Una tarde pandémica frente al río Iosi Havilio apuntó en un cuaderno universitario: “Diario de Rodaje. Día 1”. Así empezó la cosa. Con el tiempo fue sumando capas y más capas. Se sucedieron las ideas, las escenas, las entradas, citas de toda índole, sueños, idioma, procedencia, los elementos del set de filmación, una trama delirante y la mezcolanza de los días de manera más o menos ordenada, más o menos caótica.

Buuuh! (Entropía), su nueva novela de 1.590 capítulos o entradas, parece un río revuelto donde conviven referencias a lecturas, a clases, a la historia reciente, a su vida personal, a la pura invención. En el origen, hay una película, el guion de una película que no fue y que lo tenía como protagonista. Y luego, con desviaciones y elipsis, narra otra historia bajo un terror desopilante, que transcurre en medio de la confusión.

“Cualquier escritura, la literaria, la académica, la más banal, se me hace un enormísimo campo de ensayo, la permanente promesa de otra cosa, nuevas y viejas historias, más escrituras por venir. Acá la novedad fue la numeración. Estas 1.590 entradas que tienen reminiscencias en textos filosóficos antiguos que me fascinaron en la adolescencia y me siguen convocando. En partes del Tao, en instrucciones de uso, en Wittgenstein, en Violeta Parra, en Gustavo Pena, en la simbología tántrica”, suelta Havilio, quien en esta entrevista con Clarín habla sobre los cruces de lenguajes, el lugar del escritor y de su muestra actual como artista plástico en el Centro Cultural Borges, Sobre el arte de la novela (se podrá ver entre el 1° y el 18 de febrero, dado que el espacio se encuentra cerrado durante enero).

"Buuuh!", de Iosi Havilio (Entropía, $12.500).«Buuuh!», de Iosi Havilio (Entropía, $12.500).

–Crear es errar, se dice en algún momento de Buuuh!, donde como en otras novelas tuyas como Paraísos o Vuelta y Vuelta hay un cruces de lenguajes, de géneros.

–Tengo un lema: el texto es lo de menos. Y cuanto menos es, más misterioso se vuelve. La potencia de la literatura radica justamente en ese conjunto infinito de ramas y raíces que nombra como posibilidades más allá de lo que nombra. Lo natural son los cruces, las intersecciones. Nomás despertarse, abrir la ventana.

Crear es errar de la misma manera que actuar es provocar el accidente. Chico, grande, agradable, desagradable, lo que venga. La extrema quietud, por otra parte imposible, tiene asegurada el más temible y perfecto de los errores que es la muerte. Ahora se dice que la muerte va a dejar de existir… hay que ver, se me ocurre que más bien va a tomar nuevas maneras.

Así sucede a la hora de escribir. Los errores vendrían a ser todas esas imágenes y situaciones que conviven alocada y necesariamente: una película bizarra con la historia filo nazi filo ovni de Punta Indio, ese precioso lugar, un diario de separación con el comportamiento de las glicinas o de los crustáceos, apuntes de clases con revelaciones íntimas.

Iosi Havilio con su madre, Mónica Rossi, junto a Yuyo Noé y Eduardo Stupía en el Recoleta en el año 1988. Gentileza del autorIosi Havilio con su madre, Mónica Rossi, junto a Yuyo Noé y Eduardo Stupía en el Recoleta en el año 1988. Gentileza del autor

–Hay otra frase que resuena en el contexto político actual: “Cuán poco hay que entender para fascinarse”.

–Cuán poco hay que entender para fascinarse, es justamente una entrada de un librito de Cioran tan divertido como desahuciante de nombre En las cimas de la desesperación. Perfectamente aplicable para este momento, la fascinación y la desesperación suelen ir de la mano.

Y ahora más bien sería: “Lo que usted no quiere es lo que va a suceder.” Todo relato, sea “alta” literatura, literatura berreta, comercial, experimental, un chat, un ensayo, esta misma entrevista, es, siendo un recorte, arbitrario y deliberado, una expresión que contiene su buena cuota de ficción.

Y al revés, cualquier ficción, la más disparatada de todas, tiene en su núcleo un componente híper real, empezando por el lenguaje y todas las normas que suponen su uso, los límites de cualquier subjetividad, las pasiones que motorizan decir una cosa en lugar de otra. Se trata de atender y poner en juego esos diálogos que vienen dándose, a nivel individual y colectivo, llámense tensiones, cruces, amalgamas, quilombos. Nada que inventar en ese sentido, todo que escuchar. Desaprender es la tarea.

Iosi Havilio: "La sola idea del lugar del escritor me deprime". TélamIosi Havilio: «La sola idea del lugar del escritor me deprime». Télam

–Una tarea de desmontaje que en tu novela se nutre de cientos de referencias, como si no existiera ningún episodio sin capas superpuestas.

–Hay que interpretar nuevamente, sacudiéndonos las ideas formadas que tenemos y supimos conseguir en la senda de la inteligencia y la distinción. Me gusta esto que aparece en alguna entrada de la novela: «Que las ideas sobre la realidad se lean como ideas sobre la realidad».

Y en la entrada siguiente: «Que las ideas ficción se lean como ideas sobre la realidad». ¿Qué hay en este juego de palabras? Una idea, que no es mía, que viene de lejos y nos es común a todos: la realidad es lo que vivimos, sí, pero también lo que soñamos, todo lo que es, lo que pudo ser y no fue, y lo que fue y no pudo ser, el espacio exterior, los muertos y los vivos, igual que lo tangible y lo intangible.

