Nunca se sabe lo que se puede encontrar en la máquina de escribir de una personalidad famosa. La vieja máquina del ídolo del béisbol Joe DiMaggio contenía pedacitos de su tarjeta bancaria vencida.
Steve Soboroff, que compró la máquina de ese miembro del Salón de la Fama de los Yankees de Nueva York en 2011, encontró los fragmentos debajo de las teclas cuando se puso a limpiarla.
Soboroff también descubrió fotografías de infancia de Ernest Hemingway en la Underwood Standard Portable de 1926 del escritor. Pero el mayor hallazgo que protagonizó Steve Soboroff con estas máquinas –y otras, entre ellas las de la escritora y activista Maya Angelou, el dramaturgo Tennessee Williams, el beatle John Lennon y la actriz Shirley Temple– fue una conexión histórica con grandes personas.
“Para mí es muy difícil renunciar a ellas”, sostuvo en una videollamada.
Al cabo de 20 años de reunir la que podría ser la mayor colección de máquinas de escribir del mundo, Soboroff está poniendo en subasta la totalidad de sus 33 queridísimos equipos de dactilografía.
Poseerlos ha sido un privilegio, dice, y cada uno viene con una historia única que ayudó a motorizar su pasión de coleccionista. Como cuando Soboroff se echó atrás de un acuerdo con la actriz Angelina Jolie y se negó a desprenderse de la máquina de escribir de Hemingway después de que ella hubiera aceptado pagar 250.000 dólares por el ilustre artefacto.
Si bien las noticias de ese momento indicaron que fue la actriz quien desistió, Soboroff afirma que canceló él la transacción al enterarse de que ella tenía intención de regalarle la máquina a su esposo, Brad Pitt, para que la usara. Soboroff podría haber permitido que Pitt tecleara en las máquinas de Harold Robbins o de otra actriz, Mae West, según contó, pero la máquina de escribir de Hemingway era sagrada.
“En ese entonces me habría venido bien el dinero”, recordó. “Pero nadie va a tocar esa máquina. ¿La de Ernest Hemingway? Ninguna posibilidad.
«Ahora alguien más tendrá la oportunidad de apropiarse de ella, porque después de dos décadas asumiendo la responsabilidad de proteger, asegurar, exhibir y enviar máquinas de escribir por todo el país para promover su legado, Steve Soboroff, de 75 años, ya no tiene energía para eso. Y todavía puede darle buen fin al dinero.
Parte de las ganancias se donarán a la Fundación Jim Murray Memorial, que honra a ese ex columnista deportivo del diario Los Angeles Times otorgando becas a estudiantes de periodismo.
Soboroff es fanático de toda la vida del equipo de los Dodgers de Los Ángeles y veneraba los escritos de Murray. La suya fue la primera máquina de escribir que compró, en un remate de 2005. A partir de allí, coleccionarlas se convirtió en devoción.
Empresario establecido en Los Ángeles y ex comisionado del Departamento de Policía de esa ciudad, Soboroff compró la mayoría de las máquinas de escribir en subastas, aunque a algunas las adquirió directamente a integrantes de la familia o al dueño o dueña anterior.
Tom Hanks, reconocido coleccionista, le regaló su propia Hermes 3000 después de que los dos se conocieran y conversaran acerca de su amor compartido por las máquinas de escribir. Y en 2012, poco después de la muerte del periodista Andy Rooney, Soboroff contrató a un agente de bienes raíces del estado de Connecticut para que fuese a una feria americana en el garaje familiar de la antigua casa de Rooney y ofreciera US$5,000 por la adorada Underwood Model 5 de 1929 del columnista.
El hombre a quien contrató Soboroff resultó ser agente retirado de la CIA y, pese a una cola de tres horas para entrar a la feria, se metió adentro y se aseguró la máquina. Contó Soboroff que horas después recibió una oferta de 125.000 dólares de la cadena televisiva CBS, ex empleadora de Rooney. La rechazó.
Las de escribir son pequeñas máquinas imperfectas de imprimir grabados, le gusta decir a Steve Soboroff, y requieren más interacción física que las computadoras portátiles de hoy. Algunas exudan una personalidad, un alma mecánica, como un coche antiguo o el violín de un maestro. La conexión con sus dueños originales aumenta la mística.
«Son realmente difíciles de encontrar porque parte de quienes las heredan no quieren desprenderse de ellas», señaló Soboroff. “Venden la ropa, los cuadros. La máquina de escribir no la venden”.
La colección
Todavía se desconoce el valor total de la colección. La firma Heritage Auctions está a cargo de la venta, que se realizará el 15 de diciembre en la ciudad de Dallas y las piezas se venderán por separado.
El año pasado Soboroff donó seis de sus máquinas de escribir al Instituto Smithsoniano. Habían pertenecido a John Lennon, al director de cine Elia Kazan, a Jerry Siegel (co-creador de Súperman), al cineasta y actor Orson Welles, al beisbolista Joe DiMaggio y a Maya Angelou y estaban valuadas en alrededor de 250.000 dólares cada una en promedio.
