El 15 de marzo de 1938, el mismo día en que Hitler se dirigió a la multitud desde el balcón de Hofburg, en el palacio imperial de Viena, un grupo de tareas vinculado al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán se presentó en la casa de Sigmund Freud, quien tenía en ese momento 82 años.
Freud era a finales de la década de 1930 uno de los judíos más reconocidos de la ciudad y los nazis lo tenían bajo la mira hacía tiempo.
La esposa de Freud, Martha, intentó detener al grupo de un modo educado, pero los nazis insistieron mientras buscaban plata hasta que apareció el propio Freud. Según declaraciones de un testigo, parecía «un profeta del Antiguo Testamento» y logró que se fueran.
De esto trata Salvar a Freud, libro escrito por el periodista estadounidense Andrew Nagorski que se publica ahora en español. De eso y de que si no hubiera sido por un grupo de seguidores y amigos que lo ayudaron, Hitler no hubiera dudado en exterminar al emblema del psicoanálisis.
Nagorski reconstruye la manera en que un grupo variado de seguidores y amigos liberaron a Freud del alcance los nazis y plantea que, de no haber logrado escapar, Hitler no hubiera dudado en exterminarlo.
De hecho, 4 de sus hermanas murieron en los campos de concentración nazis en 1942, Rose, Marie y Pauline, en las cámaras de gas de Treblinka y Dolfi, de inanición en Theresienstadt.
El 4 de junio de 1938 consiguieron hacer escapar de Viena hacia Londres vía París a un grupo de 18 adultos y seis niños del entorno familiar, Freud incluido. Otro dato curioso que revela Nagorski: en ese viaje el psicoanalista se llevó su perro chow-chow y su diván.
El psicoanálisis fue considerado por los nazis una «ciencia judía» por los nazis y fue particularmente odiada. Cuando Hitler llegó al poder se persiguió a todo el movimiento en Alemania y los libros de Freud fueron quemados públicamente, junto a otros títulos de Thomas Mann, Erich María Remarque, Lion Feuchtwanger, H.G. Wells y Jack London.
«Ahora somos libres», dijo al cruzar el Rin en el tren en el que huían camino de Francia. Se instaló finalmente en una casa en Hampstead, que hoy es museo, donde pasó el resto de su vida y siguió con su consulta mientras pudo. Allí lo visitaron, entre otros, figuras de la cultura como Virginia Woolf y Salvador Dalí.
Humor sí pero bicicletas y teléfonos, no
El libro se centra en el rescate de Freud de Viena pero a su vez recorre la existencia del científico y recuerda los principales hitos de su vida y de su época. Va desde su nacimiento en 1856 en la entonces Freiberg y hoy Pribor (República Checa), incluyendo los experimentos con cocaína, la hipnosis, el hombre de las ratas, el surgimiento de los términos «psicoanálisis» o «complejo de Edipo», los problemas con Jung, Adler y Ferenczi, la relación con Einstein, la aversión por los Estados Unidos y el especial cariño que le tenía a su perro.
Freud fue hijo de un comerciante de lana, tuvo 5 hermanas y un hermano, todos menores que él. A sus cuatro años la familia se mudó a Viena, ciudad a la que fue muy apegado, motivo que explicaría por qué le costó tanto a su entorno convencerlo de que huyera.
Freud se casó con Martha Bernays, una mujer que venía de una familia de judíos ortodoxos alemanes, y el matrimonio, que tuvo 6 hijos, entre ellos Anna Freud, parte del grupo que logró su fuga de Viena.
Nagorski traza un perfil del psicoanalista con matices diferentes al que se conoce públicamente: una persona más bien cálida, un poco presumida también, que no le gustaban las bicicletas ni los teléfonos. Con escenas y momentos cotidianos retrata, además, una vida bastante burguesa y poco atormentada, salvo por el cáncer de mandíbula que sufrió desde el año 1923.
Una de las cosas que destaca Nagorski del proceso de trabajo de «Salvar a Freud» es el notable sentido del humor que descubrió en el trabajo de archivo realizado sobre la figura del psicoanalista.
«En un encuentro con Einstein, Freud bromeó: ‘Yo no sé nada de física y él tampoco de psicoanálisis, así que pasamos un rato muy agradable’. Y en otra oportunidad, cuando tuvo que firmar una declaración para salir de Austria que exoneraba a las autoridades nazis, dijo en voz alta: ‘puedo recomendar encarecidamente la Gestapo a todo el mundo'», explicó en la entrevista con El País el autor.
Gracias a la «Operación Freud», como la llama Nagorski, Freud pudo morir en su cama en Londres el 23 de septiembre de 1939.
Con información de Télam