Menos de veinticuatro horas después del balotaje nacional, los tres jurados del Premio Clarín Noveladeliberan alrededor de una gran mesa ante las ocho obras preseleccionadas entre las más de cuatrocientas que se presentaron.
Si por momentos la realidad política adopta tintes de ficción, a la luz de los hechos las ficciones evaluadas cobran ahora una mayor lectura política. El nivel de los manuscritos ha sido sólido y parejo, admiten, pero dos sobresalen y quedan en la recta final.
El consenso se produce rápido entre las narradoras Samanta Schweblin y Ana María Shua y el novelista y ensayista Carlos Gamerro. Intercambian ideas apasionadamente, sopesan virtudes y defectos y no esconden sus dudas. «Es un alivio que sea una decisión difícil», suelta Gamerro.
Entre los ocho finalistas, de géneros y geografías muy diversos -del policial o lo sobrenatural a lo marcadamente lírico; del Chaco a Córdoba y de los montoneros a Magallanes-, prepondera la temática «experiencia de vida»: historias personales, separaciones, enfermedades, vejez vital y parientes conflictivos.
Una saga familiar de varias generaciones atraviesa la historia argentina. Otra novela, comentan, tiene algo de guion para una película de tiros, y otra se propone como una disparatada crónica de indias, «a la Leopoldo Lugones en La guerra gaucha«. Lo precisa Gamerro, que describe el octeto de finalistas como «de bastante sofisticación narrativa, no son apuestas fáciles».
Están los títulos implorando desde las carátulas, pero sus autores siguen agazapados detrás de seudónimos: Un premeditado olvido, por Ana Grama; Para hechizar a un cazador, por Amor Amarillo; Y si no te vuelvo a ver, por Paola Ka; Las tardes a oscuras, por Borgo Nero; El tiempo del quebracho, por Tere; Manola, por María Teresa; Una crónica familiar, por El Arcediano; Los chimangos, por Molina.
Expectativa
Es cierto que el grado de ansiedad con que un lector se acerca a una novela determina su nivel de expectativa, y por ende su nivel de exigencia. Pero los jurados no ignoran que no existe una expectativa previa que se pueda probar, que se pueda cotejar, si se pretende una lectura genuina, que para bien o mal se enfrente con lo desconocido.
Schweblin hojea un manuscrito anillado en busca de pasajes puntuales para ilustrar una observación: «Le pido a una novela que tenga momentos de verdad». No sin picardía, Ana María Shua busca despistar a sus compañeros o a sí misma: «Me daría pena premiar lo que está de moda».
Una de las novelas más ambiciosas propone un cruce entre el registro político y el terror, dice Gamerro, y señala su parecido con Nuestra parte de la noche, de Mariana Enriquez, y con Stephen King. «Es una tendencia y no un libro aislado», aclara el autor de Las islas.
«Busca un cambio de paradigma porque construye a los padres de un desaparecido como villanos», remata. Y alude, de paso, al abordaje del mal en la tradición de la novela latinoamericana, como es el caso de El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso, y El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias.
Shua destaca los atributos de otra novela «rara, singular, que no pertenece a ningún género», mientras discute cuestiones de verosimilitud o del uso de clichés. Expresa que su criterio de evaluación se deja guiar por lo que la alienta a «olvidarse, a sentir placer» y añade una característica que considera clave en cualquier ficción: «Te tiene que mover el piso». Gamerro concuerda y se explaya: «Esas ganas de seguir leyendo no tienen que ver con saber qué pasa, sino con el disfrute… Me gusta que una historia me lleve a donde nunca estuve antes».
Dictaminan el final de la reunión y, como en una novela con final cerrado, ante la escribana de Clarín se revela el nombre real del ganador. Samanta Schweblin reconoce que suele caer en el asombro «cuando la curiosidad le gana al esfuerzo si el libro es complejo.
Y en este punto la novela ganadora se la juega más». Con respecto a su lectura de esta obra, Shua confiesa: «Me olvidé que estaba trabajando». Por su parte, Gamerro justifica su veredicto con otro argumento: «Me gusta que es más incómoda, más perturbadora».
Los mismos jurados han publicado obras con diversos grados de perturbación y complejidad. Samanta Schweblin es la autora de Distancia de rescate, Pájaros en la boca y otros cuentos, y Siete casas vacías. Ana María Shua publicó, entre otros, Los amores de Laurita, Casa de Geishas, Hija y La guerra. Algunos de los títulos de Carlos Gamerro son Las islas, La aventura de los bustos de Eva, Cardenio y La jaula de los onas. Los tres han obtenido galardones en más de una ocasión y saben de sobra que los premios también existen por este motivo: es casi imposible para un autor juzgar su propia obra.
No desconocen, tampoco, que a veces lleva años reconocer la calidad de cierta escritura. Por el contexto editorial imperante o porque sus características innatas exigen tiempo (a los demás). De allí que, entre otras cosas, un premio literario pueda oficiar de atajo, consiguiendo reunir a un autor con sus lectores antes de que sea demasiado tarde.