«Yo no debía tener la máquina de Maya Angelou», explicó luego de donarlas. “Es para el pueblo de Estados Unidos. No debía tener la máquina de escribir de John Lennon”.
Dejó, sin embargo, que el actor Pierce Brosnan escribiera en la máquina de Lennon a cambio de una donación de 5.000 dólares para la fundación Jim Murray. Y prestó la de Jerry Siegel a distintas convenciones de historietas, donde la gente hacía cola durante horas para teclear notas breves en la misma máquina utilizada para escribir los diálogos de Súperman.
Al decidir su donación permanente Soboroff permitió que el Smithsonian eligiera las piezas de entre su colección. El gran centro museístico, de educación e investigación descartó las máquinas de escribir de la diva Greta Garbo y los escritores John Updike, Philip Roth, Jack London y Gore Vidal, al igual que la máquina Braille del cantante Andrea Bocelli. Rechazó también el modelo posible de la de Hemingway porque ya tenía una.
Quien compre esta máquina de Hemingway también se llevará los negativos de las fotografías, las copias impresas y los sobres originales que había ocultos en el interior del estuche. Cuando Steve Soboroff vio por primera vez los negativos los confundió con tiras de tocino viejas. El primero que tocó se convirtió en polvo, por lo que al resto lo recogió con una espátula y se lo llevó a un restaurador y así se rescataron las tomas.
Sandra Spanier, profesora de inglés de la Universidad Estatal de Pensilvania y editora del proyecto Hemingway Letters, calificó las fotografías de «hallazgo realmente extraordinario».
«Encontrar dentro de una máquina de escribir negativos de principios del siglo XX, cuando Hemingway era un nene chiquito, en la cabaña de su familia, constituye un vínculo muy robusto con el novelista», consideró la profesora Spanier.
Soboroff informó que los expertos de la Biblioteca y Museo Presidencial John F. Kennedy, que alberga una vasta colección de archivos de Hemingway, compararon los tipos de la máquina de escribir para confirmar que era la del autor.
Dijo además que la investigación forense mostró evidencias de palabras desesperadas pulsadas en el rodillo. Cree él que podría tratarse de algunos de los últimos pensamientos escritos por Hemingway antes de suicidarse en 1961.
Una de las máquinas de escribir que el singular coleccionista probablemente no vaya a echar de menos es la Montgomery Ward Signature Portable 440T de 1968 cuyo dueño era Ted Kaczynski, también conocido como el Unabomber. Es posible que el terrorista la haya utilizado para escribir parte de su manifiesto antes de ser capturado y condenado a cuatro cadenas perpetuas.
Soboroff le compró la máquina al gobierno de Estados Unidos, debido en parte a que las ganancias se destinaban a las víctimas y sus familias.
Después le escribió una carta a Kaczynski en prisión con la misma máquina, haciéndole tres preguntas al respecto. Una se relacionaba con el paradero del maletín que Soboroff sabía que Kaczynski había utilizado para fabricar una bomba. Kaczynski le contestó –“con esa letra espeluznante”, rememora el coleccionista– que sólo respondería las preguntas después de verificar la identidad de Soboroff.
Dos meses más adelante, Soboroff recibió otra tarjeta que decía: “Usted no es quien yo pensaba que era. Mala suerte”.
«Yo, sentado en el restaurant Palm de Beverly Hills», reflexionó Soboroff. “Él, cumpliendo 665 años de condena en máxima seguridad, ¿y me dice mala suerte a mí? Decidí que no quería más amigos epistolares en prisión”.
La correspondencia firmada forma parte de la venta. (En realidad Soboroff compró dos máquinas de escribir del Unabomber, pero felizmente cambió una por la Royal KMM de 1947 del autor de ciencia ficción Ray Bradbury).
También se incluyen en la subasta carpetas que Soboroff encontró en una máquina Royal Empress de 1962 propiedad del editor de Playboy Hugh Hefner. Las carpetas tienen adentro archivos, presumiblemente pensamientos de Hefner, sobre temas como «Control de natalidad», «Sexo» y «Divorcio». Steve Soboroff, a quien una vez estafaron en la compra de una tarjeta falsa del crack de béisbol Babe Ruth, menciona que ahora exige tres métodos de verificación antes de comprar un artículo.
A veces se puede establecer coincidencias forenses a partir, por ejemplo, de huellas dactilares. A veces hay fotografías o filmaciones confirmatorias, como una película breve del dramaturgo George Bernard Shaw en 1946 con su Remington Noiseless 7X de 1934, que Soboroff compró en 2008.
Habitualmente Soboroff ha puesto la mayor parte de la colección a disposición de museos, universidades y determinados eventos especiales para su exhibición y pide a los futuros compradores que también muestren las máquinas de escribir públicamente.
A estas solicitudes escritas las mecanografió (incluidos los errores tipográficos) en su propia Monarch 101 de 1937. La máquina no tiene teclas de borrar ni para cortar y pegar. Sólo el clic-clac de la historia. «Esto es algo afectivo para mí», declaró. «Espero que también lo sea para las personas que las compren.»
©The New York Times
Traducción: Román García Azcárate