Estuve mirándote, dice la vieja.

La vieja parece hecha de hueso. Una estructura ósea dura como el hierro a la que le han tirado encima una capa de piel pálida y manchada. Tiene una cartera entre las manos, unpantalón de vestir, un sobretodo de piel de chinchilla, probablemente. Fuma Jockey Club.

Hace rato que vengo mirándote, Julia, dice. Espiándote, para ser más precisa.

¿Me estuvo espiando?

Sí, querida. No te asustes, pero sí. Te estuve espiando. Me escondía para que no me vieras. Quería acercarme a vos… lentamente. Quería conocerte.

A Julia las palabras de la vieja le remueven algo helado en su interior. Por un momento una oleada de irrealidad la hace tambalear. Pero enseguida se le pasa.

Sé algunas cosas. Sé que tenés treinta y un años. Sé que sos fotógrafa. Sé que tenés algunos… amantes, por así decirlo, que ves cada tanto. Sé que vas a museos, al cine, al siquiatra. Sé que a veces te metés en una florería y salís con algo para poner en el comedor de tu casa. Sé que preferís jazmines blancos. Sé que tenés un gato.

La vieja apaga su Jockey club en un cenicero de lata, toma un sorbo de su cortado en jarrito y casi enseguida se prende otro cigarrillo y dice:

Algunas cosas las averigüé yo. A otras las supe por un detective privado.

La voz de la vieja baja un tono, como si le diera vergüenza confesarlo.

¿Puso un detective privado a seguirme?, pregunta Julia, ya imaginándose las acciones legales al respecto.

Te pido disculpas. Necesitaba conocerte un poco. No estuvo bien. Estoy consciente de eso. Pero te lo estoy diciendo ahora. Te lo confieso. Es un porteño. Un hombre mayor.

Muy respetuoso, muy amable. Pero déjame hablar. Ya vas a entender todo.

Están sentadas en un café de Callao, casi esquina Rivadavia. Es un día de invierno con viento en la cima, frío y transparente. Un rato antes, la vieja abordó a Julia en mitad de la calle. Le dijo:

¿Julia? ¿Julia Ruiz? ¿Puedo hablar un segundo con vos?

Ella, confundida, aceptó, y se sentaron en las mesas de la vereda, contra el tráfico incesante de esa esquina en Capital Federal. La vieja pidió un cortado en jarrito. Julia, un café corto y negro. Esperaron a que el mozo les dejara los pocillos en la mesa, sin hablar. La gente pasaba caminando por la calle. Era un lunes, eran las cinco de la tarde.

Ahora Julia la mira.

No parece una loca, la vieja. Nadie lo parece, no hay indicios visibles que garanticen el diagnóstico de la locura, pero ella en especial no lo parece para nada, o por lo menos la idea de locura que tiene Julia, proveniente más bien del cine y la literatura: alguien dejado, alguien con un lunar lleno de pelos y ropa sucia, alguien que habla solo o con sus propios fantasmas, alguien de mirada perdida o esquiva o paranoica. Parece una vieja directora de colegio secundario. Una abuelita coqueta. Una cantante de tango que mantiene una dignidad incólume. Parece la conductora de un programa de televisión por cable. Pero una loca no.

Aunque efectivamente, como puede comprobarlo, está loca, y hará la denuncia para poner una perimetral apenas escuche lo que tiene para decir. Lo decide en ese momento.

¿Qué tengo que entender?

La vieja calla. Parece que calculara el efecto de sus palabras. Toma un sorbo del cortado en jarrito. Continúa:

Sé quién creés que sos, y sé quién sos verdaderamente. Pero me vine a Buenos Aires, porque tenía que contactarme con vos, alquilé un cuarto en un hotel y te espié. Te pido disculpas. Durante un mes, te seguí a todas partes. Es la verdad.

Ahora es Julia la que se queda callada. Hace un mes, un mes y medio empezó a sentir que estaba siendo observada. Que alguien la miraba, desde alguna parte, no solo cuando estaba en la calle sino incluso en departamentos de amigos o de amantes o en consultorio de su siquiatra en Colegiales. La sensación de que alguien estaba muy atento a sus movimientos.

Ahora está tratando de entender, de recuperarse del shock. Las manos le tiemblan un poco casi imperceptiblemente. La gente pasa apurada por Callao, pero ella siente que no está en ninguna parte. Está parada sobre el vacío.

¿Me estuvo espiando?

Sí, querida. Te espié. Pero lo hice por razones nobles

*Fragmento de «Para hechizar a un cazador», de Luciano Lamberti, ganadora del Premio Clarín Novela 2023.