Todo arrancó con una serie de grabaciones que hizo a su padre. Tiempo atrás, la escritora Mercedes Halfon había tenido el proyecto de hacer un monólogo teatral con una historia que aparece al principio de su reciente libro Vida de Horacio (Entropía), pero en aquel momento tan solo era una imagen que se venía una y otra vez a la cabeza. Era la de su padre haciendo a mano y yendo a pegar por la calle los afiches donde promocionaba la escuela pública bajo modalidad nocturna: allí era director.

¿Qué había en esa letra manuscrita inscripta en afiches inmensos? Para Halfon, que escribió varios libros de poesía como Tres Islas, la biografía de Witold Gombrowicz en la Argentina y suele publicar como periodista cultural, podía ser un origen posible de su relación con la escritura.

“La idea de monólogo mutó hacia algo más literario, pero en el que era muy importante para mí su oralidad: la voz, la manera de hablar, los modismos, refranes, palabras de mi padre, que me parecían muy singulares, antiguas, poéticas. Hacer una suerte de archivo de eso fue el primer impulso del texto”, dice la escritora argentina en charla con Clarín.

Reconoce que luego fueron apareciendo hechos en los que su historia y la de su propia familia se tornaban muy representativos de momentos del país: crisis, más otras crisis, democracia, dictadura, democracia otra vez. Como un tiempo cíclico en el que acontecían tensiones, memorias fragmentarias, derivas de lo privado hacia lo público y viceversa. Vida de Horacio se lee de un tirón, al estilo de una nouvelle, en una escritura prístina y fluida en la que Halfón habla sobre su padre al tiempo que, ineludiblemente, habla sobre ella.

“Mi padre terminó la carrera de Historia, se casó con mi madre, nacieron sus dos primeros hijos. Y tuvo que trabajar mucho, más que nunca. Como si dijéramos: para él llegó la vida. Así estaba alrededor del año 70, cuando un amigo de la carrera, Pepe, le comentó que estaban por formar una agrupación de peronistas docentes. Sin dudarlo fue y firmó el acta fundadora. Así empezó su militancia, que pasó siempre por la docencia. Todo esto ocurrió antes de que yo naciera, así que recurro a las grabaciones”, escribe, mientras la voz de su padre confunde a veces las fechas y en otros encuentros da detalles precisos, horas, temperaturas, sensaciones.

–En algún momento decís que no comprendés cómo algunos días quedan fijados en la memoria y otros se pierden como si no se hubieran vivido. ¿Cómo armaste la estructura, en esta cuestión casi de escribir para recordar?

–Me fue pasando que la historia pequeña, aquella de mi padre yendo a pegar afiches por la calle, reflejaba de un modo lateral, paralelo, la gran historia. Después algunas escenas de su vida las fui glosando, narrándolas como en una novela, digamos, porque no era la historia de mi padre, en abstracto, lo que iba a poder contar, sino desde mi punto de vista de hija. Por eso los relatos, suyo y mío, se van cruzando, como en un contrapunto.

–¿Y cómo fueron aparecieron esos huecos del pasado y esas huellas en el presente? ¿Te encontraste con cosas impensadas que llevaron a replanteos, a reformulaciones?

–Como te decía, las entrevistas fueron lo primero. En esas conversaciones surgieron otras dimensiones de su vida: docente, director, padre, militante, partícipe de la vida política de Argentina, su recorrido en general, sobre todo de tiempos en los que no lo había conocido. Nací cuando él tenía cuarenta años, la misma edad que yo cuando empecé a escribir el libro, y había algo que se espejaba ahí. Quise que me contara de esos tiempos que desconocía. Había acontecimientos dolorosos, como lo ocurrido durante la dictadura, cuando él quedó cesante de todos sus trabajos como docente y murieron su hermano y su padre. En general mi padre rehúye hablar de esos temas, pero en el contexto de las grabaciones, se abrió y todos esos recuerdos, tristes o muy vitales, afloraron. Fue muy hermoso y muy movilizante recorrer con él todos esos momentos. Por supuesto que al trabajar con su memoria y con la mía, hay muchas imprecisiones, acomodamientos, huecos, fallas. La memoria no es un grabador –por más que haya usado uno para el libro–, sino algo más parecido a la ficción. Y eso era algo que me interesaba mucho reflejar. No lo “real”, sino la textura ambigua del recuerdo.

–Venías de retratar a Gombrowicz, después de varios libros de poesía y del cruce de géneros de tus otras publicaciones como El trabajo de los ojos, sobre el tema de la vista, y Diario pinchado. Y ahora con Vida de Horacio está lo autobiográfico, lo íntimo, lo familiar. ¿Cómo surgen los temas y géneros, las formas, sus límites y posibilidades?

–No sé muy bien cómo responder. En general me zambullo en un asunto nuevo desde la intuición de que “hay algo”. Es un poco misterioso qué es lo que me lleva, como dice Nathalie Léger, una no elige un buen tema, sino que el tema te elige a vos. Como todo el mundo, abordo cada trabajo desde mi experiencia previa, que en mi caso es bastante híbrida: estudié Artes, hice teatro, cine, escribí poesía, periodismo, ensayo y todo eso se mezcla. Más que los temas me interesan las formas. Que haya un pequeño desafío de lenguaje en eso que me propongo escribir. Para mí los géneros son problemáticos, nunca sé muy bien a qué pertenece lo que estoy haciendo, nunca termino de estar cómoda en ningún lugar. En todo caso lo que me sirve es ser fiel a lo que creo que cada mundo trae. Estar atenta, escuchar el material y seguir de algún modo el viaje que me propone.

Halfon básico

  • Nació en Buenos Aires.
  • Se dedica a la práctica e investigación de artes escénicas y literatura. Es licenciada en Artes (UBA), magíster en Escritura creativa (UNTREF), crítica de teatro y poeta.
  • Fue becada por la Fundación Gabriel García Márquez de Colombia en 2008, en Artes Vivas por Goethe Institut en Bogotá en 2015 y por el centro de creación contemporánea Matadero Madrid en 2017.

Vida de Horacio, de Mercedes Halfon (Entropía).