que se ha dicho mucho del tema de los cowboys, etcétera, me dio la impresión, después de hablar con el público, que nadie se esperaba que fuera esta película, aunque conocieran el tema. Y también porque los emocionó. Y esa emoción me llegó también a mi corazón.
Pedro Pascal no pudo asistir a la première mundial de Extraña forma de vida, pero sí Ethan Hawke.
-Pedro, tengo una curiosidad, no sé si lo has contado en otras ocasiones, pero ¿qué fue primero? ¿Las ganas de hacer un western a la Almodóvar, o viste que era una buena idea hacer la historia de la pareja en un western?
-No, desde el principio, la primera página que escribí, lo primero que imaginé fue lo que ocurre después de la noche orgiástica (trataremos de no spoilear demasiado, pero Pedro es así hasta hablando de sus propios filmes…). Y era una pieza como teatral, porque era exclusivamente en diálogos, mientras los dos se vestían después de una noche loca.
Desde el primer momento pensé en que fueran dos hombres maduros y en este género, en el western, justamente porque la escena hubiera tenido también importancia en otras profesiones o en otra época, pero me parecía que tenía más fuerza si sucedía a principios del siglo XX y con dos hombres y en un género, que es sobre todo un género exclusivamente masculino. Las mujeres siempre han tenido papeles secundarios o muy pequeños, entonces desde el principio pensé que era un western.
-Pero el desenlace queda como abierto, por así decirlo. ¿Pensaste o pensás que puede haber una continuación?
-A ver, yo he inventado naturalmente una continuación, pero prefiero, me gusta que se termine en un momento como de pasividad, en que los dos dejan de atacarse. Uno está herido, pero el que está herido ante las palabras de Silva, que dice “Qué pueden hacer dos hombres en un rancho”, yo creo que lo dice muy bien. Y es muy emocionante el personaje de Jack. De pronto mira en el atardecer, los caballos retozando y aunque está herido y sangrando, realmente es un momento de enorme quietud, de paz para él. Pero viendo cómo son los dos personajes, yo lo que hubiera continuado haciendo…
El habría mentido sobre su recuperación. Y cuando estuviera recuperado, habría cogido un arma, el otro se habría peleado con él, lo habría dejado gravemente herido y se habría ido a México en busca del hijo que ya estaría en una banda y habría cometido un montón de delitos. Pero yo prefiero que cada uno haga con la pareja lo que lo que le parezca más oportuno.
Es decir, ése es un final tierno y profundo. Por eso, además dejo largo el plano de los caballos, para dar sobre todo la sensación… Yo pienso que para pelearse pueden pasar muchas más cosas, pero que lo inmediato es salir de ahí.
-Parece que el formato está atrayendo a mucha gente joven, que se acerca a ver los cortometrajes. ¿Estás descubriendo en este camino de los cortos, no sólo como director, sino también como como generador de historias que le están dando al público, esas historias que no les dan los largometrajes?
-Yo creo, o ahora tengo la impresión, o por lo menos es la que me conviene, de que hay una mayor flexibilidad respecto a los formatos. Recuerdo haber visto un corto de 15 minutos de Paul Thomas Anderson acerca de un grupo armenio porno. La parte más optimista es que puedes hacer una película de 50 o de 60 minutos y se estrena y la gente la ve. Y después, sobre todo, ahí está la plataforma para absorberlas.
A mí como director lo que me ha dado es muchísimo aire fresco. O sea, de algún modo incluso mezclo los géneros, hago las películas según mi propia mentalidad, como cineasta. Pero hay ideas que en un largo acabarías repitiendo. Es decir, el corto me da a mí al menos una sensación de enorme libertad, de que hay cosas que puedo hacer en un corto, que en un largo no podría, porque el largo, inevitablemente no importa el género, tiene un mayor compromiso con la realidad.
-Es un cortometraje, pero pasan muchas cosas…
-Muchas veces te pones a desarrollar, y es de una densidad emocional, sentimental. Sí, eso es lo que también te permite un formato más pequeño, o sea, ir al fondo de cada plano. Quiero decir, cada primer plano de ellos, cada mirada, cada frase tiene una enorme intensidad también porque está todo apretado en 30 minutos.
-¿Y cómo fue transmitirles a ellos esa cuestión, esa intensidad? ¿Tenías que dialogar mucho para encontrar cada mirada, cada línea de diálogo?
-Ellos se entendieron bastante. Creo que, dentro de cada uno de los actores, tanto Ethan como Pedro, anidaba este papel. Quiero decir, ellos eran perfectos físicamente para esos papeles. De hecho, yo cuidadosamente iba diciéndoles en cada frase mi intención. Pero no fue difícil.
Ya desde el primer momento entraron en contacto con algo esencial del personaje. No tuve que corregir algo que hubieran malentendido. Antes de eso, naturalmente, ensayamos, y yo iba explicando las cosas que hay entrelíneas, pero aumentó con la interpretación de los dos.
