Según todas las apariencias, a la adaptación cinematográfica de la novela de culto de Mikjail Bulgákov, El maestro y Margarita, estrenada en los cines de Rusia, no debería irle muy bien siendo tiempos de guerra y en el país del presidente Vladimir Putin.
Bulgákov, nacido en Kiev en el siglo XIX y consagrado en Moscú, se ha convertido en un punto más de discordia entre Ucrania y Rusia en plena guerra.
Además, el director es estadounidense. Uno de sus protagonistas es alemán. La célebre sátira de la era de Stalin, inédita en su época, es en parte una parodia subversiva de la tiranía estatal y la censura, fuerzas que una vez más aquejan a Rusia hoy.
Pero la película ya iba camino a la venta de entradas mucho antes de que Putin lanzara su invasión de Ucrania en gran escala e impusiera un grado de represión en Rusia no visto desde la era soviética. El Estado había invertido millones en el filme, que se había terminado de rodar. Prohibir una producción de la oda literaria más famosa de Rusia a la libertad artística era quizás una paradoja demasiado grande como para que hasta el Kremlin la sobrellevara.
El lanzamiento -después de meses de retraso- constituyó uno de los estrenos cinematográficos más dramáticos y cargados de tensión de los últimos tiempos.
La película reformula la novela a modo de tragedia, de venganza, acerca de la lucha de un escritor bajo la censura, tomando aspectos prestados de la historia de la propia vida de Bulgákov. Para muchos rusos, el enfoque pega cerca de casa. Y para algunos defensores de Putin, demasiado cerca.
«Yo tenía la creencia íntima de que de alguna manera la película tendría que estrenarse», comentó desde su casa en California el director Michael Lockshin. «Cuando realmente salió a la luz, pensé que era un milagro. En cuanto a la respuesta, es difícil esperar una reacción como ésta.”
Según el fondo cinematográfico nacional de Rusia, más de 3,7 millones de personas fueron masivamente a ver el filme en cines del país desde su estreno el 25 de enero.
Algunos espectadores de Moscú rompieron en aplausos al final de las proyecciones, reconociendo ecos de la realidad rusa en tiempos de guerra y maravillándose de que la adaptación haya llegado a las salas. Otro público, de mentalidad menos politizada, elogió la adaptación por sus efectos especiales y la audacia para apartarse de la trama del libro.
Los defensores de Putin más belicosos se mostraron menos entusiasmados.
Los propagandistas a favor de la guerra descargaron toda una andanada contra Lockshin, que se ha opuesto públicamente a la invasión de Rusia, apoyado a Ucrania y pedido un proceso penal contra Putin y su designación como terrorista.
Uno de los propagandistas más destacados de Rusia, Vladimir Solovyov, exigió por TV saber cómo se le había permitido a Lockshin hacer la película.
En la televisión estatal, uno de los propagandistas más destacados de Rusia, Vladimir Solovyov, exigió saber cómo se le había permitido a Lockshin hacer la película. Preguntó si el lanzamiento era una “operación especial” o si alguien había sido “engañado”.
Los canales de la cadena estatal no promocionaron la película como lo harían normalmente con una producción financiada por el gobierno. Y el fondo cinematográfico del Estado, bajo presión después del estreno, eliminó a la compañía productora del filme de su lista de proveedores preferidos.
Tales payasadas acicatearon a una nueva ola de espectadores, que corrieron a los cines temiendo que la película estuviese a punto de ser prohibida.
«El filme coincidió sorprendentemente con el momento histórico que vive Rusia, con la restauración del estalinismo», apunta un crítico.
«El filme coincidió sorprendentemente con el momento histórico que vive Rusia, con la restauración del estalinismo, con la persecución de la intelligentsia«, dijo el crítico de cine ruso Anton Dolin, que fue etiquetado como «agente extranjero» y huyó del país. “Y cuando el autor de la película empezó a ser sometido a esta persecución, se produjo una consonancia completamente mágica.”
El diablo en Moscú
Escrita en la década de 1930, la novela de Bulgákov es una historia sobrenatural que explora en cada persona su capacidad para el bien y el mal. En ella, el diablo con su comitiva llega al Moscú de Josef Stalin, donde encuentra a un escritor afligido, conocido como el maestro, y a su amante, Margarita.
