Mario Vargas Llosa (Perú, 87 años) ha aprovechado la oportunidad de su homenaje a la música popular peruana –Le dedico mi silencio, Alfaguara, ya disponible en ebook y en formato impreso la semana que viene– para anunciar en cinco palabras su adiós final al oficio de su vida, la escritura de novelas. “Será lo último que escribiré”.
Ahí hace este anuncio, en la página postrera de la novela que el jueves salió a la venta: “Creo que he finalizado ya esta novela. Ahora, me gustaría escribir sobre Sartre, que fue mi maestro de joven. Será lo último que escribiré”.
Esta entrevista fue respondida por el Nobel a partir de un cuestionario, cuya transcripción, con las respuestas, resultan una explicación variada de los distintos aspectos de esta obra tan decisiva en su larga vida de novelista. Aquí confiesa que, escribiendo de uno de los personajes reales del libro, lloró a mares (“como debe ser”) en la soledad de su casa de Madrid.
–Usted ha escrito una especie de Quijote peruano, sobre un personaje que busca todo lo que hay sobre una ciencia, una música o un hecho y se vuelve loco, como el personaje de Cervantes. ¿Siente que esa puede ser una interpretación adecuada de la peripecia humana que narra en su novela?
–Toño Azpilcueta no se vuelve un poco loco imaginando aventuras sino persiguiendo una idea fija sobre el papel integrador de la música criolla, pero siempre cabe añadir una dimensión humana a las novelas que se escriben y esta, por supuesto, sería una visión muy exacta del personaje y de su historia.
–Ese enloquecimiento de Toño Azpilcueta domina su libro, pero hay zonas de sosiego en los que el narrador explica un país ideal en el que la música, el vals peruano, puede ser el punto de unión de actitudes y de ciudadanos. Esa alegría que da la música es también parte del patriotismo que exalta el narrador. ¿Se siente usted identificado en este personaje que va contando la relación de Perú con su historia y con su música?
–Claro que sí, de hecho, la música, el vals peruano, han sido para mí un punto de unión con mis orígenes, y ha jugado un papel de unión de actitudes y de ciudadanos, como dices. Esa alegría que da la música a Azpilcueta debería ser el patriotismo al que alude el narrador. Me siento muy identificado con el personaje, con su amor y orgullo por lo propio, e incluso con sus ilusiones utópicas.
–Algunos vemos en Le dedico mi silencio aproximaciones, desde el humor, sobre todo, a La tía Julia y el escribidor. Aquí están, otra vez, la radio novela, lo popular, una Lima ya perdida que sin embargo revive en su libro. ¿Circula también por ahí la novela que ha escrito?
–La radio, la novela y lo que enumeras es lo que me evocan siempre mis recuerdos felices del Perú. Te cuento además que el título, Le dedico mi silencio, fue una colaboración de Maribel Luque, de la agencia Carmen Balcells, porque yo quería que el título fuera Un champancito, hermanito. Pero sabíamos que nadie entendería esa alusión patriótica; es una frase que alude a la “huachafería” y que sólo se entiende en un sector del Perú, así que recurrí a los buenos oficios de mi agencia y de mi editorial, y ahora, tengo que reconocerlo, me gusta más este título.
–También podría deducirse que ese personaje que cuenta lo que va pasando tiene que ver con el que va relatando lo que sucede en su país cuando escribe El pez en el agua. Mientras que en la vida personal de aquel Mario que quiere irse a vivir y a escribir en Francia, hay otro (otro Mario) que va contando lo que de veras sucede en su país mientras espera a presidirlo. ¿Cuando usted escribe le vienen a visitar otras escrituras propias, sueños que ha tenido, además de los estilos que anteceden a lo que escribe en estos momentos?
–Las historias y los personajes me van apareciendo y dictando sus ideas a medida que surgen, y cuando los atrapo casi diría que se van construyendo ellos mismos. Cuando escribo, me vienen a la cabeza toda clase de invenciones y escojo a las más especiales, desde luego, al menos las que lo son para mí. Este libro en particular tiene mucho de mis tempranos recuerdos del Perú, desde los paisajes hasta la música, y ciertos personajes. Conocí Puerto Eten de pequeño y tenía un recuerdo vago.
–La música criolla es el sonido de este libro. ¿Desde cuándo usted tiene ese sonido como el ambiente de una novela que finalmente ha llegado a ser esta?
–“La música criolla es el sonido de este libro”, me gusta esa frase. Mientras escribía iba oyendo esas canciones que fueron parte de mi juventud y adolescencia, las oía y las leía. Las vivía. Por eso, la novela que he escrito es casi la que más cariño me despierta de todas las que he hecho, y me gustaría que los lectores refrendaran esas fantasías de Toño Azpilcueta junto conmigo.