Claro que hay hechos y hechos, y los discursos chocan con los acontecimientos, y se producen estos equívocos tremebundos en los que estamos inmersos donde la distopía, lo cómico, la utopía y la tragedia se funden en un maremágnum abrumador fruto del aburrimiento y la impotencia. Y veremos, ya veremos qué nos depara la ficción de la realidad y viceversa.

Iosi Havilio: "En la literatura argentina y de la nacionalidad que sea, me conmueve lo que no termino de entender". TélamIosi Havilio: «En la literatura argentina y de la nacionalidad que sea, me conmueve lo que no termino de entender». Télam

–En tu muestra actual en el Borges planteás varios interrogantes sobre qué es una novela, conectado a la performance de siete horas de lectura que hiciste de Buuuh! en el Recoleta. Pareciera que no alcanza hoy con escribir.

–La sola idea del lugar del escritor me deprime. Como cualquier lugar que se fija, eso acaba en obsesión. Escribir es ponerle letra a un mundo, un universo, y las formas y derivas que puedan tomar esta práctica no miden quién, cómo, cuándo ni para qué.

Claro que cada uno, una, según el ánimo y las circunstancias, promueve lo que le nace más allá de ciertos límites establecidos. Lo que quiere y puede. Así surgió por ejemplo esa lectura maratónica en el Recoleta en octubre del 22 cuando esta novela era un manuscrito, una performance que fui practicando durante dos años sin saber que la iba a hacer.

Lo otro vino después, como evento, gracias a la gente del Filba que se copó con la idea. Leer en voz alta para mí es la zanahoria de la escritura, el premio. Al mismo tiempo hay algo en esta novela, una especie de aliento standapero que me movió a encarar esta aventura.

De un modo distinto, pero en la misma onda, Sobre el arte de la novela antes de una muestra plástica curada y alentada por Eduardo Stupía, la Fundación Noé y el equipo del Borges, surgió de un camino en la plástica que venían haciendo de la mano de Viviana Blanco, y más adelante del impulso por repensar y manipular el objeto libro, mis propios libros en este caso, revisitándolos después de un tiempo, modificándolos, jugando a más no poder.

También está la novela de Fogwill del mismo nombre de la muestra, una joyita. Me fui preguntando sobre la vida de una novela después de la publicación, cuando deja de ser novedad, qué pasa con esos paisajes, músicas, diálogos, personajes, a dónde van, en qué se pueden querer convertir. Y sí, meter mano, hacer bricolaje, poner el cuerpo, es de las cosas más alegres que uno puede experimentar.

Pero tampoco se trata de demonizar la tecnología, las redes, la inteligencia artificial. Son herramientas de nuestro tiempo, como antes hubo otras y vendrán nuevas y desconocidas, digamos que son tridentes que los diablitos que somos podemos usar, abusar, desmantelar, omitir.

Iosi Havilio: "La descomposición es un proceso tan vital como cualquier otro". TélamIosi Havilio: «La descomposición es un proceso tan vital como cualquier otro». Télam

–Crear y destruir, armar y desarmar. En tu creación suele ocurrir que no se sabe cuándo empieza ni cuando termina, qué permanece y qué queda inconcluso.

–La descomposición es un proceso tan vital como cualquier otro. Vital y maravilloso. Todo paso que damos, toda frase que apuntamos, dos líneas al azar, un capítulo de novela, el argumento de una película, lo que sea, tiene inscripto su banda negativa. Y en el negativo aparecen, como en los viejos revelados, contrastes, formas, caras, que no están a la vista en la impresión.

Creo en una escritura que se cuestiona a sí misma mientras se construye, y que en ese cuestionamiento encuentra su alimento para seguir expandiéndose. Que lo crea o no lo crea no es importante, es una evidencia: lo vivo se rompe sobre sí mismo. No es una apuesta estética, nada más lejos, o sí, tal vez lo es, no lo sé.

En todo caso, es el resultado de observar alrededor y para adentro. Después, sí, cada proyecto, cada mundo, va dando con su horma, con su particular modo de montaje, más o menos convencional, más o menos loco. Ninguno es peor o mejor que el otro. Hay de todo. Hoy mismo circulan textos que podríamos calificar de convencionales verdaderamente asombrosos y lances de vanguardia de lo más tediosos y previsibles. Y mucho al revés, claro.

–¿Y qué lecturas son las que te conmueven?

–En la literatura argentina y de la nacionalidad que sea, me conmueve lo que no termino de entender. Malo, bueno, que no se entienda es un montón. Me conmueve la expresión espontánea, lo involuntario, las calles, la basura, mi organismo, el cielo y las plantas, desde ya. Eso que también surge en la conversación, con colegas, alumnos, hijos, guías, sobre textos, sí, pero sobre todo lo demás, afecto, sexo, política. Sobre estupideces, por supuesto.

Igual me hago cargo y te digo que vuelvo con ganas a los distintos Girondo, a los distintos Di Benedetto. Ahora estoy dedicado a Amanda Berenguer, la poeta uruguaya. Hace unos meses le escuché leer unos poemas muy bárbaros a Francisca Lysionek. Hay un cordobés que escribe con fuerza y desparpajo: Walter Giacomelli. Y una rosarina que escribe en carne viva: Clara Chiossone. Vi una película que me gustó mucho, poderosa y desprolija, que me hizo decir “ah bueno, hay cine a pesar del cine”: Esquí, de Manque La Banca.