Eran perfectos para muy distintos y muy adecuados papeles. Y toda la parte de la conversación era muy complicada de hacer, porque uno tiene una actitud, el otro tiene la opuesta y todo el tiempo le está tendiendo trampas y es desesperante. Silva quiere llevarle a la relación amorosa, para pedirle un favor. Los dos tienen una segunda intención. Nos entendimos bastante bien y muy pronto.
-¿Cómo, por qué los elegiste?
-Pues a Ethan le conocí haciendo El jardín de los cerezos en una cosa que se llamaba The Bridge Project, dirigido por Sam Mendes, en Madrid. Le conocí en el Teatro Español, y también tenemos muchos amigos en común. Y a mí siempre me ha gustado como actor, y con la edad hay algo clásico en él, a pesar de ser un físico contemporáneo. Entonces, desde el principio pensé en él y claro, fue maravilloso el entusiasmo que demostró con la llamada.
A Pedro le conocía. También le había visto en teatro, en Broadway, haciendo uno de los bailes secundarios importantes del Rey Lear, con Glenda Jackson, cuando Glenda volvió al teatro. Entonces les llamé directamente, les mandé el guion y de inmediato los dos demostraron mucho entusiasmo. Entonces esperamos a que Pedro terminara de rodar The Last of Us e inmediatamente después de eso, empezamos a grabar.
-Hablabas de estas sutilezas, las miradas, y en los westerns normalmente los protagonistas son hombres de pocas palabras y de mucha acción. Pero aquí son acciones muy distintas al verlo a Jake cocinar, o haciendo la cama.
-Venía bien dramáticamente porque él distendía la tensión poniéndose a hacer la cama, pero a mí me gustaba mucho, porque yo creo que en ningún western a ningún director se le ha ocurrido hacer la cama. Por un lado, al personaje le servía para distender y para huir del cerco que le pone el otro, porque realmente lo está arrinconando con su conversación, y de este modo la diluía. Pero al final, de todos modos, es hacer la cama, algo que uno nunca ha visto en un western. Y además también que hay una segunda o tercera invención que es de algún modo “estoy borrando las huellas de lo que ocurrió…”.
Rodaje “benigno”
Parece que si se llevaron bien en el set, el único inconveniente fue el sol de Almería, donde se rodó Strange Way of Life. “Ha sido un rodaje muy benigno. Si no hubiera sido por el sol de Almería en agosto, el desierto era a veces absolutamente insoportable. Había momentos en que todos estábamos de muy mal humor, pero era por el sol, porque no soportaba tanto calor y llegamos a rodar como a 60 o 70 grados”, cuenta el director manchego.
-Esta es una suerte de experiencia americana para vos. ¿Cuál fue el impulso final que te hizo saber que sí, que ya es momento de rodar en inglés?
-¿Sabes? Hasta que no estás rodando, no puedes estar seguro. Porque el cine se caracteriza por la incertidumbre. Hacer una película es algo muy incierto, aunque esté preparándola. Yo ahora estoy haciendo las localizaciones, tengo el casting, no sé si están los actores contratados o no, pero el guion está listo. Empezaremos la preproducción en octubre y empezaremos a rodar.
Yo quería rodar en octubre, pero las horas de luz de Nueva York son muy pocas. Es otoño/invierno, son escasas cinco horas de luz buena para todo. Y allí rodábamos los exteriores. Entonces nos hemos pasado a empezar a rodar en marzo. Entonces, rodar con ellos me ha dado la seguridad de que puedo hacerlo con un inglés muy básico, a base de lenguaje corporal o, no sé, soy comunicativo, aunque mi inglés sea tan básico. Entonces eso me ha dado confianza. También es una película que es larga, pero también de muy pocos personajes, y eso también me da más confianza.
Y después, Nueva York es una ciudad con la que yo siempre he soñado. Recuerdo la primera vez que la vi físicamente. Era una ciudad soñada a través de los cómics, sigue siendo una ciudad soñada, entonces me hace mucha ilusión rodar los exteriores en Nueva York y espero que así sea, porque lo malo del paso del tiempo es que me enamore de otra historia.
-Estamos tan sobre expuestos actualmente con las redes sociales, donde todo es explícito. ¿Creés que en la sutileza en lo sexual está el poder volver a la imaginación, a dejar sus rastros como más radical, incluso?
-Lo que pasa es que yo ya he hecho 22 películas y los cortos, entonces en otros momentos lo he mostrado… Digamos que no me he sentido nunca como constreñido a no mostrar cosas, porque las he mostrado como tales. Entonces me siento liberado de esa necesidad. Y también quiero seguir hablando de, por ejemplo, del deseo.