–Alonso Cueto, que tan bien lo conoce, le ha dicho a este periodista que Toño Azpilcueta representa la idea del escritor como quien puede revelar el secreto de las claves sociales que permiten una sociedad armónica. ¿Hay una utopía de Perú que marca su manera de ver su país a partir de la música? ¿La música podría haber sido tan potente como para que nunca se dijera, en Conversación en La Catedral, por ejemplo, ‘¿en qué momento se jodió el Perú?’?
–A medida que avanzaba en la historia me asaltaban montones de ideas, algunas de ellas están plasmadas en el libro, y son, seguramente, mi visión del país, un sentimiento que podría definir como una mezcla de ternura y horror al mismo tiempo. Y de ilusiones frustradas, utopías fracasadas.
–Usted ha ido con sus hijos a los escenarios del libro, y como usted ellos fueron asaltados por el horrible espanto del basural que se describe en su novela. ¿Cómo marcó esa visión la escritura definitiva de Le dedico mi silencio?
–El viaje a la costa norte del Perú era indispensable para escribir esta novela, por mi infancia llena de médanos y olas bravas. Regresé después de mucho tiempo, y no sólo me permitió recordar lugares y paisajes que tenía desdibujados. Por ejemplo, ver el horrible espanto de ese basural de Reque, para usar sus palabras, me hizo tomar contacto con esa parte de la realidad peruana que no nos gusta.
A medida que pasan los años, y uno se vuelve más viejo, todo se va convirtiendo en un mundanal ruido, por eso ese viaje fue tan especial, también en lo familiar porque fuimos los cuatro sin acompañamiento ni ayuda, por tierra, lanzados a la aventura. La estructura definida de Le dedico mi silencio es la forma en la que la organicé y pensé en aquel viaje.
–La basura, las ratas, son símbolos tremendos de esa realidad cuyo contrapunto es la música, donde nace Lalo Molfino. ¿Ese contraste estaba en la esencia de sus primeras ideas a la hora de abordar el libro o fue esa visita al basural la que desató lo que luego sería la descripción de ese mundo?
–La historia de Lalo Molfino está hecha de terribles historias y de grandes ideas. Las ratas de su cuna fueron una ocurrencia durante la visita a Puerto Eten, y la seguí, como todo lo que va captando, en un momento determinado, un personaje al que quiero, y ya no puede ser de otra manera. Al mismo tiempo ese origen terrible da pie a la duda que recorre el libro y es si él se enteró alguna vez de si lo habían dejado, al nacer, en la basura.
–Aparecen los cajoneros, figura que nace en Perú y que en España ha sido realzada recientemente por el rey Felipe VI. ¿Qué le parece que un monarca que es representativo del país cuya nacionalidad usted también tiene junto con la peruana, se declare apasionado de este símbolo que ustedes, los peruanos, trajeron al mundo?
–Felipe VI es un gran rey y nada me puede gustar más que este monarca, que representa a España de manera tan profesional y seria, realce la figura de los cajoneros, un aspecto más de la música y la cultura, en este caso, una hechura de los peruanos.
–Cecilia Barraza y Chabuca Granda son dos personajes reales, con otros muchos, que transitan por la novela. Estas apariciones hacen que, en la lectura, naveguemos entre la realidad y la ficción. ¿Usted mismo, como creador de esta fábula, se ha sentido, ante personajes así, inventados o reales, que todos parecen estar entre la ficción y la realidad? ¿O es, Mario, que la realidad es la ficción por otros medios, como en La verdad de las mentiras?
–Chabuca Granda es un personaje universal, alguien que llevó la música peruana a los centros más importantes del mundo. Cecilia Barraza es una cancionista maravillosa con una voz inigualable. A mí me la descubrió Augusto Ferrando, una figura popular de la televisión y la radio que llenaba su programa hípico con manantiales de música peruana.
Me acuerdo mucho de cuando la oí por primera vez, era una voz pura y sin mezclas, que interpretaba las canciones de manera maravillosa y exigente. Era imposible descubrir algunas notas de más o de menos en esas melodías. Desde entonces he tenido un culto por Cecilia Barraza que me ha parecido la mejor.
Es posible que otras sean más vistosas y estrafalarias pero, para mí, Cecilia Barraza es la esencia misma de la música peruana. Y he pasado muchas tardes aquí, en la soledad de Madrid, escuchándola y llorando a mares, como debe ser. Ambos personajes no podían faltar en la novela.