La novela también recrea la historia de Poncio Pilato ordenando la crucifixión de Jesús, que el lector descubre que es tema de un texto prohibido escrito por el maestro.
El tormento del maestro refleja las penurias del propio Bulgákov. A diferencia del trato dado a otros escritores soviéticos de la época, Stalin no ordenó la ejecución ni el encarcelamiento del novelista, pero restringió severamente su obra y asfixió sus ambiciones artísticas.
Bulgákov vertió gran parte de ese dolor en El maestro y Margarita, que no se publicó hasta finales de la década de 1960, más de un cuarto de siglo después de su muerte.
«La película trata sobre la libertad de un artista en un mundo sin libertad», afirmó Lockshin, «y lo que esa libertad implica: no perder la fe en el poder del arte, incluso cuando todo lo que te rodea te castiga por ejercerlo».»Por cierto», agregó, «también hay una historia de amor».
Lockshin, que creció tanto en Estados Unidos como en Rusia pero es ciudadano estadounidense, firmó su incorporación al proyecto en 2019 y eligió una trama de venganza al estilo de Quentin Tarantino como marco para la adaptación antes de que la guerra reviviera la censura severa en Rusia.
Cuando Putin inició su invasión dos años atrás, Lockshin objetó la guerra en las redes sociales desde Estados Unidos y les pidió a sus amigos que apoyaran a Ucrania. Eso puso en riesgo el estreno del filme en Rusia.
«Mi posición era que no me iba a censurar de ninguna manera por la película«, declaró. «La película misma trata de la censura.»
Universal Pictures, que había cerrado trato para distribuirla, se retiró de Rusia cuando empezó la guerra y abandonó el proyecto. (Actualmente el filme no tiene distribuidor en Estados Unidos.)
A medida que en Rusia se expandía la represión, la vida empezó a imitar al arte. «Todas las cosas que estaban en la película se estaban desarrollando de un modo u otro», explicó Lockshin.
Rusia acusó a un director de teatro y a un dramaturgo de justificar el terrorismo, haciéndose eco de un juicio arreglado contra el maestro que los creadores de la película añadieron al guión. Una fiesta temática de «desnudez casi total» en Moscú fue motivo de represión a sus asistentes célebres, evocando imágenes del famoso baile satánico de la novela. Y la gente comenzó a denunciarse entre sí en Rusia por albergar simpatías en contra de la guerra, como cuando el amigo del maestro lo delata.
“No todo el mundo puede permitirse el lujo de ser tan incondicional”, le dice el amigo al maestro en la película, antes de delatarlo. «Algunas personas tienen que pagar una pensión alimenticia.»
Un productor de cine ruso, Yevgeny Gindilis, contó que se había metido entre la multitud de un cine de Moscú cerca del Kremlin para ver la película y que sintió cierta incomodidad en la sala. Al final, dijo, alrededor de un tercio de la audiencia estalló en aplausos.
“Creo que los aplausos”, opinó Gindilis, “se deben al hecho de que la gente se alegra de vivir la experiencia de ver esta película que tiene ese mensaje estatal claro, antitotalitario y antirrepresivo, durante una situación en la que el Estado realmente está tratando de oprimir todo lo que tiene voz independiente”.
Gindilis precisó que una de las escenas más incómodas de ver para la gente en Moscú fue la secuencia de venganza final, cuando el travieso gato parlante del diablo repele a un escuadrón de la policía secreta que ha ido a detener al maestro, lo cual lleva a un incendio que finalmente envuelve a todo Moscú.
«Hoy todo el país es incapaz de vengarse o siquiera reaccionar», dice un analista.
El maestro y Margarita, junto al diablo, interpretado por el actor alemán August Diehl, contemplan la ciudad en llamas y observan cómo se incendia un sistema que les arruinó la vida.
«Hoy todo el país es incapaz de vengarse o siquiera reaccionar ante la persecución, las restricciones y la censura», sostuvo el crítico Anton Dolin. Pero los protagonistas del filme, como han hecho un trato con el diablo, logran desquitarse.
La película muestra al maestro y a Margarita en el más allá, reunidos y libres. «Escuchá», le dice ella. «Escuchá y disfrutá de lo que nunca te dieron en la vida: paz.»
The New York Times. Traducción: Román García Azcárate