Curiosamente, a mí me parece que es más explícito en las películas de los años ‘40, donde las mujeres miraban a los hombres en un primer plano y lo decían todo. Y los hombres también miraban a las mujeres. Y el deseo estaba en los ojos y tenían mucha más fuerza que un cuerpo desnudo.
En esta película, para mí la desnudez es la situación cuando están vistiéndose y hablando de lo que acaba de ocurrir con dos reacciones totalmente opuestas. Las palabras estaban más desnudas que los cuerpos y nos contaban la historia de un modo mucho más explícito. Si hubiera rodado lo otro, hubiera sido gimnástico. Entonces me pareció como opción más narrativa, más interesante, hacerlo a través de las palabras y de las miradas.
O sea, por ejemplo, la cena es muy intensa, es decir, del modo en que se miran y el modo en que Silva mira a Jack y casi no lo soporta. Porque por explícita que es la mirada, no hemos trabajado en el resto del cuerpo, e incluso también el hecho de estar vistiéndose y ver que están a una diferencia de un palmo. Es muy sexy también porque el espectador está pensando: están desnudos y están a un palmo de donde sea. Eso me parecía que creaba más tensión que si estaban desnudos. Y así fue.
La película con Cate Blanchett
-Durante este proceso del corto fue cuando renunciaste a tu película con Cate Blanchett, “Manual para mujeres de la limpieza”…
-Durante el proceso, durante el rodaje, yo la tenía en mente y durante todo el año ya habíamos quedado en rodarla. El equipo estaba terminado y durante el año que naturalmente me quedé de brazos cruzados, escribí un nuevo guion, hice el corto, pero siempre tuve presente en el guion de Lucia Berlin.
-¿Te pesó en el proceso de producción de la película, pensaste que no serías capaz o que no estabas en ese momento para tanto viaje y tanto movimiento?
-Fíjate, una de las principales razones por la que lo dejé fue pensar en que todo es un show. Es una película de época. Transcurre en los ‘60, ‘70, ‘80 e incluso llega a los ‘90. Entonces todo, todo había que hacerlo. Es decir, toda esta mesa, todos los dulces, los vasos, dos botellas y la idea de rodar todo el decorado me creaba muchísima inseguridad, porque yo en los decorados de mis películas intervengo, lo pongo todo.
Yo decido el vaso, que lo traigo de casa, y porque a veces si me gusta un mueble lo compro y lo pongo en la película. Entonces había demasiadas cosas nuevas que yo temía que no podía controlar, como rodar en un decorado en una calle de Oakland de 100 metros y estar aprobando cada cosa.
Yo creo que me hubiera vuelto loco porque no habría estado satisfecho. Y si te las han hecho, si te las han fabricado, pues yo confío en que la primera vez que te fabriquen algo den exactamente con el objeto de que a ti te gusta, aunque sea de época. Entonces eso me creaba una verdadera pesadilla. Y después también el hecho de que tenía que hacer las localizaciones, que eran en muchos lugares y bueno, la espalda. Tengo problemas de espalda, no era tampoco lo ideal. Yo creo que básicamente no lo hice por eso.
-Y tu nuevo proyecto en Nueva York no tiene nada que ver.
-No, no, no. Y decidí además hacer películas en las que me he ido especializando últimamente, son películas más íntimas, muy íntimas, sobre muy pocos personajes. O sea, trato de llegar lo más lejos que puedo con esos personajes, pero mis últimas películas son de dos o tres personajes. Y en pocos decorados donde yo las veo, las ensayo. Manual para mujeres de la limpieza era una gran producción, y aunque el guion me gustaba mucho, se escapaba a este tipo de producción.
La película que sí rodará en Nueva York
«Esta próxima película es de dos personajes femeninos y uno masculino. La época es contemporánea, con lo cual yo puedo ir a las tiendas a comprar lo que me guste -se sonríe-. No tienen que fabricar todo lo que yo necesito ver. Y también, funciona mucho mejor con dos o tres actores, una situación extrema, difícil. Es más difícil de hecho hacer así, pero digamos que me he especializado más en este tipo de películas con pocos personajes que con una gran producción cambiando de locaciones».
-¿Alguna vez te has planteado rodar completamente en la Argentina?
-Cabe la posibilidad. Yo de chico veía películas argentinas, me encantaría filmar en Buenos Aires, por ejemplo, que es una ciudad maravillosa, y además yo estuve en el ‘86 u ’87, y Cecilia (Roth) me llevó a un galpón a ver bailar tango. Y realmente, claro, yo había visto muchos espectáculos de tango en España, pero era algo completamente nuevo. Yo no sabía lo que era el tango hasta no verlo allí, y me pareció interesantísima la relación de la pareja en el baile. La ciudad me gustó mucho, muchísimo, entonces creo que también sería fantástico poder ir allí. Y también quiero decir el acento argentino le da comicidad al castellano. Entonces yo me veo allí, e imagino como comedias.